Todo influye, sólo tú decides. Era una frase que estuvo escrita en la parte superior del encerado todo el curso 89/90. La escribió mi tutor, Don Félix Montenegro. Sí, aunque hoy parece increíble, antes a algunos profesores se les trataba de usted. He tardado casi 30 años en darme cuenta de la importancia de esa expresión. Y lo que es peor, en pensar en su significado. Diariamente me sentaba en mi pupitre, la tenía delante, y no me inspiraba nada, no me importaba o directamente no me interesaba.

La famosa fiesta en la que celebrábamos los 25 años desde la graduación en el colegio, esa que mencioné en estas líneas hace unas semanas, ha tenido un efecto muy profundo y saludable en mí, y creo que en otros compañeros también. Y no sólo de mi colegio, porque he hablado con otras personas que han pasado por la misma experiencia recientemente. Para mí fue extraordinario, me ha ayudado a mirar las cosas en perspectiva, a aprender a valorar lo realmente sustancial y desechar lo superfluo. A poner la energía en el futuro, mirar hacia atrás sólo sirve para aprender de los errores. A no tener miedo. Nunca. Y a entender algunas cosas.

Mirar hacia atrás sirve para aprender de los errores, a no tener miedo y entender algunas cosas

Por ejemplo, la importancia de los profesores, siempre, pero especialmente en ese período de transición entre la niñez y la fase adulta. Lo trascendental que es alguien que sea capaz de canalizar la energía de esa etapa, de fomentar el ansia por aprender y ayudar a encauzar a cada chaval hacia el camino más adecuado a sus capacidades. Lo difícil que es lidiar con chicos y chicas que están sufriendo una transformación enorme en sus cuerpos y mentes, que creen que nadie les entiende, que son incapaces de conectar en la misma sintonía que los adultos, que están en la fase de soñar, cosa que nunca deberíamos abandonar, y en la que alrededor todo es presión para dejar de volar y aterrizar en la vida real.

Es una tarea de envergadura, puede representar una influencia decisiva en la trayectoria vital de un individuo. También es cierto que los de la generación X sufríamos unas clases masificadas con más de 40 alumnos por aula y había poco margen a la atención personalizada, sin embargo, no es tanto cuestión de número como de interés. Y me refiero no tanto al interés de los docentes, sino al de los chicos y chicas que estábamos en otra sintonía.

Respecto a la frase del título, da igual que hubiera 43 alumnos o 5, hasta hace días yo no me paré a pensar en su sentido, y en la influencia que puede tener en nuestras trayectorias. Y ahora me doy cuenta que es un concepto capital para nuestra vida. Ahora lo entiendo. Ahora veo lo que nos quería enseñar: la importancia de tener personalidad y unos valores innegociables.

Hay una cantidad enorme de cosas a nuestro alrededor y debemos tener las ideas claras y aprender a decidir por nosotros mismos. Es fantástico tener muchos flujos, lo difícil es discriminar lo bueno de lo malo. Aunque sólo ahora es cuando me doy cuenta de ello, creo que toda la vida he actuado como si lo tuviera clarísimo. Siempre he visto cristalino lo que no quiero, quizás no tanto lo que quiero. Tal vez tiene que ver con un carácter demasiado inconformista, pero esto no viene a cuento.

Debemos tener las ideas claras y aprender a decidir por nosotros mismos

Volviendo a la fiesta, es extraordinario cómo a los 5 minutos de hablar con alguien a quién no has visto en 25 años es como si no hubiera pasado el tiempo, como si volvieras atrás y siguieras en el patio del colegio. Se evoluciona, se madura, a unos les habrá ido muy bien, otros han podido sufrir profundas depresiones, enfermedades que les han dejado al borde de la muerte o adicciones de todo tipo, pero lo esencial permanece, la persona se mantiene.

De eso no te das cuenta con la gente que conoces desde la infancia y ves cotidianamente, piensas que han cambiado, a veces a mejor y otras muchas a peor. Sin embargo, 25 años después, la persona es la misma. Nos hacemos mayores, no necesariamente mejores, la esencia no cambia. Es alucinante. Compartir ese período clave, mágico y problemático de la adolescencia, crea una conexión única, eterna. Quizás es que en esa época estamos fabricando nuestros  sueños  e ilusiones, nuestros ideales, puede que quiméricos o errados, pero tan maravillosos que merece la pena soñar con ellos, luchar por ellos.

Otro factor clave para poner todo en perspectiva, en valorar la vida en sí misma. Cuando ves que cuatro de tus compañeros no han podido estar en la celebración. No porque no les apetezca o por cuestiones de agenda, sino porque ya no están entre nosotros. ¿Por qué les pasó a ellos y no a mí o a cualquier otro? No somos diferentes, no tenemos nada especial, es cuestión de suerte, o mejor dicho, de mala suerte.

Por cierto, nos reconocimos sin necesidad de cartelito. Lo siento por los que no pudieron venir, y los que no quisieron hacerlo, ellos se lo han perdido. En mí ha sido una catarsis, un chute de adrenalina, un impulso para seguir afrontando los próximos 25 años, y los que vengan, con entusiasmo, ilusión y ganas de seguir aprendiendo.

Y eso es lo que importa, las experiencias y las personas, no lo que tienen, no lo que son, no lo que consiguen. Mantengo un enorme arraigo a mis raíces, pese a que de pequeño alguien decía que yo volaría y no volvería, y cada vez sufro más por no poder disfrutar de todos los míos, familia y amigos, en el mismo lugar y sin la barrera de la lejanía. Cada vez lo tengo más claro, pero están conmigo donde yo esté. El resto jungla. Suerte.


Kike González es director de Renta Variable de Ahorro Corporación.