No se fijen en Ábalos, que es como el tratante de ganado o el pocero de Pedro Sánchez, cuando habla de repetir las elecciones como de echar abajo todo el cuarto de baño. Ni en Adriana Lastra, que mezcla ambigüedades e imperativos con solemnidad y altura de delegada de clase. Por supuesto, no hay que fijarse en lo que pudiera decir Sánchez, que desde hace mucho tiempo sólo emite por su boca sonidos de caracola, como si hablara dentro de su sueño de bañista. No. Hay que fijarse en los demás, en Pablo Iglesias, en Gabriel Rufián, en Laura Borràs. En su desesperación y en sus expectativas, en su lenguaje de mendigo amoscado o de eufemismos vaticanos.

Pablo Iglesias, que se ha ido hundiendo como bajo su joroba vietnamita de guerrero o currante de los arrozales de clase, salió achicado y con mal sueño de hospital tras la reunión con Sánchez. No había ya rastro de ese rapero que parecía en los mítines machacando al capital y pidiendo ministerios como botellines de cerveza. Sánchez, brujo de las palabras, le cambió “coalición” por “cooperación”, pero no se trata de “filosofía del lenguaje”, como dijo la oscura y siseante ministra Celaá. Lo que ha cambiado con esa palabra es la relación de poder. Es como cuando Humpty Dumpty le dice a Alicia que las palabras significan lo que él quiere que signifiquen, “ni más ni menos”, y que el problema de hacer eso se resume en “saber quién es el que manda”. Sánchez, que a veces parece sólo un huevo lacado y bien maqueado, como Humpty Dumpty, es el que manda, y eso es todo. Iglesias, atacado de realidad y paludismos, sabe quién manda y se notó mucho. Otras elecciones terminarían de hundir su partido y su chalé. Claro que va a investir a Sánchez. Y nada de ministerios. Lo hará gratis o por una caseta de guardagujas nocturno. No le queda otra.

Se nota enseguida esa sintonía de ERC con el icetismo poliamoroso

Gabriel Rufián, después de su reunión con Adriana Lastra, no salió con grilletes de dominatrix ni con impresora de billetes. Salió más bien apeluchado y receptivo, contento porque había hablado con una persona “dialogante y de izquierdas, que entiende que [en Cataluña] hay un conflicto político y conviene retornar a la política”. Se nota enseguida esa sintonía de ERC con el icetismo poliamoroso. Ellos, dijo Rufián con su soniquete de miope leyendo un prospecto, no vienen “con intención de bloquear nada”. “Lo de hoy es un primer paso para seguir dialogando”, aclaró también. No hace falta más, en realidad. “Diálogo” no es “acuerdo”, pero eso depende de lo que decida Sánchez que significa. Pedro Sánchez, de nuevo ejerciendo de Humpty Dumpty, haciendo malabares de huevos con las palabras, podrá vender otra vez que ERC lo apoya pero sin hacer ninguna concesión. Las concesiones, claro, sí las habrá, como ya las ha habido. Es decir, los aleteos nocturnos de la Abogacía del Estado, las velitas de Iceta por el indulto, los presos en cárceles catalanas como en La Catedral de Pablo Escobar, las embajadas rebeldes abiertas por ahí tranquilamente como chocolaterías belgas, esa Batet presidiendo el Congreso y pensando que la Constitución no está ahí para imponerse feamente a los que no creen en ella, y tantas otras.

JxCat, un poco los amish indepes del Congreso, son los más locos y los más prescindibles

Los de Junts, secta de adoradores emporrados de Puigdemont que desafían con la mirada fija y turbia al Rey, aún piden espectacularidades, llamativos suicidios del Estado, como eliminar la suspensión de sus diputados presos o inaugurar una mesa o capilla dedicada a la autodeterminación catalana. Laura Borràs, esa como monja grande del culto a Puigdemont, ha dicho que “no se dan las condiciones para la investidura de Sánchez”. Pero ellos, un poco los amish indepes del Congreso, son los más locos y los más prescindibles. En cambio, ERC, sin mesías ciego, sabe que poco más va a conseguir que lo que le ofrece Sánchez. Y que sería un error dar una oportunidad a la derecha para que gane y perder así la bendición del sanchismo.

Ábalos, en fin, intenta meter miedo con su cara de Algarrobo y con otras elecciones, pero uno ve más cerca la investidura de Sánchez y otra legislatura Frankenstein, tremebunda y chirriante, que cualquier otra combinación blandita o ridícula. Tampoco creo que unas nuevas elecciones cambiaran mucho estos bloques donde siempre va a haber que pactar con alguien tóxico, indepe, podemita o voxiano. A Sánchez le toca pactar con los tóxicos que él se ha buscado: los que están deseando pactar con él y los que no tienen otro remedio. Y lo hará. Se investirá a Humpty Dumpty, no tengo duda, y ya verán cómo él se encarga de cambiar el significado a las palabras para que ni los emplastos ni la traición ni el ventajismo ni el desparrame parezcan ser lo que son.