Existe una patología mental denominada “trastorno histriónico de la personalidad” que, generalmente, aparece al comienzo de la edad adulta. Los psiquiatras reconocen dicho síndrome por la acumulación de varias características. Los enfermos de “trastorno histriónico de la personalidad” necesitan ser el centro de atención de los demás, quieren ser los protagonistas de todo lo que sucede en cualquier momento. Buscan imperiosamente gustar a todo el mundo. Si no lo consiguen, se sienten frustrados. Estas personas son emotivamente superficiales y experimentan con facilidad rápidos y bruscos cambios de opinión. No poseen convicciones firmes.

Yo conozco a un político que padece “trastorno histriónico de la personalidad”. Modifica su criterio vertiginosamente, como si fuera una veleta asomada a la marina de Almería. Su última veleidad está relacionada con el Valle de los Caídos y la exhumación de los restos de Franco. En menos de una semana ha cambiado radicalmente de opinión sobre la función que debe asignarse a los edificios construidos hace más de medio siglo en el valle de Cuelgamuros. El 24 de agosto, en la mesa oblonga en la que dicho enfermo se reúne con sus ministros, se aprobó un decreto-ley para “resignificar” el Valle de los Caídos y convertirlo en un espacio de reconciliación entre todos los españoles de bien, despojándolo de su iconografía franquista.

Como, a juicio del trastornado, los restos de Franco sepultados en la basílica del Valle dificultaban esa noble función que exige la memoria histórica, el decreto-ley aprobó un procedimiento especial para exhumar los restos del dictador y depositarlos en otro lugar. Pero no habían transcurrido tres días y el político aludido, igual que hizo su homónimo Pedro antes de que cantara el gallo, ya había abjurado -sin tomarse la molestia de dar una explicación al contribuyente (porque aquél no costea sus decisiones)- de sus compromisos mesiánicos. Resulta que ahora el Valle es “irresignificable”, no puede bailar la yenka y está indisponible para representar la “verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición” de los horrores perpetrados durante la Guerra Civil y la larga dictadura franquista.

Las consecuencias de la retractación del caudillo trastornado se imponen por sí mismas. En primer lugar, han desaparecido por arte de magia las condiciones de urgente y extraordinaria necesidad que supuestamente avalaban la aprobación del decreto ley de marras. Esto en cuanto a la forma de la disposición legislativa. Respecto al fondo o contenido de la misma, valga el adagio “muerto el perro, se acabó la rabia”. Es decir, si lo que impedía “resignificar” el Valle era la presencia de muertos que adquirieron su lóbrego estado después de la Guerra Civil (la circunstancia que constituye la excusa legal para el viaje de ultratumba de Franco), ¿qué sentido tiene ahora –después del último giro sobre la cuestión- exhumar los restos del general bajito, culón y de voz atiplada? Lo procedente es que el Gobierno apruebe otro Decreto-ley que derogue el Real Decreto-ley 10/2018, de 24 de agosto. Una alternativa más fácil que la anterior sería que el Grupo Socialista, en el trámite de convalidación del Decreto en el Congreso, votara en contra de su Gobierno. Ya sé que parece un disparate, ¿pero qué importancia tiene que el pobre histrión ejecute una pirueta más?

Han desaparecido por arte de magia las condiciones de urgente y extraordinaria necesidad que supuestamente avalaban la aprobación del decreto ley de marras

Me gustaría terminar con una anotación adicional. Muchas personas otorgan a los símbolos materiales asociados a diversos monumentos (esculturas, iglesias, estelas funerarias…) un poder maligno que realmente no tienen. El transcurso del tiempo hace su labor y los monumentos del pasado nos ayudan a comprender las fases y acontecimientos históricos. Cuando el espectador sube a la cima del Coliseo de Roma admira ese espacio utilizando su imaginación para intentar recrear los dramas humanos que se sucedieron en su recinto. Nadie desprecia los restos del Coliseo pese a la crueldad de los emperadores flavios, los primeros organizadores de las matanzas de esclavos, gladiadores y fieras para dar placer a los habitantes de la Ciudad Eterna.

En España, muchos defensores de la memoria histórica señalan a Alemania como ejemplo a seguir para que los pueblos se enfrenten a su pasado, ya que los germanos no conservan vestigios materiales que recuerden a Hitler o al nazismo. Se equivocan. Después de la derrota de la nación en 1945, quedaron indemnes las grandes empresas alemanas (como la química I.G.Farben, cuya labor resultó esencial en el asesinato de millones de judíos), su sistema bancario (el Dresdner Bank o el Commerzbank, que se lucraron con el expolio de las víctimas de los nazis). Algunos de los más estrechos colaboradores del canciller Konrad Adenauer habían militado en el NSDAP. El célebre científico “norteamericano” Wernher von Braun, máximo protagonista de la carrera espacial de la NASA, fue un criminal de guerra nazi. Fue el padre de la bomba voladora V-2 que, con la guerra ya perdida por su país, causó inútilmente la muerte de miles de civiles británicos. Muchos de sus “colegas” alemanes también emigraron a tiempo a Estados Unidos. Incluso un hijo (Richard) de Ernst von Weizsäcker, secretario de Estado (1938-1943) del ministerio de asuntos exteriores nazi, fue presidente de la República Federal (1984-1994). Al final de la guerra, Ernst era el embajador alemán ante El Vaticano. Regresó a su país sin ningún problema en 1946.

Nos producen horror las herencias invisibles del pasado que se esconden hoy detrás de sus monumentos

El irrepetible Carlos Marx recomendó a los comunistas de su época obedecer el mandato de Jesús de Nazaret: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”. A los vivos mínimamente inteligentes no nos ofenden, aunque no nos gusten, las cruces y estatuas labradas en el pasado, ni siquiera las del pasado inmediato. Algunas representan los crímenes cometidos por nuestros padres y abuelos,  y debemos aceptarlo, queramos o no. Sin embargo, nos producen horror las herencias invisibles del pasado que se esconden hoy –lobos con piel de cordero- detrás de sus monumentos. Algunos sedicentes izquierdistas saben perfectamente de lo que hablo.