Durante los primeros días de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno, los españoles disfrutaron de un momento de ilusión. Por primera vez en muchos años se perfilaba cierto consenso político. La moción de censura era mayoritariamente aprobada; había acuerdo con la dimisión de Rajoy; el nuevo Gobierno gustaba. No era previsible que aquel clima de moderado optimismo perdurase, por dos motivos. El primero, la fragmentación del mapa político, que es terreno abonado para la contestación a cualquier medida. El segundo, el débil respaldo a las principales formaciones políticas entre los votantes declarados de centro, que suponen un tercio del total. En estos meses, efectivamente, el pesimismo ha vuelto a apoderare de la opinión pública y amenaza con volverse endémico.

Los resultados del sondeo de Instituto DYM demuestran que no son buenos ni el balance de lo que ha sucedido ni las expectativas de lo que pueda suceder. Hay casi unanimidad en una valoración regular o mala tanto del Gobierno como del Presidente Sánchez. Solo unos pocos atisban posibilidades de mejora en la economía. Pero lo más preocupante para la salud del sistema democrático es que los principales activos de los partidos políticos, sus líderes, han visto empeorar sus valoraciones, que ya en junio eran poco halagüeñas.

El pesimismo ha vuelto a apoderarse de la opinión pública y amenaza con volverse endémico

Pedro Sánchez, que rozaba el aprobado, pierde puntuación en todos los segmentos y se sitúa en 3,9 sobre 10. Los otros 3 líderes también pierden en el global, aunque ganen en aquellos segmentos donde estaban mejor situados: Albert Rivera en la derecha, Pablo Iglesias en la izquierda y Pablo Casado, en relación a Mariano Rajoy, en la derecha. En el en centro solo resiste la puntuación de Pablo Iglesias, que aun así continúa siendo la más baja, 2,4 sobre 10.

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Los estrategas de los cuatro principales partidos parecen haber decidido ilusionar a sus votantes. Es posible que lo estén consiguiendo en los extremos, entre los votantes más convencidos, los que se ilusionan con mayor facilidad. Pero en el centro, entre los votantes más pragmáticos, todo apunta a que están consiguiendo más bien el efecto contrario. La consecuencia es una extraña mezcla de algunos tibios entusiasmos con la defensa de principios ideológicos discordantes entre sí, por una parte, y de manifiesta decepción generalizada con los resultados, por otra.

Desconocemos hacia dónde nos lleva alimentarnos de ilusiones, como pretendía el coronel que alumbró García Márquez. Tendremos que permanecer atentos, porque de momento es lo que toca.