Pedro Sánchez se va a quedar con toda la mujer, con todo el gay, con todo el españolito de tuppery con toda la política que ya es un macarenismo de él (me sirven la Virgen y la canción, la sacralidad popular de una diosa madre y la de una moda bailona y papagaya). Ahora, Carmen Calvo se ha apropiado del feminismo entero para su partido, el feminismo sin adjetivos, dice, puro como una teta desnuda, como una tribu de tetas desnudas. El PSOE está de cumpleaños y se lleva puesta toda la tienda. 140 años de muchos socialismos diferentes, pero que se pliegan pronto para caber en el bolsillo culero de Sánchez como la gorra de Bruce Springsteen.

El PSOE fue un partido de obreros y también de pistoleros, fue marxista y fue español y dejó de ser ambas cosas, y además inventó al progre como una pereza del revolucionario, la democracia como una sucursal del clan y el pelotazo como un nuevo barroco del dinero español. O sea, que a lo mejor es verdad que hay que considerarlo fundador y a la vez fundidor de todo; inaugurador, promotor, entorpecedor o pervertidor de todo; con todo el mérito, toda la gloria, todo el fracaso y todas las vueltas a la tortilla de la foto de la tortilla de la historia.

Como ocurre con la literatura sagrada, el PSOE tiene versículos y vicarios para poder defender a la vez cualquier cosa y su contraria

Como ocurre con la literatura sagrada, el PSOE tiene versículos y vicarios para poder defender a la vez cualquier cosa y su contraria, lo mismo el socialismo que el capitalismo, el sindicalista o el banquero, la solidaridad y la corrupción, la monarquía o la república, la minifalda y el burka. A Zapatero le gustaba decir que el PSOE era “el partido que más se parece a España” y quizá se refería a que puede parecerse a lo que convenga conservando, si no la esencia de la rosa, sí el nombre de la rosa. Como aquella misteriosa frase de la novela de Umberto Eco: “De la rosa primigenia queda el nombre, conservamos nombres desnudos”.

La rosa de Sánchez, rosa reventona de labios como fue la de González, rosa con encaje de sangre en la mano como un pañuelito de romántico tísico, rosa femenina o rosa espinada, rosa siempre de guerra de dos rosas, rosa aplastada por todos los puños como por todos los otoños de tiempo y libros, sigue sirviendo como cualquier otra rosa de la larga historia del PSOE. Aunque Sánchez sea diferente a todo lo que ha tenido la historia del PSOE. Zapatero es cierto que reseteó el socialismo hasta un hinduismo jardinero y lamentoso, pero aun en el desastre había coherencia, un corpus cargante pero reconocible, como el sonido de un cuenco tibetano. Pero la rosa de Sánchez es sólo la de su tatuaje marinero, ha quedado ahí, más que nunca, como nombre desnudo de la rosa, como nombre del amor ya perdido, muerto u olvidado, sólo una confusa borrachera de pasado y oleaje.

Zapatero es cierto que reseteó el socialismo hasta un hinduismo jardinero y lamentoso, pero aun en el desastre había coherencia

Sánchez conserva el nombre desnudo de la rosa mientras sus socios se hacen enemigos, sus enemigos se vuelven deseados, y todos menos él son señalados como aborrecibles. Sánchez significa que Iceta profetice un referéndum con la raya en medio del 65% pero que Iglesias no pueda entrar en el Gobierno por querer ese mismo referéndum. Sánchez significa el conjuro al trifachito a la vez que la exigencia de su abstención de Estado. Sánchez significa poner a todo el entierro de la sardina gay o femenino a insultar a otros gais y mujeres. Sánchez significa que la rosa polimórfica, ese antiguo dragón en flor que mutaba, después de pasar por todas las edades y todas las retractaciones y todos los despintados, por fin es pura nada, ni el perfume de su nombre.

Carmen Calvo ha dicho que el feminismo se lo ha “currado” el socialismo. Aunque también hubo en su tiempo, cuando la izquierda creía que la mujer votaría con el cura en el faldón como una urraca, muchos socialistas que se opusieron al voto femenino. Es lo de menos. El socialismo se lo ha currado, eso y todo. Estando y no estando, diciendo que sí y que no, apuntándose lo bueno y endosando lo malo. El PSOE se mantenía por su nombre, saliera un capitalismo de bodeguilla, un zapaterismo de Charlot, un susanismo peronista o un sanchismo de champú rellenable.

Ahora casi no queda ni el nombre, pero eso también es un trabajo difícil, meritorio, vaciarse completamente. El PSOE se lo ha currado de verdad y merece quedarse con todo. Con sus mujeres, con sus gais, con sus obreros de carbonilla y sus progres de marca, con su cosa pública y su cosa social, de invocación pero sin hechos; con su jardincito teórico y su ruina material. Con toda la democracia, en fin, que es lo que está intentando (y exigiendo) Pedro Sánchez.