Hace veinte años que me dedico al asesoramiento financiero. Veinte años, ni uno más ni uno menos. Veinte años de navegación entre los mares de la industria bancaria y financiera española. Un cuarto de una vida entera si la sociología, la genética y la suerte lo quieren propiciar. Y en lo financiero, una auténtica montaña rusa de vivencias personales en un in crescendo continuado  de vértigo y cataclismo.

El colapso del fondo financiero Long-Term Capital Market saludó mi bautismo en finanzas hacia 1998. No estuvo mal como puerta de entrada del rosario de calamidades por venir en dos décadas irrepetibles. La debacle de las empresas puntocom del año 2000 apuntó maneras de fin del mundo tal y cómo lo conocíamos, pero por si fuera poco solo hubo que esperar unos meses para que la trágica rúbrica de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 -a escasos metros de Wall Street– abriese de par en par las puertas del abismo a lo desconocido.

En unas semanas más estallaría el escándalo de Enron, chispa inicial de la falacia empresarial y los embustes contables que prologaría la crisis de las hipotecas subprime a partir del año 2006 y el apocalipsis de Lehmann Brothers en el 2008. Después, la crisis total. El mundo en caída libre y las heridas sangrando sin suturas posibles. Casi diez años de derrumbe, quiebras sucesivas, políticas económicas irreconocibles y desde 2016 una calma aparente en espera del siguiente rien ne va plus de los mercados.

El cambio continuo y acelerado de acontecimientos ha propiciado una transformación continua del mismo. Lo que ayer era dominante pasa a subsidiario en cuestión de pocas semanas. Pero no siempre y no todo. Durante estos veinte años, en los que todo ha pasado, han permanecido siempre inalterables algunos elementos que ya parecen formar parte del decorado de nuestra industria: los chiringuitos financieros y el intrusismo profesional. Dos ingredientes que han permanecido graníticos frente a las diversas bombas nucleares que han caído sobre nuestras cabezas en estos veinte años. Dos personajes a los que la desidia o la aceptación implícita han dado carta de naturaleza en el ecosistema financiero.

En estos 20 años en los que todo ha cambiado los chiringuitos financieros han permanecido inalterados

Aún a fuerza de habernos acostumbrado a ello, la coexistencia de profesionales regulados con peligrosos aficionados y advenedizos no debe ser lo normal. Tampoco la actitud de mirar hacia otro lado que solo da alas a la multiplicación y la impunidad de estos curanderos de las finanzas y a sus gabinetes de destrucción masiva de ahorros. No se trata de entidades más o menos solventes o con mayores o menores habilidades en la gestión financiera. Son -como los define la CNMV en sus guías informativas– sencillamente, estafadores.

Chiringuitos financieros e intrusismo profesional van cogidos de la mano. Se retroalimentan y generalmente son una desgraciada pareja de baile con la que nos tocó y nos toca convivir. En una industria como la de los mercados financieros, tan dada a los acrónimos molones, este tándem letal merece ser estigmatizado con un palabro que resuma el fenómeno. “Chiringuismo”, podría ser el adecuado. Y contra ese chiringuismo todos deberíamos estar a una: profesionales, clientes y autoridades supervisoras.

Desde la profesión no nos deben doler prendas y debemos poner en conocimiento inmediato del regulador (la CNMV en España) a las entidades no registradas ni supervisadas que sabemos, pues incluso en su desvergüenza nos contactan para ofrecernos productos y servicios, andan sueltas. Así les podemos dar una primera y última oportunidad de regularse y de cesar su actividad hasta obtener el visto bueno del supervisor o de salir en estampida bien lejos de nuestros clientes.

Evitaríamos así un peligro latente para los inversores y un intrusismo insoportable para los profesionales. Intrusismo que en cualquier otro ámbito profesional es prácticamente inaudito, cuando no, pura ciencia ficción. ¿Imaginan ustedes un número parejo al de firmas y asesores financieros que no lo son ejerciendo sin control en ámbitos como el de la cirugía, la abogacía o la ingeniería? La alarma social y los posibles perjuicios económicos y físicos lo hacen imposible. Imposible, hasta de pensar. No así en el ámbito financiero donde con una marca rimbombante (a ser posible en inglés) y un conjunto de mercenarios en caros trajes ingleses o italianos se ha podido “asesorar” sobre gestión de patrimonios durante décadas. Con descaro y  tranquilidad pasmosos y a plena luz del día.

Una queja recurrente de los asesores financieros es la gran cantidad de intrusos que operan sin control

Los intrusos constituyen un cáncer para nuestra profesión, un peligro cierto que confunde a los inversores y una intolerable injerencia por parte de aquellos cuyo único fin y código deontológico es su propio beneficio.

Es por ello que una de las quejas recurrentes de los asesores financieros es la gran cantidad de intrusos que operan sin control en nuestra profesión y que, en muchos casos, contribuyen a un inmerecido desprestigio entre nuestros clientes. A falta de fórmulas milagrosas que resuelvan el asunto a toda velocidad, esperemos que la directiva europea MiFID II sea una palanca más que ayude a desterrar definitivamente dicho intrusismo del asesoramiento.

Por su parte, la propia CNMV en este año 2018 ha creado un canal de denuncias en el que todos podemos facilitar información sobre presuntas infracciones de normas de ordenación y disciplina de los mercados de valores y a la que deberíamos acudir sin un ápice de inquietud o remordimiento por una delación del todo favorable para el buen funcionamiento de los mercados y empresas del sector financiero.

Desde el punto de vista de los clientes no cabe más que repetir la imperiosa necesidad de extremar la prudencia, nunca conformarse con poca o poco clara información y, antes de casarse con nadie, preguntar y acudir a los registros oficiales para comprobar si individuos o entidades están registrados y supervisados adecuadamente.

No cesen para ellos de acudir a la información suministrada por la CNMV. En concreto a su decálogo para evitar chiringuitos financieros que debería ser de obligado conocimiento para un inversor como los diez mandamientos lo son para un católico. Aquí pueden encontrarlo.

Desconfiar de rentabilidades exorbitadas, informarse, preguntar activamente, obtener información por escrito, no dejarse deslumbrar por anglicismos o páginas web sofisticadas, etcétera. Cosas simples, pero que, con demasiada frecuencia, los inversores olvidan.

En un entorno de nacimiento constante de fenomenología digital, conviene también agudizar la prudencia frente a iniciativas vinculadas a criptomonedas, empresas tech de pelaje diverso o novedades prometiendo rentabilidades de ensueño de la mano de la tecnología blockchain o del último grito cibernético de turno. Ojo pues frente a las ciberestafas que se han multiplicado de manera exorbitante.

Por la parte de las autoridades y, en lo que a nuestro país se refiere, la actividad profesional ha ganado enteros de solidez con los requerimientos de formación y certificaciones autorizadas para el ejercicio del asesoramiento financiero que supervisa la CNMV a la luz del dictado de la directiva MIFID II como ya apuntaba un poco más arriba.

Las facultades de supervisión del regulador se ven mermadas por la sempiterna falta de medios económicos

En segunda derivada, las facultades de inspección y supervisión del regulador aparecen claramente mermadas por la sempiterna falta de medios económicos y de dotación inspectora de los supervisores para investigar y sancionar a las entidades intrusas, lo que es un hándicap evidente que debería ser corregido lo antes posible para evitar la proliferación de multitud de figuras que ejercen el asesoramiento financiero de manera totalmente paralegal.

Aún y pese a ello, con los medios existentes se están dando pasos en el buen sentido y las iniciativas de supervisión y control se están multiplicando de un tiempo a esta parte.

En España, el regulador advierte con continua regularidad –valga la redundancia- de la infinidad de entidades no registradas que operan o pretenden operar en nuestro país. Información que por tierra, mar y aire digitales, difunde CNMV. También por supuesto, en su página web.

En principio pues, no cabe ya ese intrusismo descarado que campaba a sus anchas de antaño y si todos nos confabulamos contra el chiringuismo en una suerte de Fuenteovejuna financiera, todos saldremos ganando y en poco tiempo, prácticas ilícitas y entidades piratas pasarán a ser una anécdota de una época pasada en la que la desinformación y la falta de control de la profesión favorecían su peligrosa multiplicación.

Público inversor y profesionales financieros debemos conjurarnos para erradicar a estas entidades indeseables con todos los medios legales a nuestro alcance, bien sea exigiendo una mayor inspección, control previo y sanciones ejemplares por parte del regulador y/o colaborando mediante la sistemática advertencia y denuncia de su existencia ante las autoridades correspondientes. Conviene poner en la medida de las posibilidades de cada uno, un grano de arena que sume y contribuya a acabar con el chiringuismo como modo de vida de algunos indeseables.

De esta forma todos ganaremos en tranquilidad y el sector ganará en eficiencia, prestigio, seguridad y confiabilidad. Confiemos en no tener que esperar veinte años más para hacerlo realidad.


Carlos de Fuenmayor es director de Negocio Institucional en Merchbanc