Sánchez quiere todavía cabalgar el tigre, que dijo Casado el otro día. Sánchez es como un niño que no distingue a la fiera de un almohadón o de otro cachorro, que aún lo ve como otro ser hecho de pelusa enredada y montañas de calcetines (en la ropa de los niños, como en el Gobierno de Sánchez, vive una selva amable de peluches y tucanes). Sánchez ha hecho su gesto, su manita de leche contra la zarpa de hueso, contra el ojo de hacha de luna, contra las mandíbulas de clavo. Y lo ha hecho justo cuando se cumplía el plazo dado por Torra, que aún se permite amenazar al Estado de una manera poderosa, puntual y ridícula, como si lo hiciera un director de banda municipal o un jefe de estación de un tren de juguete. Y funciona.

El gesto de Sánchez ha sido poner a la Abogacía del Estado, que suena a casa de corte y confección del Gobierno, a cogerle un dobladillo a la cosa, quitarle largo, años, volantes y pesadez a la acusación de los presos del procés. El gesto de Sánchez puede parecer nada, y así se lo ha hecho saber ya el tigre. Y es que el tigre no muerde ruedecitas perdidas como el niño, sino que se come a todo el cazador vestido de inglés cazador, como en esas viñetas con olla caníbal. Pero el niño aún quiere la amistad del tigre y se deja comer un poco el pie por esa amistad, como un panecillo. Aún tardará en darse cuenta de que el tigre no quiere amistad, pero a ver a quién se le ocurre poner un niño a dormir a un tigre.

Sánchez ya está poniendo no sólo una duda, sino una hipótesis de infamia sobre las tesis de la Fiscalía y del Supremo, cuando al secesionismo sólo le quedaba cantar por carceleras

El tigre, el secesionismo, en realidad ya está enjaulado en su propia piel y no habría que hacer más que dejar que el tiempo terminara con él en la alfombra o el tanga. Pero el gesto de Sánchez le vuelve a dar vida salvaje, no es tan pequeño. Sánchez ya está poniendo no sólo una duda, sino una hipótesis de infamia sobre las tesis de la Fiscalía y del Supremo, cuando al secesionismo sólo le quedaba cantar por carceleras, los martinetes de Junqueras y los Jordis con su cadencia de yunque y gotera, las danzas de la lluvia o de la fertilidad que le hacen a Puigdemont en la presentación de la Crida, el vudú de palitroques desde la cárcel y las venganzas de conde de Montecristo imaginadas con cucharas dobladas y barbas de náufrago. Y el pueblo haciendo con eso vigilias eternas.

Sánchez da esperanzas, vuelve a darlas, porque esto de la Abogacía del Estado no es la primera duda, ni la primera cucharada de sopa al tigre. Los ministros ya habían ido alimentando la pena por los presos, poniendo en duda la instrucción y los delitos, y el mismo Sánchez, que veía “lógicamente” la rebelión, se ha desdicho cuando ha sentido que, fuera de La Moncloa, el culo se vuelve de mármol rápidamente.

Todo esto, insisto, no es tan simbólico ni tan nimio. Sánchez se ha puesto ya alemán de provincia o tirolés justiciero, favoreciendo la defensa internacional del procés, lo de la Turquía judicial que es España, aceptándose él mismo, sin ninguna vergüenza ni escozor felón, como presidente de esa Turquía de expreso de medianoche. No parece importarle el descrédito de impugnar a la Fiscalía ni a tus más altos tribunales desde el despachito de tus fotocopias, desde los abogados que te sirven para eso o para el café. Para Delgado, las conclusiones de su Abogacía, de sus mandados, son diferentes a las de la Fiscalía, y no pasa nada. De camino, al lado, Calvo recalcaba que “el indulto es una figura que está en la Constitución” y reclamaba la independencia de la Justicia, la que ellos menoscaban a conveniencia. Todo va conduciendo a abrirle la jaula al tigre, que no nos comerá, sino que nos perdonará y pasará a ser decoración del salón, entre otras máscaras tribales, flores carnívoras y cabezas de alce de la España plurinacional.

El tigre, mientras, no puede dejar de ser tigre. Torra considera el gesto de Sánchez un “desprecio a los presos”. ERC dice que “el Estado ha escrito su sentencia” y que “la república es imparable”. Ellos siguen pidiendo su cazador crudo, pero en el fondo saben que Sánchez está facilitando su merienda, aunque ésta tarde todavía. En realidad, lo que saben es que Sánchez es merendable. Luego, alrededor del tigre, está el circo de caniches o payasos de la lágrima o del zapatón.

Aún no sabemos si Sánchez es malvado o sólo necio. El tigre que iba para tapetillo nos quiere comer y ahora está más cerca

Rufián, con sus extraños silogismos de sofista de hamaca, ha tuiteado o rapeado: “25 años por votar y 9 por violar”, refiriéndose a la Manada. Rufián no es un tigre, sino una especie de koala que suelta cortes de manga desde su rama del Congreso, y, claro, éstas son las cuentas que le salen con sus dedos prensiles. Violar la ley para robar todo un país como si la ciudadanía fuera tu harén a él le parece que no merece tanta cárcel, sino mejor un aplauso de mono de cuerda con platillos. Como Pablo Iglesias, que exculpa a los presos del procés tras compararlos con Aznar o con Eduardo Inda, que sí son como criminales de santoral. Para Iglesias, los criminales son gente que él tiene en su baraja de forajidos, independientemente de lo que digan los tribunales. Así funciona su democracia, como una extensión de su mochila y de su lista de la compra revolucionaria.

El tigre de Sánchez, como el de Lola Flores, nos quiere comer. Lo que no sabemos es si Sánchez quiere que nos coma, o aún no ha desentrañado el chiste, el trabalenguas, la fatalidad, si no ha salido de la infancia de animalitos musicales. O sea, si es malvado o sólo necio. El tigre que iba para tapetillo nos quiere comer y ahora está más cerca. Y lo peor es que lo que coma el tigre no será el brazo de marinero de Sánchez, sino la democracia entera empezando por nuestra desabrigada cabeza. Contra el tigre, eso sí, aún está la ley, de igual a igual, con su brillo negro de látigo y de pantera, con su mismo ojo fijo de hacha.