El símbolo siempre ocupa más espacio que la realidad. Por ejemplo, en la pancarta de bienvenida a los refugiados del Ayuntamiento de Madrid, que convertía a la Cibeles como en okupa o en pintora de brocha gorda, podrían envolverse casi más personas que los inmigrantes del Aquarius que Carmena se ofreció a acoger.

Sólo 20 familias caben en ese Madrid solidario donde, al final, manda una señora de pensión que tiene bien contadas las fundas de colchón y las patatas, como todas. Pero ahí estaba el símbolo, Madrid como tendiendo por anticipado las sábanas de los refugiados que no llegaban o llegaban en poca cantidad para tanto cielo alquilado. La gente no miraba si había algún refugiado, sino que ya estaba dispuesto un bonito palomar para sus almas.

Eso es el Aquarius, un símbolo como su signo del zodiaco, como su nombre de tetería. En realidad, desde que seguimos al Aquarius igual que a Ulises por su Mediterráneo de trampas, olvidos y condenas, las olas nos han traído más de 1000 inmigrantes. Han llegado por donde siempre, como siempre, y han sido salvados y secados como siempre por los de siempre, esa gente buena y valiente que está entre la noche sin sueño del farero y la del médico. Pero han llegado sin símbolo, inmigrantes pelados, sólo con la capota del frío y de la noche y la linterna de sus dientes. Ahí también hay maicena y mantas para repartir, pero poca política. O sea que no hay malos y no hay presidentes héroes, no hay fachas de Europa o de España a los que darles un sopapo, y no hay pancarta que colgar como un gran corsé de madre nutricia.

A Tarifa no ha ido ninguna vicepresidenta a seguir un barco como un cometa de Rey Mago

A Tarifa no ha ido ninguna vicepresidenta a seguir un barco como un cometa de Rey Mago. Pero ahí estaba Carmen Calvo en Valencia, preparando como una vuelta ciclista en torno al Aquarius, haciendo largas ruedas de prensa para avisar de que se arremangaba, explicando el operativo no ya como una misión a la Luna sino como una nueva evangelización del mundo. Gente como Ximo Puig montaba el circo, difundía publirreportajes y luego pedía que los políticos se mantuvieran lejos. No estaban en la orilla, pero sí en los medios e internet, haciendo postalitas, jugando al Domund. Aunque Mónica Oltra sí se paseó por el centro de coordinación y por el puerto, antes del zafarrancho, para dejar una huella mojada y marcharse, igual que una veraneante. Como los ministros de Fomento y Sanidad, también oteando

Los inmigrantes como esas rotondas atestadas de políticos inauguradores. El rescate como una feria agrícola. Carteles de bienvenida colgados con grandes grúas como baobás, los derechos humanos en los parabrisas de los autobuses, como oraciones de una excursión a Fátima. Traductores y psicólogos y hasta alguien explicando los kits de higiene y qué lleva cada galleta, qué comerá cada inmigrante como si comulgara nuestra gracia en obleas de beata. Y más periodistas que inmigrantes, un micrófono para cada manta. Y el padre Ángel orgulloso, hablando un poco como Machín. Y el primer desembarcado como si fuera el turista un millón. Y algo que repele, ese gusto por el olor monjil a hospital que deja la caridad, y esa cosa de mirar ropa sucia que tiene regodearse en los propios buenos sentimientos.

Y el padre Ángel orgulloso, hablando un poco como Machín. Y el primer desembarcado como si fuera el turista un millón

En la costa andaluza pasaba lo de siempre. No se arreglaba el Mediterráneo, no se aleccionaba a Europa, no se salvaba el mundo en la figura de un pajarillo empapado y heráldico. Sólo se salvaban vidas en los huesos, con noches de polideportivos anegados de mar, sin ministro ni coro de bomberos ni nueva mili nacional.

Marruecos ha permitido esa oleada porque también entiende la dimensión política de la emigración, en la orilla contraria. Ellos no dudan en traficar con vidas para presionar a este Gobierno joven y mollar. Sánchez, por su parte, no trafica con vidas, pero sí con sentimientos, esa como olimpiada de sentimientos que ha habido que montar, esos salvavidas con forma de corazón que parece que han tejido en una noche de abuela los políticos y hasta los periodistas. También hay política, sobre todo política, en este gesto del Gobierno de los gestos, y que seguramente sólo hará gestos, política de cine mudo. Hubo política desde que se decidió que desembarcara en Valencia, y no en otro sitio donde no cupiera la verbena.

Pedro Sánchez no trafica con vidas, pero sí con sentimientos, esa como olimpiada de sentimientos que ha habido que montar

Decía Umbral que la inmigración era la resaca, el oleaje que nos devuelve el colonialismo, y que viene a pedir lo suyo, como un tigre, un tigre que entra en el campamento quizá. Europa aún no sabe cómo afrontarlo y pone parches o se hace la tonta o alimenta a racistas ridículos como los populistas italianos o los que también se hicieron ver en Valencia, y que merecen ser comidos por el tigre. El Aquarius podría ser un símbolo, ese salvar en un hombre a todos los hombres, que dice el Talmud, o ese precipicio de inocentes que despertará a Europa. Lo sería, sin duda mejor, si no tuviéramos, en primer plano, por delante de los pechos mojados y ya alegres de estos migrantes, la exhibición balconera de una posición moral suficiente por sí misma, por encima de los actos, y la oportunidad del sufrimiento para hacer campaña por parte de un Gobierno que sólo tiene tiempo y tamaño, es verdad, para hacer campaña.

El Aquarius sería un símbolo más bello sin todo eso que nos ha dejado este día, esa sensación de que hemos visto políticos haciéndose con el asunto peinados a lo afro como para Hair, el baile de túnicas y pulseras tobilleras que inspira la Era de Acuario. O de que han planeado igual que un picnic ese alarde de pijos de salvar personas como a ballenatos.