El ex primer ministro de Francia, Manuel Valls, le hizo este miércoles una enmienda a la totalidad a Ciudadanos, el partido que le ha cedido sus medios y su marca para que se presentase como candidato a la alcaldía de Barcelona, por cierto con un magro resultado (seis concejales).

Valls acusó a Ciudadanos -hablaba constantemente de Albert Rivera sin citarle- de errar en su estrategia de "cuanto peor mejor" y afirmó con solemnidad: "Yo no recibo lecciones de oposición al populismo". Respondía así a la decisión de Ciudadanos de romper con él tras su decisión de apoyar (junto a otros dos concejales) la candidatura de Ada Colau a la alcaldía de Barcelona.

La masiva rueda de prensa sirvió de caja de resonancia para airear algo que era evidente desde hacía meses: la mala relación que mantiene con Rivera. Valls, como político experto, sabe cómo hacer daño, y el golpe fue recibido en la sede de Ciudadanos como un ataque injustificable dirigido justo a la línea de flotación de la estrategia de su líder, que consiste en convertir a su partido en alternativa de gobierno, arrebatándole la hegemonía en el centro derecha al PP.

La airada respuesta de Inés Arrimadas, que ha sido hasta hace una semana la dirigente de Ciudadanos que mantenía todavía una relación aceptable con Valls, no añadió nada al debate. Tan sólo evidenció lo alejadas que están ambas posiciones, emponzoñadas por el pulso personal entre dos políticos igualmente brillantes y con vocación de liderazgo.

La idea inicial de Valls cuando optó por dar el salto a la política activa en España era la conformación de una plataforma constitucionalista, integrada por PSC, PP y Ciudadanos, capitaneada por él, para hacer frente al independentismo en Cataluña. El ayuntamiento de Barcelona sólo era el primer paso para, posteriormente, dar el salto a la Generalitat. Pero ni PSC ni el PP quisieron disolver sus siglas en favor de una operación de laboratorio de resultado incierto.

Los argumentos de Valls son razonables, pero los que le conocen bien dudan de que sus principios le lleven a seguir por mucho tiempo en la primera línea de la vida política

Fue entonces cuando Rivera dio el paso de intentar ganarse a Valls para su causa, aunque fuera a costa de cederle la marca de su partido en Barcelona. Grave error. Valls no es un político al que se pueda manejar con facilidad. Para empezar, es socialdemócrata, ideología que ya abandonó Ciudadanos; pero, sobre todo, tiene un perfil que sobrepasa con creces al de un mero candidato a alcalde encuadrado en la disciplina de partido.

La convivencia de estos dos machos alfa nunca fue fácil, pero se complicó sobremanera cuando Ciudadanos pactó, a través del PP, con Vox en Andalucía. La manifestación de Colón fue la gota que colmó un vaso demasiado lleno. Valls confunde a Vox con el Frente Nacional y está imbuido de la cultura francesa que lleva a los grandes partidos republicanos a imponer un férreo cordón sanitario al partido de Marine Le Pen.

La decisión de Valls de apoyar -con otros dos concejales- a Colau para evitar que Ernest Maragall (ERC) se hiciera con la alcaldía de Barcelona la adoptó en contra del criterio de Ciudadanos. Y, aunque algunos dirigentes del partido eran partidarios de afearle el gesto pero mantener el statu quo, Rivera lo tomó como una afrenta intolerable y fue quien propuso en la reunión de la dirección del partido el pasado lunes la ruptura con la plataforma que lidera el ex primer ministro.

Los divorcios siempre son traumáticos. En este caso, las desavenencias se han dirimido ante la opinión pública. Intentando buscar una salida digna, que, en realidad, pretende ser una explicación a los pobre resultados obtenidos en las elecciones del 28-M, Valls ha hecho un daño terrible a Ciudadanos y, sobre todo, a su líder.

Aunque Valls tiene razón en gran parte de sus argumentos, su dignidad, la defensa de sus principios y valores resulta un tanto impostada. Esperemos a ver cuántos meses aguanta como concejal en Barcelona.

Valls ha sido tentado por una opción política que se está gestando en Cataluña en el ámbito del catalanismo moderado y liberal, empujada por el líder de Sociedad Civil Catalana, Ramón Bosch, pero ha respondido con escaso entusiasmo.

Si su contundente alegato en contra del independentismo y a favor de una sociedad liberal y progresista tuviera continuidad, representara el germen de un nuevo partido o movimiento, sería para aplaudirle. Pero me temo que estamos ante la despedida anticipada de un hombre que ha decidido retirarse con honor y en el que tal vez se depositaron demasiadas expectativas.