Santiago Abascal a caballo, como un Curro Jiménez de etiqueta de anís o de jamón de José Manuel Soto. Él, con su gente de VOX, guerreros de la braga de cuello y la gorra de pana, en una mañana de perdigueros y bellotas, ahí a caballo, como el Cid ante unos conejos. “¡Andalucía, por España!”, terminaba el breve spot. El caballo, tan freudiano, presentaba a esta gente que es esencialmente instintiva o intestinal. Antes que con una ideología vienen con un tótem, con cielos de águilas y algarrobos. O sea, que son unos rancios, unos fetichistas de lo rancio, y es lo que les condiciona luego toda la ideología, que van adaptando o rellenando para que les quepa en su clip musical, en la estética de Curro Jiménez con la que bailan las jacas y sus corazones serranos.

Aquí no teníamos extrema derecha, me refiero a extrema derecha con su sitio público y su linde, como jardincito de flechas, templetes y espinos a la calle. Lo que había, claro, era la buhardilla de los abuelos, con ese añil de tinte y sosa que tiene lo de la Falange, con esos sellos de Franco como un césar de papel de liar, con esa atmósfera cuartelera de clarín y semen retenido que les cabe en un solo cajón.

Estabamos acostumbrados a los cuatro chalados, como de chirigota de Franco

Los cuatro chalados, como la chirigota de Franco, a eso estábamos acostumbrados. Y al extremo del PP, que siempre se agarró al centro pero dejó volar sus gaviotas o palomas córvidas hasta donde llegaran. El fachilla, ese fachilla como el Moranco que hace de fachilla, estaba ahí como un paragüero, chocante pero sin molestar demasiado, mientras el partido se iba haciendo más europeo y moderno, entre el liberalismo y lo demócrata-cristiano. Pero ha sido tocarles el tótem, la patria o la raza o el toro de Osborne, y ahí tenemos a la extrema derecha, por primera vez en mucho tiempo, no haciendo una chirigota de franquistas o de nazis lobotomizados, como enfermeras zombis de Halloween, sino yendo a hacer ya política, a entrar en los parlamentos, quizá también a caballo, como se hacía antes en las iglesias.

El Moranco fachilla ya tiene partido o cofradía de verdad. Ya tiene amigos con los que salir de cacería o de toros o de bingo, de bingo donde actúe Arévalo por ejemplo. Pero VOX, aun viniendo como digo, creo, de una estética reprimida, freudiana, súbitamente liberada por las circunstancias políticas, es más peligroso que ridículo. Un poco como Podemos, busca la demolición de esto que llaman el Régimen del 78, en este caso para formar un Estado monolítico, morrocotudo y como nuremburgués, totalmente centralista, o sea centrado sólo como en el cojón nacional.

Es curioso, porque piden que se ilegalicen los partidos y organizaciones que “persigan la destrucción de la unidad territorial de España y su soberanía”, pero no los que persigan la abolición de la Constitución, ya que ellos entrarían perfectamente en esta categoría. Nuestra Constitución “no militante” (se pueden defender ideas contrarias a los principios consagrados en ella) pasaría a ser “militante”, pero sólo en ese aspecto, no en los demás. VOX sí podría defender el fin de las autonomías, por ejemplo. Es confuso o contradictorio, como la mayoría de las cosas en ellos, que son, como digo, casi totalmente instintivos.

La mayoría de cosas en Vox son confusas o contradictorias, así como son ellos

El primer peligro, el primer olorcillo que nos llega cuando abren las puertas de su establo es ése, la ilegalización de partidos estrictamente por sus objetivos políticos, no porque utilicen medios ilegales para conseguirlos. En realidad, todos los miedos que trae VOX, básicamente, vienen de considerar y establecer derechos, obligaciones, limitaciones o regulaciones a los sujetos por razón de origen, pensamiento, conciencia, religión o ideología.

Ése es el fundamento radicalmente antidemocrático de VOX, sin caer en categorías que se pueden folclorizar más fácilmente, como xenofobia, racismo, machismo, autoritarismo… VOX, con su retórica de Enciclopedia Álvarez, con sus chorreras joseantonianas, con sus “gestas y hazañas de nuestros héroes nacionales”, con sus delitos de ofensas y ultrajes a “España” (puede entrar aquí cualquier cosa que ellos vean que debe ser España, lo mismo la jota que el carajillo), con su atentado a la autoridad si te rebotas con un segurata (pensar en un partido para seguratas y porteros de discoteca ya es suficientemente espeluznante), con su muro bíblico en Ceuta y Melilla, con sus tentaciones nacionalcatólicas… En todo esto hay mucho de esa estética folclórica, del Far West de la derecha con el que yo comenzaba, de ellos a caballo de caza o romería, de cristazo y tentetieso, de santos cojones por fin santificados y tal.

En todo esto hay mucho de estética folcrórica, como del Far West de la derecha

Sí, da risa como esa escuela de Fellini o de El florido pensil. Pero lo verdaderamente grave es el cimiento antidemocrático que les lleva a querer prohibir, por ejemplo, “las organizaciones feministas radicales subvencionadas”, o a exigir la publicidad de nacionalidad y origen (¿por qué no de opinión política, o de creencia?) para los delitos. Esa ruptura de los principios de igualdad y libertad, por las mismas razones nacionales, heráldicas o de higiene de todos los totalitarismos. Esa ruptura que también podemos ver en la izquierda podemita, curiosamente. VOX no sólo está fuera de esta Constitución, sino fuera del Estado de Derecho. Podemos también anda por ahí cerca. No son tan torpes como para subirse a caballo, pero también han enseñado bastante el cartón.

Los de VOX van de mesías o de garrochistas, van de bingueros o de bertinianos. Son rancios fetichistas, como eran otros que sólo se ponían sus correajes en aniversarios o en la cama. Pero éstos van a querer hacer política con el patillaje, el olor a pajar y el trabuco enhiesto. Después de los indepes, serán la más dura prueba de nuestra salud democrática. Recuérdenlo mientras se ríen del Moranco facha.