En el mundillo de las inversiones, cuando se trata de escoger los activos que forman parte de una cartera, han convivido casi siempre de forma civilizada diferentes corrientes, filosofías o estilos. Entre ellas, las dos más destacadas son –como todo el mundo sabe ya–  la filosofía valor o value y la crecimiento o growth. Existe una vía media que casi todo el mundo olvida que es la denominada blended pero que se ha convertido en irrelevante, a efectos de marketing, frente a las otras dos.

Dependiendo del momento del ciclo económico, del desempeño en ejercicios anteriores o la consistencia en resultados en forma de puntos de rentabilidad extra que afeen el estilo contrario, una de las dos orientaciones está más o menos de moda que la contraria y se vende a propios y extraños como la filosofía ganadora del pasado, el presente y por supuesto del luminoso y rentable futuro porvenir. Con sus gestores estrella, sus productos inmaculados y sus gestoras must have.

Como en cualquier confrontación, las fuerzas de ambos ejércitos de gestores andan, a veces parejas, a veces desequilibradas. En cualquier caso unos y otros defienden su gestión con animosa verborrea y profusión de datos histórico-numéricos.

En la balanza del ímpetu defensivo de lo propio, el equipo value destaca por su vehemencia desde que el estilo fue adoptado con fervor por una extensa cohorte de gestores patrios. En España el virus value nos fue inoculado por nuestro gestor estrella propio, Paramés y su gestora Bestinver. Creando una escuela española de gestores value que engrosa cada año sus filas a un ritmo trepidante.

El estilo de inversión 'value' no ha demostrado aún su carácter incontestable

El movimiento value, un estilo de inversión que se caracteriza por buscar y comprar acciones de compañías con precios infravalorados y un potencial de apreciación supuestamente no reconocido por el mercado buceando entre los balances de las empresas, no ha demostrado aún su carácter incontestable. Por mucho que les pese a los acalorados fans de Warren Buffett (Con dos t, pues es tal el ardor guerrero de sus seguidores que una vez uno de ellos incluso me recriminó el no haber escrito bien el apellido de su yogui, aseverando con ello mi inconcebible ignorancia del sacrosanto estilo).

Sé que con lo que voy a decir no me voy a convertir en el chico más popular del colegio, pero entre las huestes de practicantes de la filosofía growth o crecimiento no se detecta esa idolatría caudillesca tan propia del poseedor de la verdad total que sí llevan a gala los defensores del fenómeno value. Sea por la facilidad con que en España se ha extendido la moda o por lo transpirables que somos a fenómenos foráneos, es evidente que hemos sucumbido sin freno al irresistible atractivo de cualquier cosa que lleve el sello value.

Y digo bien, fenómeno, pues en la última década, no subirse al carro de este estilo de gestión suponía el automático ostracismo a la caverna de los estilos de gestión. Los pro- growth siguen en su guateque sesentero, mientras los pro-value gestionan al ritmo de David Guetta. Dicho esto, evidentemente, por los templarios del estilo valor.

Hoy por hoy si no eres defensor a ultranza del value, de los gestores estrella value o de su filosofía invencible, estás en un plano temporal a años luz del nirvana financiero. Yo mismo he sido criticado y bloqueado en Twitter por los más convencidos acólitos servidores de tal causa y no por tomar partido por la otra opción, sino por osar discutir la infalibilidad de la fórmula value como principio y fin del éxito gestor.

Desde un punto de vista filosófico y científico la convivencia de diferentes puntos de vista enfrentados entre sí, no es un hecho extraño, pero no es fácil de entender que seres inteligentes no sean capaces de llegar a un acuerdo para discernir qué camino filosófico inversor es el más adecuado, o al menos descubrir un denominador común válido entre ambas escuelas de gestión.

En estilos de inversión no se puede afirmar con seguridad que uno sea mejor que otro, ya que no existe suficiente historia

La conclusión y para ser ecuánimes, es que en estilos de inversión no se puede afirmar con seguridad que uno sea mejor que otro, ya que no existe suficiente historia, datos y evidencia que lo validen. No estamos ante una evidencia científica sólida más allá del mejor desempeño a muy largo plazo de los mercados de acciones frente al de otros activos financieros

Es por ello que se impone un saludable escepticismo y no dejarse infectar por modas que, conocedoras de nuestro bajo nivel de defensas, nos pueden hacer coger fiebres y calenturas que al final pueden resultar no ser tan maravillosas.

El problema de la variedad de opiniones filosóficas sobre cómo gestionar no es un mal evitable, es una característica genuina de la filosofía misma, un pluralismo de orientaciones con el que distanciarse tanto del absolutismo, siempre petulante de supremacía, como de un igualitarismo que defiende que todas las posturas son aceptables o inaceptables per se.

Cómo decía arriba, no creo en fórmulas de inversión mágicas ni infalibles. Es por ello que conviene ser selectivos eligiendo gestoras y gestores value, pues ni mucho menos es oro todo lo que reluce. Adjetivarse es fácil pero no es garantía ni de resultados ni de alegrías financieras. Escoger lo mejor de cada casa en el momento oportuno, disciplinando creencias y dotándolas de una sistematización racional suele ser lo más eficiente. Pero no duden ni por un momento, que muchos no lo van a aceptar ni a creer así.

Así pues larga vida al value mientras crea que baraja y reparte cartas ganadoras y que los gestores crecimiento o los blended (mixtos) sigan trabajando a la sombra del coloso. Un coloso que, a larguísimo plazo siempre será tal, pero que a medio plazo igual sufra del mal que aflige históricamente a demasiados gigantes: unos inmensos pies de barro.


Carlos de Fuenmayor es director de Negocio Institucional de Merchbanc