A los autobuses con arcoíris y con gay parece que se les puede quitar el arcoíris y el gay y dejarlos otra vez en vergüenza, en disimulo o en mentira, en carreta de mariquita antiguo, mariquita de cabaré o de sacristía. Y eso lo pueden hacer otros gais, otra gente con arcoíris en el parabrisas o en el pelo o en el ayuntamiento, como guardias municipales de la cosa gay, de la ortodoxia gay, del tráfico rodado gay, que tiene que ser colorido pero ordenado, como una parada militar o una vuelta ciclista.

Les ha pasado en Barcelona o Valencia a los autobuses de Ciudadanos, que no se habían sacado la cartilla de gay, la cédula de habitabilidad, el carné del partido, la ITV de la cosa; que no habían conseguido el sello del señor con bigotito de Freddie Mercury igual que antes había que conseguir el sello del señor con bigotito de la Falange. A los de Ciudadanos les pintaron los autobuses como si fuera la casa de una bruja, con insultos y cruces exorcizantes o purificadoras. Les bloqueaban el paso y les sacaban la lengua con ese gesto que no es de lascivia sino de intimidación sexual, como el acosador baboso, como el albañil de obra.

Los mismos gais del orgullo ombliguero se comportaban como una turba fachosa volviendo a empujar hacia el armario a otros gais

Los mismos gais del orgullo ombliguero, del arcoíris apalomado, se comportaban como una turba fachosa volviendo a empujar hacia el armario a otros gais que no tienen derecho al orgullo, a la samba, al pezón abanderado, al beso con chincheta, a la peineta de látex, ni siquiera a un autobús excesivo con su cosa acuarelista, inocente y feliz de autobús de Curro de la Expo.

Vuelve a haber gais que tienen que quedarse bordando con la madre o con el santo, o divirtiendo con lunar, boa y cuplé a los señoritos; que no pueden salir a la calle el día de su reivindicación, sino que tienen condena de confesionario y de flagelo, para que se piensen bien sus pecados y su suciedad. Es una locura, pero estamos en tiempos de festivas locuras y democráticos linchamientos.

Al Orgullo Gay le fueron añadiendo siglas y ahora van a tener que ponerle asterisco, Orgullo LGTBI*, y explicar abajo del panfleto, del prospecto, del volante, de la bula, los LGTBI a los que se excluye del orgullo, los que son mancha de vergüenza, ya sea por su militancia, por su pijerío, por su barrio, por su voto, por sus simpatías, por su cojera o falta de cojera, por su pluma o falta de pluma, por sus fobias, por sus amistades, por las amistades de sus amistades, por las amistades de las amistades de sus amistades, o cualquier otra cosa que tendrá que evaluar un sanedrín, un comité de pureza o un tribunal de los Village People.

Ahora, la locura de estos tiempos ha hecho que los oprimidos hayan formado su propio sistema opresor

El ser gay o lesbiana o trans vuelve a ser una cosa que te permiten o no, como permitían antes al mariquita beatón o al transformista, asimilados por el sistema, convertidos en algo inofensivo o ridículo. Ahora, la locura de estos tiempos ha hecho que los oprimidos hayan formado su propio sistema opresor. El gay de derechas puede serlo en su casa o en su sede, o puede serlo aceptando la humillación de ser señalado cuando salga a la calle, ya sea vestido de Spagnolo o de reina mora.

El Orgullo es reivindicación contra la opresión, la desigualdad, el acoso, y es también visibilidad y normalización. Por eso no hay día del orgullo hetero, como dicen los machirulos en los bares con el bigote salpicado de asco y altramuces. Pero nada escapa a la furia de las ortodoxias, capaces de contradecir y alienar el espíritu que llegó a inspirarlas para salvaguardar intereses, estatus o hegemonías. Hoy todo es una oficina política, y el colectivo LGTBI, ya oficinable al llamarlo colectivo, no puede ser menos.

A los gais de Ciudadanos los trataron como a mariquitas apestados otros gais, si eso tiene algún sentido

No se trata, como insisten algunos, de despejar la paradoja de la tolerancia, o sea la obligación de ser intolerante con el intolerante. La acusación contra el gay de derechas, ahora, es que sus partidos o políticos toleran o pactan con otros partidos o políticos homófobos, o sea Vox, esa cosa aciaga que le ha pasado a España y que está atufando y pudriendo todo. Pero antes fueron también las herencias del pasado, y funcionaba igual. Es una teoría que se basa en una toxicidad más o menos cercana o lejana, y que no tiene en cuenta la opinión o la actitud real de la persona sino sus filiaciones o proximidades tan arbitrarias como brumosas, pero que suelen servir siempre a un fin politizante o ideologizante, con evidente sesgo de izquierda.

A los gais de Ciudadanos los trataron como a mariquitas apestados otros gais, si eso tiene algún sentido. Los trataron así por una cercanía teórica, absurda e interesada con la homofobia. Sin embargo, nadie allí hubiera pintado el autobús, ni llamado fascista, ni sacado una lengua rosa, bífida de piercings y veneno de La Veneno, a unos gais que hubieran aparecido con pañuelo palestino. A pesar de que en Cisjordania los gais las pasen canutas y de que en Gaza ser homosexual sea directamente ilegal. Problemas que se quitan allí con los colores de los autobuses y de las ortodoxias. Y con las dudas de si las reinas moras son reinas y son moras.