Según han publicado recientemente en diversos medios, un comité de expertos elegidos por la izquierda política reclama que la Catedral de Córdoba pase a ser un bien del Estado y de ese modo pueda ser utilizada por los musulmanes. Entre los expertos no parece haber nadie con experiencia en la acreditación y registro de los derechos de propiedad, que gozan felizmente en España desde tiempos inmemoriales de la máxima garantía jurídica.

Para el ilustrado David Hume las tres leyes fundamentales  –antes de que existiera Gobierno- de la vida en sociedad son:

  1. La estabilidad de la propiedad. El derecho de propiedad es el eje de nuestra civilización y la base del progreso económico y social.
  2. El intercambio por consenso. Las transacciones económicas en ausencia de coacción o fraude conforman los mercados libres que producen la riqueza.
  3. El cumplimiento de las promesas. Los contratos libremente acordados deben cumplirse siempre, voluntariamente o por ley.

El progreso económico y social de las naciones ha estado y seguirá estando sustentado en dichos principios fundacionales de la sociedad civil, mientras que su desuso o abandono explican el fracaso de muchos países, en particular los dominados por ideas izquierdistas e islamistas que los cuestionan.

Pero aparte la desconsideración de los derechos de propiedad en los que se ha fundamentado el progreso económico y social de la humanidad, la izquierda española pretende reivindicar y poner en pie de igualdad histórica dos religiones absolutamente dispares en cuanto a sus logros civilizadores.

Mientras una creciente y casi apabullante miríada de ensayos históricos, casi todos ellos de muy reputados autores mayormente vinculados a las universidades norteamericanas de mayor prestigio, convergen en la definición de  "civilización occidental" así como en su exclusivo éxito económico y social, aquí en España en los últimos tiempos el progresismo patrio anda ocupado en inventarse la historia a contracorriente del pensamiento académico más solvente, que con casi seguridad desconocen.

Sólo en la civilización occidental, hasta que fuera adoptada en otras latitudes, ha existido la libertad, el derecho de propiedad, la separación del Estado de las Iglesias, la emancipación de la mujer, los derechos humanos, la ciencia, la universidad, el mejor arte pictórico y arquitectónico, la gran música, la gran literatura, el Estado democrático de derecho, el libre mercado, la innovación tecnológica, el capitalismo, etcétera...

En España el progresismo patrio anda ocupado en inventarse la historia a contracorriente del pensamiento académico más solvente

¿Y en que consiste la civilización occidental?: en la fusión de la filosofía griega y el derecho romano a través del eje vertebrador del cristianismo. La palabra libertad no existe en la mayoría de las lenguas no europeas y los derechos humanos son incomprensibles fuera de Occidente.

En vez de sentirnos orgullosos de pertenecer y haber contribuido –en el caso de España, de manera sobresaliente– a forjar la gran civilización occidental los ingenieros sociales progresistas tratan de reescribir la historia, es decir de inventarla, como si ello fuera posible. ¿Qué están pensando hacer con los científicos, los filósofos, los músicos, los pintores, los arquitectos, los escritores y tantos otros profesionales que han forjado nuestra civilización siendo cristianos? ¿Se va a prohibir la música, la pintura, la literatura, el arte, las leyes científicas que crearon los autores cristianos? ¿Se van a demoler las catedrales góticas, las barrocas, los monasterios, y toda la arquitectura con huella cristiana?

Poco antes de fallecer, el gran filósofo Julián Marías, en unas declaraciones en el periódico La Vanguardia sostenía: "Ustedes los catalanes, aunque no quieran, son españoles, europeos y cristianos". Efectivamente, aunque parece ser que Giscard d'Estaign se negó a aceptar en la introducción de un fallido proyecto de constitución europea que "Europa era cristiana", la realidad es que nunca hemos dejado de ser –inicialmente mayormente creyentes y después culturalmente- cristianos.

Los inmensos logros de la civilización occidental que tan bien glosados están por Steven Pinker en su último libro En defensa de la Ilustración y que tan poco gustan a los progresistas –según el autor-, aunque su negación no incluye el desuso de los mismos, son tan evidentes como ciertas tendencias de comportamiento social a lo largo de la historia. Según el citado investigador los creyentes religiosos están en lenta pero parece que inexorable decadencia, así como el crecimiento de la población, como consecuencia del progreso operado en todas las sociedades durante las últimas décadas.

Pero el hecho evidente de la decadencia –en nuestro tiempo- de las creencias y las prácticas religiosas no justifica en absoluto el cuestionamiento histórico de su insoslayable importancia para explicar lo mejor de nuestro mundo.

Señala Pinker el sorprendente número de intelectuales y artistas del siglo XX que han callado ante dictadores totalitarios, lo que el historiador Mark Lilla llama tiranofilia, mientras –cabe añadir- no han cesado de renegar de las esencias de nuestra civilización judeo-cristiana.

Frente a los ingenieros sociales progresistas que siguen tratando de modular "un nuevo hombre" a su gusto, debemos recordar a Cherteston quien sostenía que la tradición –religiosa o laica– no es otra cosa que la democracia extendida en el tiempo. Por tanto quienes se oponen a ella niegan el libre albedrío de la gente que espontáneamente la disfrutan.


Jesús Banegas es presidente del Foro Sociedad Civil