“Ya no podemos pensar en el futuro sin tener en cuenta el efecto del cambio climático”. Esta frase del presidente del Perú, Martín Vizcarra, es uno de los pensamientos que más destacaría de la reciente XIV cumbre de la Alianza del Pacífico en Lima. Un encuentro que ha marcado un antes y un después en ese proceso de integración latinoamericano, el más abierto, abierto, dinámico y pragmático de la región, y que ha dado un salto cualitativo incorporando temas sociales y medioambientales a la agenda económica y comercial. Lo que los líderes de la Alianza coincidieron en llamar ‘nuevos temas’ y que compitieron en protagonismo en la cita con la defensa del multilateralismo y el libre comercio como vectores de crecimiento en tiempos de auge de populismos y tensiones comerciales que están reduciendo la expansión económica.

La cumbre de Lima ha enviado un mensaje claro: sostenibilidad ambiental y equidad de género son claves para el crecimiento económico. Y como empresaria, concuerdo con los líderes políticos y empresariales de la Alianza en que el crecimiento pasa ya ineludiblemente por la lucha contra el calentamiento global y la igualdad. Tienen toda la razón los mandatarios al introducir como cuestiones prioritarias para el desarrollo capítulos como la crisis climática; las políticas inclusivas; la necesidad de apostar decididamente por la innovación;  la asunción de la digitalización en los procesos económicos y la adopción de los máximos estándares posibles de transparencia y lucha contra la corrupción. Por incluir en la agenda económica el impulso a una educación de calidad; la inversión incluyente en conectividad, innovación e infraestructuras y el uso de la tecnología para reducir la desigualdad. Porque se trata de componentes sin los que no hay desarrollo social sostenible posible a plazo. Ni avance económico perdurable.

“La cumbre de Lima ha enviado un mensaje claro: sostenibilidad ambiental y equidad de género son claves para el crecimiento económico”

Entran así ahora en primer plano, como cuestiones económicas fundamentales, aspectos que probablemente siempre lo fueron, pero que venían siendo soslayados en los debates más ortodoxos sobre ‘temas de economía’. Que hayan sido asumidos como retos clave del futuro tanto por los líderes del grupo como por los empresarios del área es motivo para felicitarnos. No solo la Alianza, sino toda Latam debe comprometerse con el abordaje de estos desafíos si no quiere perder el tren de la transformación social y el bienestar económico y quedarse al margen de una IV Revolución Industrial en marcha, de una economía digital que es ya el entorno presente en el que nos desenvolvemos.

La Alianza ha concluido que, para no quedarse en la periferia del nuevo mundo que emerge y estar en condiciones de asegurar un crecimiento sostenido y de continuar generando sociedades más igualitarias en género e inclusivas (reducción de pobreza y desigualdad, impulso al bienestar), hay que transformar y adecuar los pilares y fundamentos de la economía latinoamericana. Son necesarias economías más competitivas, sí, pero también más social y medioambientalmente comprometidas.

No hay desarrollo sostenible sin respetar el Planeta, la casa común en la que vivimos y que aporta unos recursos en buena medida finitos que no podemos seguir malgastando ni destruyendo. El compromiso contra el calentamiento global de la Alianza, su declaración de guerra al plástico de uso único y su intención de impulsar la lucha contra la contaminación se suman a otras iniciativas similares en el mundo y señalan el camino a seguir. “Si no tomamos medidas, vamos a tener más plástico que peces en los océanos”, dijo gráficamente el presidente chileno, Sebastián Piñera.

Además, es imposible avanzar en un desarrollo sostenible sin igualdad de género en todos los aspectos. Por estricta justicia y ética, pero también por imperativo económico. Eliminar las intolerables brechas salariales y trabas laborales que sufren las mujeres ayuda a crecer más. En la cumbre se destacó que las mejoras laborales y salariales que favorecen a las mujeres latinoamericanas tienen impacto muy directo y de gran calado sobre la educación y que poseen ‘efecto multiplicador’: cuando las mujeres aumentan sus ingresos, lo convierten en mejoras para su entorno familiar y social.

Y el FMI y otros organismos vienen reiterando los enormes beneficios que tendría para las economías mundiales una participación equitativa de mujeres y hombres en la fuerza laboral: multiplicaría el crecimiento del PIB. Según un estudio del Fondo, si la participación laboral de la mujer se equiparara a la del hombre, el PIB se elevaría de forma permanente entre el 5% y el 34%, dependiendo del grado de desarrollo de cada país. En Chile, nación de la Alianza, un reciente análisis apuntaba que aumentar la participación laboral femenina del 48% al 60% elevaría el PIB per cápita y la productividad en un 6% y aumentaría los ingresos tributarios en torno al 1,2% del PIB. El mundo crecería económicamente más… y probablemente mejor.

La educación es otra de las grandes claves para impulsar un desarrollo sostenible e impulsar equidad social y de género en unas sociedades como las latinoamericanas donde la desigualdad es uno de los principales lastres que obstaculiza el crecimiento. En este punto, la cumbre identificó la necesidad de cambiar el modelo educativo hacia niveles de calidad y excelencia de los que ahora carece, incorporando el uso de la tecnología.Y este es un punto realmente capital entre los ‘nuevos temas económicos’ que pasan a formar parte de la columna vertebral de la agenda económica de futuro, en los que merecen especial mención también una mayor inversión en conectividad y la generación de un entorno de transparencia y lucha contra la corrupción. En una Latinoamérica sacudida por el ‘tsunami’ del caso Odebrecht, la llamada de la Alianza a combatir la corrupción con contundencia y a cerrar filas para que las empresas que la practiquen no vuelvan a licitar ni a poder contratar en los países del grupo es otra señal esperanzadora.

Finalmente, el desarrollo sostenible necesita también de un entorno regulador amable, un ambiente financiero acogedor que garantice la seguridad jurídica y la cooperación en todos los sectores. En este aspecto, también la Alianza ha dado ejemplo, al ratificar su intención de trabajar codo con codo con el sector privado en la convicción, que comparto, de que solo se tendrá éxito en la medida que se sumen el compromiso empresarial y la voluntad política de los gobiernos.