Nunca he sido una persona muy sentimental ante el paso de las etapas que toca ir afrontando en la vida. Las sucesivas fases eran una concatenación fijada de antemano por la que había que ir pasando. Colegio, instituto, universidad, viajes o diferentes trabajos. Había muchos compañeros que se emocionaban cuando finalizaban alguna de esas etapas, yo no, era lo que tocaba, y, a por la siguiente.

Sin embargo, he descubierto que cuando son los hijos los que van quemando esos ciclos, se afronta de una manera diferente y el sentimentalismo entra en juego. Durante mi vida, ha habido momentos en las que no escuchaba a los demás, y, pensaba que lo sabía todo.

Hace tiempo que pienso que todo el mundo te puede enseñar algo, que queda más por aprender de lo que uno sabe

Alguna persona cercana que me apreciaba me advertía que estaba cambiando a peor. Afortunadamente, salí del lado oscuro, abandoné la prepotencia, y, hace tiempo que pienso que todo el mundo te puede enseñar algo, que queda más por aprender de lo que uno sabe. Hay varias situaciones últimamente que han sido muy inspiradoras.

En la graduación de mi hijo mayor como alumno de primaria, la jefa de estudios dio un breve discurso muy emocionante. Vino a decir que tres palabras deberían servir de guía para la vida de niños y adultos: bien, belleza y verdad:

  • Que todos tus actos estén dirigidos al bien. Hacia los demás, y, también hacia uno mismo. El padre de Freddie Mercury le decía: buenos pensamientos, buenas palabras, y, sobre todo, buenas acciones.
  • Rodearos de la belleza. Belleza como armonía, concordia, equilibrio, coherencia, compañerismo y generosidad.
  • Guiaros por la verdad. Si se acompañan estas palabras y actitud ante la vida, con un manto de gratitud alcanzaréis el grado de hombres de bien y construiremos un mundo mejor.

El mismo día de la graduación, un diario publicaba un artículo sobre la revolución de la empatía contra la furia del mundo. Entrevistaban a Payan Akhavan, fiscal de la ONU en el Tribunal de la Haya, que venía a decir que nuestro bienestar está vinculado a los demás y que las concepciones tradicionales del yo y del otro están colapsando. Sólo podremos salvarnos con una generalización de la empatía, con una forma diferente de relacionarnos en la que prime escuchar a los demás. Curiosamente, las esperanzas para liderar esta revolución están depositadas en la generación Z, los millenials.

Sólo podremos salvarnos con una generalización de la empatía, con una forma diferente de relacionarnos en la que prime escuchar a los demás

Presuntamente, haber nacido en un mundo inundado por la tecnología y las redes sociales les hace narcisistas, sin embargo, poseen una conciencia social superior a las generaciones anteriores, son idealistas, no confían en las instituciones, pero sí en las personas. En esta misma línea, tomando una café con un deportista famoso y su esposa, ella afirmó que era imprescindible una regresión a los valores de lo auténtico, la persona.

Impresionante, la generación que sobre el papel es más fría y despersonalizada es la que nos puede salvar. Alguien rodeado de glamour y fama clama por la importancia de los valores. Ya saben, ser hombres y mujeres de bien, ser bueno, generoso, honesto, no tener miedo a dar las gracias ni a pedir perdón. Así dejaremos fuera de juego a los mamarrachos, carapijos, trepas, maltratadores y asquerosos. Que son pocos y cobardes. Suerte.