En el barrio del Raval hace poco que han abierto el Museo de las Ilusiones. Presume de ser el primero de este tipo abierto en toda Europa, fuera de Rusia. Son cerca de 600 metros cuadrados, donde el visitante puede sumergirse en ilusiones ópticas y juegos visuales pintados en las paredes. Una marca en el suelo indica desde dónde hay que hacerse la foto para que parezca que lo mismo uno está en lo alto de las obras de la Sagrada Familia, manteando a Messi en el Camp Nou o sujetando uno de los relojes a medio derretirse de Dalí.

Lástima que junto al mural en el que uno puede sentarse dentro de una paella mixta no haya ninguno que recree la independencia de Cataluña. Podría entonces el visitante hacerse una foto conmemorativa metiendo un voto en una urna mientras saluda a un Mosso de Escuadra, por ejemplo. O, mejor aún, saliendo al balcón del Palau de la Generalitat a proclamar la República catalana sin que aquello, como pasa siempre en este juego de las ilusiones, suponga ningún riesgo real para el que lo practica.

Convencer a tantos catalanes de que con la independencia no pasaría nada del otro mundo resulta una ilusión prodigiosa

Convencer a tantos catalanes de que declarando la independencia serían un pueblo más libre y más rico, al que la comunidad internacional avalaría dijera el Gobierno de España lo que dijera y sin que fuera a pasar nada del otro mundo que alterase su rutina, resulta la más prodigiosa de las ilusiones que ha conseguido el procés.

Como si no fuera a caer el turismo mientras durase la incertidumbre. Como si la gente no fuera a acercarse a su sucursal bancaria con la legítima duda de qué pasa con sus ahorros si se declara la independencia. Como si los inversores y las empresas fueran a vivir con total tranquilidad que su dinero entrara en un limbo jurídico. Y como si el president Puigdemont pudiera salir a declarar la independencia de forma unilateral con la misma tranquilidad que si posara en medio de una invasión zombi o luchando con Darth Vader en el Museo de las Ilusiones.

Una vez oí a Pérez Reverte advertir que el día que el día que llegara la Revolución, antes de salir a celebrarla, lo primero que harían los revolucionarios sería asomarse a la ventana para confirmar si su coche estaba bien. Debe de ser que muchos independentistas han empezado a sentir lo suficientemente cerca la independencia como para dejar de celebrarla y acercarse a La Caixa a preguntar qué pasará después.

Una de las pinturas del Museo de las Ilusiones más fotografiada por los visitantes es la de un tren saliendo del túnel. Se puede elegir para ella la ilusión óptica que uno prefiera: ponerse a correr delante del tren para tratar de salvarse o tumbarse en las vías dibujadas en el suelo con cara de susto para escenificar el atropello inminente. A lo mejor no hace falta que le añadan a este museo la escena del balcón ni la de la urna. Esta ya sirve para conmemorar el procés.