Este domingo 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, compartiremos hashtags y memes, incluso velas y acciones, como propone #WSPD2017. Habrá especiales en algunos medios, como cada año, recordando cifras y recomendaciones que luego muy pocos atienden. Algunos descubrirán una realidad que ni habían imaginado; otros, incrédulos, pondrán en duda que el suicidio exista fuera de casos raros y situaciones extremas que sólo les pasan a otros. Los supervivientes a un suicidio se sentirán un poco menos solos por unas horas, aunque a la vez se reabrirán las heridas y aparecerán de nuevo todos los fantasmas, para luego volver a plegarse cuidadosamente hasta el año próximo dentro de ese gran baúl llamado “Suicidio: el último tabú”.

No obstante, este año quizá sea algo diferente, al menos para mí. Porque, como millones de espectadores, he conocido a Hannah Baker. A la vulnerable, subjetiva, angelical, doliente Hannah Baker, protagonista de la controvertida serie de Netflix 13 Reasons Why, la primera serie de ficción que aborda explícitamente el suicidio de una adolescente, su contexto familiar, escolar y social, la complejidad de los motivos de su sufrimiento, y la dificultad de su entorno para captar las alertas y atender las llamadas de ayuda de Hannah. Una fenomenal sacudida a la esencia de ese último tabú: la invisibilidad. El tabú que pervive porque no se nombra, porque un hecho que ocurre, y ocurre a nuestro lado, se oculta bajo una capa de silencio, vergüenza y culpabilidad. Y lo que no tiene nombre, no existe. Y de lo que no existe, ¿para qué preocuparse?

Las muertes por suicidio en el mundo son más que las causadas por todas las guerras y los asesinatos juntos

13 Reasons Why no es sólo disruptiva porque nos impida seguir ignorando: es valiente y necesaria porque nos pone frente al espejo. No importa que nos parezca que Hannah lo tiene todo. Que es guapa, lista, saludable, con una familia afectuosa y un futuro prometedor. No importa cuánto nos parezca de insignificante cualquiera de los hechos que le suceden en su cotidianeidad de estudiante de instituto. El filtro transformador, decisivo, es la subjetividad individual. Y ese filtro es el que pone o quita grados, el que suma o resta aristas dolorosas, el que esculpe golpe a golpe con un finísimo buril el paisaje interior de Hannah: sufrimiento, desesperanza, angustia, aislamiento… No future, no change.

Pero para mí lo más revelador es que las 13 razones de Hannah para suicidarse a los 17 años, abriéndose las venas entre gritos desgarradores de pánico y desesperación, son en realidad 13 nombres: los de quienes, de forma consciente o no, propiciaron ese paisaje-páramo; los de quienes no quisieron, no pudieron o, simplemente, no supieron reconocer sus permanentes llamadas de auxilio. Porque no, no hay pistas suficientes, no hay claridad, ni normas, ni instrucciones específicas. Y debe haberlas, vaya si debe haberlas.

Siempre y cuando nos importe que la gente se mate a miles todos los días, a pesar de que lo podamos evitar. Porque nos importa, ¿verdad? Como poco, habría 13 razones para no demorar un día más el abordaje serio, profundo, decidido del suicidio:

  1. La OMS reconoce que el suicidio es una prioridad de salud pública. Las muertes por suicidio en el mundo (entre 800.000 y un millón al año, unas 3.000 al día) son más que las causadas por todas las guerras y los asesinatos juntos. En la mayoría de países de Europa, incluida España, el número anual de suicidios supera al de víctimas de accidentes de tráfico. A pesar de que la propia OMS lo incluye dentro del Programa de Acción Mundial en Salud Mental, sólo 28 de los 194 países miembros cuentan con una estrategia nacional de prevención del suicidio.
  2. En España se consuman cada año en torno a 3.500 suicidios. Una cifra que se mantiene estable desde hace muchos años. Al menos, desde que se ha empezado a cuantificar. Se trata sólo de los suicidios “oficiales”, constatados y certificados como tales. Nunca sabremos cuántas muertes consideradas “accidentales” (por intoxicación, ahogamiento, sofocación, armas de fuego, envenenamiento…) son en realidad muertes por suicidio. ¿Nos podemos permitir, queremos que se mantenga ese contador letal? ¿Nueve, diez personas cada día?
  3. El suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. El nuevo contexto global que nos da internet es a la vez un enorme reto y una gran oportunidad de compatibilizar la vigilancia con la abolición de prejuicios. Es la herramienta más poderosa, inserta en la vida diaria de nuestros jóvenes, a la hora de que encuentren franqueza y eficacia. Ayuda y referentes.
  4. Con diferencia, el principal factor de riesgo de suicidio es un intento previo de suicidio. Por cada suicidio consumado, se calcula que hay al menos 20 intentos. Esto significa que existen al menos 20 millones de intento de suicidio cada año en el mundo. Unos 70.000 en España. Hoy mismo, habrá más de 200 intentos en nuestro país. ¿No les parece insoportable? Sin embargo, el seguimiento estrecho de los intentos no está sistematizado. Y ¡ay la prevalencia de los mitos y las falsas creencias! Tan dañinos y culpables: “El que quiere suicidarse, se suicida”. “El que avisa no lo va a intentar”. “El efecto contagio, si lo cuentas se propaga”…
  5. El suicidio no es una enfermedad, es un comportamiento. Indeseable, porque produce la muerte de una persona, pero prevenible. Como los accidentes de tráfico. Sin embargo, éstos llevan años siendo objeto en España de un plan integral de prevención institucional, bien financiado y comunicado, que ha traído aparejado un notable descenso en su incidencia. Es decir, que la prevención ha sido eficaz. Pero para el suicidio, aún no. Apenas mínimas iniciativas diseminadas, cortoplacistas o miopes, muchas veces limitadas a producir folletos con fondos que deberían estar dedicados a una acción integrada y completa.
  6. La buena voluntad de instituciones, medios y agentes sociales es imprescindible, pero no suficiente: estamos obligados a cumplir nuestros compromisos. En el Plan de Acción sobre Salud Mental 2013-2020, los Estados Miembros de la OMS nos comprometimos a trabajar para alcanzar la meta mundial de reducir las tasas nacionales de suicidios en un 10% para 2020.
  7. La invisibilidad y el silencio sólo incrementan la carga de dolor, soledad e incomprensión de las personas afectadas, y permiten a los poderes públicos mirar hacia otro lado al negar su mera existencia. Visibilizar y abolir prejuicios y mitos es el primer paso para poder abordar medidas preventivas, como ya ha ocurrido en otros países de nuestro entorno.
  8. Para afrontarlo, hay que llamar al suicidio por su nombre, compartirlo e informar como es debido. Basta ya de justificaciones para no hacerlo o hacerlo mal, apelando a esas falsas creencias que no son más que excusas acomodaticias: la máxima autoridad mundial al respecto, la Organización Mundial de la Salud, instruye muy claramente acerca de cómo, cuándo y con qué elementos debe abordarse la información responsable. Se trate de medios de comunicación (muy especialmente, por su influencia clave), educadores o instituciones.
  9. Experimentar violencia, abusos, pérdidas y aislamiento es un factor coadyuvante esencial. Y la vulnerabilidad añadida de la discriminación: personas LGBTI, discapacitados, refugiados y migrantes, reclusos… El bullying es el acoso de toda la vida al diferente, al débil. No puede recaer en la víctima acosada la responsabilidad de denunciar y defenderse: nos corresponde a todo el entorno consolidar un frente común.
  10. La salud mental sigue siendo objeto de frivolización, menoscabo e incluso estigmatización. La depresión, factor de mayor incidencia en las conductas suicidas, es la principal causa global de discapacidad y afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo. Debe ser tratada eficazmente y respetada como tal. La identificación temprana, tratamiento y atención de los problemas de salud mental y trastornos emocionales es un factor esencial para la prevención del suicidio.
  11. Está en nuestras manos también restringir el acceso a medios de suicidio (plaguicidas, armas de fuego y ciertos medicamentos) e introducir políticas orientadas a reducir el consumo nocivo de alcohol.
  12. Tanto a nivel académico como profesional multidisciplinar, existe todavía un gran vacío en lo que se refiere a capacitación de personal para la evaluación y gestión de conductas suicidas, para el seguimiento de los intentos y la prestación de apoyo comunitario.
  13. Y, en definitiva, es factible y razonablemente sencillo hacer algo que parece obvio: difundir al máximo una guía básica de alertas que permita reconocer, detectar e intervenir la voluntad suicida, y que indique qué hacer y con quién contactar en cada caso. De forma sencilla, seria y sistemática. Porque las señales se repiten, y la lista de comportamientos que deben encender la alarma y promover la acción es corta. Los seres humanos somos muy parecidos hasta en esto.

Beatriz Becerra Basterrechea es vicepresidenta de la Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo y autora de La estirpe de los niños infelices.