Esperanza Aguirre es un animal político. Ha sabido superar todos los obstáculos y sinsabores, políticos y personales, levantándose tras cada golpe con más energía.

Pero su trayecto ya no tiene recorrido. La detención de Ignacio González, su hombre de confianza durante más de 20 años, es la gota que colma el vaso.

Perdió la batalla por Madrid tras no lograr la alcaldía (a pesar de ganar en votos), su influencia en el PP ha quedado reducida a un grupo de concejales fieles y sus apoyos mediáticos son irrelevantes.

Rajoy queda como único superviviente de una generación que convirtió a la AP de Fraga en un gran partido de centro derecha. Aznar es apenas un recuerdo, refugiado en la FAES; Cascos montó un partido en Asturias que sobrevive a duras penas. Trillo sucumbió laminado por su nefasta gestión del desastre del Yak-42. El más brillante de todos ellos, Rato, ha sido el peor parado, abrasado por diversos y vergonzantes casos de corrupción.

Aguirre tenía su propia agenda y jugó a ser alternativa, aunque, al final, no se atrevió a dar la batalla en el Congreso de Valencia. Aguirre era Madrid y Madrid era el PP. Su perfil liberal, abierto y combativo la convirtieron en una dirigente del pueblo. Bajo su gestión, la Comunidad de Madrid creció y se convirtió en un polo de atracción para empresas de todo tipo. Su política fiscal fue coherente con su ideología y, de hecho, los ciudadanos de la comunidad madrileña pagan menos impuestos que la mayoría de los españoles.

Nunca ocultó sus diferencias con Génova y, entre otras cosas, fue una defensora a ultranza de las primarias o de las políticas de igualdad. Sus valores son tan prominentes como innegables sus defectos.

Políticamente Aguirre es responsable de una época en la que la corrupción no fue la excepción, sino la regla.

En torno a Aguirre creció y se desarrollo un entramado de corrupción de proporciones casi homéricas ¿Cómo se puede levantar la bandera contra el latrocinio utilizando como argumento la destitución del alcalde de Majadahonda cuando se ha tenido en un gobierno a Granados y González como hombres fuertes?

El argumento que utilizó ayer en su declaración judicial de que, sin saberlo, destapó la trama Gürtel se convierte en un boomerang contra su credibilidad cuando se comprueba la catadura de sus principales colaboradores. Su habilidad para detectar una operación inmobiliaria sospechosa se transforma en ceguera o ignorancia cuando se trata de dos conglomerados con su propia estructura, que llegaron a enfrentarse utilizando todo tipo de medios por el reparto de la tarta.

No creo que Aguirre se haya llevado un euro de manera ilegal, pero es indudable que permitió que las dos figuras relevantes de su gobierno hicieran mangas y capirotes en sus áreas de influencia, montando esquemas de sustracción de dinero público que se blanqueaba convenientemente en paraísos fiscales, según las investigaciones llevadas a cabo por la Guardia Civil.

¿Acaso no le llegaron a la presidenta de la Comunidad los rumores sobre la corrupción del Canal de Isabel II? ¿Por qué se empeñó en defender a González sin pestañear cuando saltó a la luz pública la increíble historia del ático de Estepona?

Políticamente, Aguirre es responsable de todo lo que ocurrió durante unos años en los que la corrupción no fue la excepción, sino la regla. Por eso, su única opción honorable es la de dimitir.