Aquel día en el que esperábamos el nombramiento de los ministros de Sánchez uno a uno, con redoble. Era un Gobierno como de circo, en el buen sentido, entre aguerrido, chispeante, caracterizado e infantil. De verdad salía un ministro con bigote de forzudo, si tenía hacer de forzudo; o con lágrima de payaso serio, si tenía que ser seriamente risueño; o con león dócilmente encadenado como un reloj de bolsillo, si era un ministro con león. Y Sánchez con su planta de jefe de pista, con hombreras y botonera de maestrante o de ascensorista. Un Gobierno de estantería, con un oficio de ministros de Lladró si Lladró hiciera ministros. Aquel día, cuando cada ministro parecía un ángel de Charlie. Los esperábamos como en una Navidad de ministros, traídos por un presidente Papá Noel, un poco por necesidad, un poco por capricho, un poco por sorpresa. Aquellos nombramientos como de Óscar, tras tanto aparatik y tanto funcionario dormido sobre su tintero, derramado a suspiros. Los esperábamos como a novias sucesivas. Ahora pasa lo mismo, pero con sus dimisiones.
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