Si el sabio Giovanni Sartori, una eminencia mundial de la ciencia política recientemente fallecido, levantara la cabeza y observara la política española se quedaría estupefacto. El gran maestro de la teoría del sistema político democrático encontraría aquí la expresión más opuesta a su concepción de la democracia: un sistema basado en la elección proporcional en primera vuelta y mayoritaria en la segunda vuelta en el que las coaliciones –de perdedores- estarían prohibidas y gobernarían los ganadores.

El caso es que España está gobernada ahora merced a un acuerdo parlamentario en el que predomina como común denominador –que ha hecho posible el cambio de gobierno– la dispersión de intereses y el cuestionamiento radical o blando de nuestro actual sistema político.

En un reciente libro, El regreso liberal, mas allá de la política de identidad, su autor Marck Lilla –un prestigioso ensayista político norteamericano– recuerda el famoso desafío de John Kennedy: “Qué puedo hacer por mi país”, convertido ahora en ¿qué me debe mi país en virtud de mi identidad?. Para Lilla, “la ciudadanía, el concepto central de la política democrática, es un vínculo que une a todos los miembros de una sociedad política lo largo del tiempo, al margen de sus características individuales, lo que les concedía tanto derechos como deberes”. Frente a dicho estatus, ahora predomina el modelo Facebook de la identidad: meras afinidades electivas.

Los favores recibidos por cada grupo de interés que sólo benefician a sus limitados miembros son cargados en la cuenta de todos los demás ciudadanos

El abandono de una visión ampliamente compartida de los intereses generales –la verdadera ciudadanía- por la atención de singularidades dispersas y muchas veces incompatibles entre sí tiende a dominar la política de hoy hasta dar lugar al estado actual de cosas: los partidos que han dado lugar al actual gobierno identificados con sus propios y exclusivos intereses solo buscan su provecho particular a costa de cualquier interés general. Este modo de hacer política excluye necesariamente el largo plazo para buscar solo el interés de cada partido a plazo inmediato.

Un común denominador de esta política es el déficit fiscal y la consecuente deuda pública, que en España por nuestra crónica balanza comercial negativa se vino consolidando como deuda –es decir, dependencia– exterior. De este modo los favores recibidos por cada grupo de interés que sólo benefician a sus limitados miembros son cargados en la cuenta de todos los demás ciudadanos, incluidos los que todavía no han nacido pero deberán hacerse cargo de las deudas contraídas por las anteriores generaciones.

El sistema político democrático basado en ciudadanos con iguales derechos y deberes ha devenido en una democracia fragmentada en identidades: nacionalistas, extremistas, sindicalistas, pensionistas, corporativistas, pacifistas, feministas, LGBTistas, ecologistas, artistas, victimistas y hasta ciclistas…cada una de las cuales busca su propio interés sin tomar en consideración el de todos los demás. Mancur Olson, otro ilustre ensayista norteamericano describió con gran precisión este fenómeno al que denominó 'Acción colectiva' de unos cuantos que bien organizados políticamente consiguen sus intereses minoritarios a costa de los mayoritarios. Tal acción colectiva subvierte el sentido profundo de la democracia como un sistema basado en el bien general.

Las próximas elecciones generales, que debieran convocarse por decencia política cuanto antes, deberían servir para discutir la España que quieren la mayoría de ciudadanos

Si Cataluña ya está dividida entre los independentistas y los españolistas, en España está comenzando a fraguar otra división entre quienes buscan fragmentar la nación en las más diversas identidades y quienes defendemos iguales derechos y deberes ciudadanos. Las próximas elecciones generales, que debieran convocarse por decencia política cuanto antes, deberían servir para discutir y resolver democráticamente la España que quieren la mayoría de ciudadanos, que seguramente no es aquella dividida en reinos de taifas lingüísticos, educativos, administrativos, que nos hace regresar al anacrónico pasado que precedió nuestra consolidación como una de las primeras y más importantes naciones de la historia.

Los partidos francamente enemigos de la nación española y sus necesarios compañeros de viaje llevan tiempo haciendo su trabajo; es la hora de que los demás, aquellos que todavía creen y defienden una nación de ciudadanos libres e iguales ante la ley, hagan el suyo hablando claro para poner las cosas en su sitio y recuperar así el justificado orgullo y responsabilidad de ser ciudadanos españoles. La espontánea expresión de legítima, orgullosa y muy democrática españolidad que siguió al oportuno, impecable e histórico discurso de El Rey merece ser encauzada mediante liderazgos políticos que defiendan los grandes intereses ciudadanos frente a quienes protegen intereses singulares y además lo tratan de hacer amenazando la buena marcha de la economía y del empleo que tanto nos ha costado recuperar.


Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil.