Ya andan patizambos de caballo y de pistola, con la sobaquera caliente y la Biblia de plomo. La derechita simbólica sólo ve películas de marinos y de vaqueros y ahora ha sacado las armas del arcón confederado. Abascal, que ya se puso un casco de conquistador como un actor de parque temático y va con pipa, una pipa como de la Transición, o sea todavía política y de carácter, no es que quiera el Oeste, sino un arma en cada casa igual que un San José, o sea un santo con pistolas. Vox tiene la simpleza de un domingo de cine, pero eso no significa que su simplicidad sea inocente. En Vox militan rambos de lavacoches y cuchilleros de sacristía, pero no es tan sencillo como esa caricatura.

El de las armas es un debate que no existe aquí, donde somos mucho más civilizados de lo que dice la leyenda negra del derrotista, peor que la del inglés y la del indepe. Pero la guerra de Vox, insisto, es simbólica. La pistola es freudiana y sentimental, es alegórica como la espada o como el falo. Ante una sociedad que consideran débil y castrada (ahí está su obsesión con el feminismo, su miedo a la vagina dentada), la pistola es otra divisa que contraponer. La pistola en su cajón o en su altar, aun inmóvil, con su amenaza silenciosa de sombra en la nuca, es el icono de la fuerza atenta y dispuesta, como una gárgola negra frente a esa debilidad física y moral que ellos ven en el sistema. A Abascal seguramente se le ha ido un poco la olla, aunque no como a don Quijote sino como a Aguirre o como al coronel Kurtz de Apocalypse now. O sea, todas sus motivaciones sobre libertad o justicia en realidad están invertidas por la paranoia, el ego y la ira.

Abascal, al que le gusta sentir el hierro en la coronilla y en la ingle, quiere un arma en cada casa, pero no es contra los ladrones sino contra el Estado. Lo que Abascal está diciendo es que el Estado no vale. No admite lo que decía Max Weber, que el Estado tiene el monopolio de la violencia o, incluso, que es eso lo que define en última instancia al Estado. Lo suyo no es tanto el caos del Oeste, aunque Abascal siempre parezca buscar cuando habla una escupidera de latón, sino el de la II República, donde lo que pasaba era que nadie creía en el Estado, en esa República, sino en mitologías particulares e incompatibles que se esperaban en las farolas con la pistola palpitando como un animal en el bolsillo.

Vox pretende ante todo poner en duda, como sea, al Estado, éste en concreto, al que considera débil, mujeril

Vox, que lo está mezclando todo como ocurre con todos los populismos, y más los populismos con prisas, recuerda con esta ocurrencia a ese anarquismo de derechas, tan americano, ése que va del pijerío Fox del Tea Party a esos locos de rifle, caravana y búnker que cazan patos como entrenamiento para el fin del mundo. Y no tiene tanto que ver con las armas en sí sino con la negación del Estado en favor de un individualismo adánico en el que las armas representan ese poder recuperado, arrebatado al Estado tras el aciago contrato social. Esto puede parecer una contradicción, o sea que Vox sea un populismo individualista. Pero hay que tener en cuenta que Vox pretende ante todo poner en duda, como sea, al Estado, éste en concreto, al que considera débil, mujeril, cagón. Un Estado que ya no tiene la capacidad de defender la patria identitaria pero tampoco la seguridad del ciudadano. La prueba de que es posible un populismo con gatillo y con cabaña de trampero es que sólo hay un líder político actual que haya defendido el derecho a portar armas, y es Pablo Iglesias. “Una de las bases de la democracia”, dijo en 2012 que era eso de llevar el arma rozando la huevera.

Lo que le pasa a Vox es que dispara contra todo porque está en una misión de demolición de lo que considera un Estado decadente. Exactamente como Podemos. En esa guerra simbólica de un partido que sólo es simbólico, van a tirar de Imperio y de la sombra trumpista de Steve Bannon, van a tirar de morito y de lesbiana, van a tirar de toro de tapetillo y de velones preconciliares, van a tirar de rojerío y de sarna, y no sé si tirarían de pipa pero fantasean con ello. Del arcón bandolero, del cajón de los juguetes, de los sueños húmedos de camionero, del simbolismo de baraja, Vox no es que haya sacado la pistola, sino al santo con dos pistolas, perfecto patrón de su caos, de su antipolítica y de su antidemocracia.