Los resultados electorales que acabamos de conocer, se miren como se miren y sea cual sea el gobierno y programa que se vaya a aplicar, no resultan tranquilizadores de cara a los tres frentes más preocupantes de nuestro porvenir: el secesionismo, la educación y el crecimiento económico y del empleo. Todo lo que podemos esperar es que no empeoren demasiado los tres frentes, cuando lo necesario sería reconducirlos para mejor.

Frente a la inestabilidad que nos rodea, la geometría nos recuerda que para definir un plano –es decir, la estabilidad en el espacio– hacen falta tres puntos; algo que la experiencia humana ha convertido en algo de tan simple conocimiento como que las mesas de tres patas nunca cojean. Y si la mesa fuera España, ¿qué tres pilares la sostienen?

Tras la muy civilizada y ejemplar transición política –“de la ley a la ley”– llevada a cabo en España, nuestra democracia parece haber agotado su buen funcionamiento como consecuencia de un sistema electoral que habiendo servido hasta ahora para gobernar la nación ha dejado de ser útil para cumplir su principal misión: elegir gobiernos estables capaces de conducir sin desatinos nuestro destino.

Por suerte para España, las irresponsabilidades de los recientes gobiernos en el ámbito económico –una colosal deuda pública, que el próximo gobierno aún querrá acrecentar– y territorial –la retirada de la presencia del Estado en Cataluña y el País Vasco y el consentimiento tácito de un proceso secesionista– están siendo limitadas por tres sólidos bastiones: la UE, la corona y la justicia.

Si no hubiera sido por las exigencias de la pertenencia a la UE y al Euro -–que nos obligan a disciplinarnos, aunque sea a posteriori-– y las ayudas financieras que nos sacaron a última hora de una intervención –propia de los estados fallidos-– vergonzosa de nuestra economía, España no sólo habría perdido una década de crecimiento económico -–algo nunca acontecido–- sino que estaría próxima a ser un Estado a la deriva económica; es decir, incapaz de gobernarse por sus propios medios.

Los enemigos de nuestra patria siguen acechando y trabajando para debilitar los bastiones que nos sostienen

Después de la vergonzosa experiencia del l de octubre de 2017 en Cataluña: un ridículo referéndum tácitamente consentido por el gobierno de la nación, y ante el asombro y vergüenza de una inmensa mayoría de españoles, tuvo que ser S.M. El Rey –por imperativo moral-– quien liderara el espíritu nacional con un discurso absolutamente impecable –por su oportunidad y contenido- y de alcance histórico.

Ahora, con motivo del juicio de los responsables políticos del golpe de Estado en Cataluña , y la propaganda subvencionada con dinero público de todos, los secesionistas trataron de negociar -con relator incluido– con el gobierno de la nación -–como si una parte pudiera equipararse al todo– no se sabe bien qué, mientras que sin el más elemental sentido de la vergüenza siguen voceando sin cesar que su democracia está por encima de la ley. De nuevo, con la solemne oportunidad que le caracteriza, S.M. El Rey salió al paso de tan ridículo desafuero afirmando que “no es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del Derecho”.

Tras estas imprescindibles actuaciones -la Unión Europea y nuestra Monarquía- que están evitando el descarrilamiento de nuestra nación, es el turno ahora de la Justicia, que es de esperar resuelva el juicio a los secesionistas con el rigor y seriedad que caracterizan a nuestro supremo tribunal y las consecuencias penales que la ley -no la democracia- establezcan.

Pero aunque la monarquía, la pertenencia a las instituciones europeas y la justicia sean los grandes bastiones que sostienen institucionalmente a España, no podemos seguir dependiendo “in aeternum” de ellos como si fuésemos unos irresponsables menores de edad incapaces de valernos por nosotros mismos para hacer frente a nuestro destino histórico.

Nuestro reconocimiento a la institución monárquica, tanto por sobradas razones históricas como por su eficaz funcionamiento durante la más fértil era de nuestra historia y sobre todo su respuesta en los momentos más críticos, no puede excusar a los políticos de hacer su trabajo tras las largas vacaciones de irresponsabilidad que se han tomado en los últimos tiempos.

La pertenencia a las instituciones europeas, por fortuna todavía muy mayoritariamente querida por los españoles, no puede dejar en manos de ellas la disciplina presupuestaria que resulta obligada no sólo para cumplir con “Europa”, sino sobre todo para garantizar un crecimiento sostenible y sostenido de nuestra economía para que ese “estado de bienestar” que todo el mundo ansía, sea financieramente posible.

Nuestro sistema educativo no puede deteriorarse más, pues el futuro de nuestros niños solo estará en sus manos –recordando a Julián Marías- si su nivel y calidad en valores y contenidos son tan exigentes como la vida misma; mientras tanto asistimos a una totalitaria segregación lingüística en Cataluña que atenta a los derechos humanos mas elementales.

Vista la enorme seriedad y solvencia -un ejemplo mundial- con la que nuestro Tribunal Supremo está llevando el juicio a los golpistas catalanes, y con independencia del alcance de sus sentencias, es crucial que nuestro sistema judicial siga manteniendo la más elevada capacitación jurídica -libre de la llegada de “turnos” sin oposición al cuerpo judicial- y sobre todo su independencia de los partidos políticos.

Los enemigos de nuestra patria, como es natural en ellos, siguen acechando y trabajando para debilitar los bastiones que nos sostienen muy dignamente de pie, mientras que la inmensa mayoría de los españoles además de satisfechos de sus recientes logros deben ser conscientes de lo que se juegan si la estabilidad de nuestro actual andamiaje institucional sigue siendo horadada por aquellos.