“Sólo le falta pedirme que me corte la coleta… Me lo pensaría”. Iglesias ya se arreglaba para Sánchez como si fuera Cleopatra, enlechándose los brazos ya blancos y haciéndose grecas en el pelo griego (Cleopatra fue la última egipcia griega en una Alejandría que sería pronto romana). Eso le decía Iglesias a Ferreras, tirándose de las trenzas como una enamorada desesperada y colegiala. Hasta se había vestido, para la entrevista o para el cortejo, de escolar con corbata, un poco Angus Young y un poco estudiante del Club de los Poetas Muertos. No sabía todavía Iglesias que se iba a terminar cortando la coleta de verdad, pero sólo para cortarle la oreja o el rabo a Sánchez, de una manera imprevista, elegante y desconcertante, como un torero que hubiera hecho la faena de su vida sentado. Como Juncal.

No estaba seguro aún Iglesias de cortarse la coleta en la plaza, pública y sangrientamente, como si se cortara la lengua, o esperar a conversar con Sánchez y darnos el susto más tarde. Pero parece que fue Dilma Rousseff, la ex presidenta brasileña, presidenta de una presidencia alegre, populosa y sospechosa, como suelen ser las cosas por la bella y sufrida América, la que pudo terminar de convencerlo con un mensaje. No por casualidad han compartido como asesor al actual jefe de gabinete de Iglesias, Pablo Gentili, argentino, peronista y cargante, aficionado a meterse con Guaidó y con Macri de esa manera como italiana que tienen los argentinos de meterse con todo el mundo.

Iglesias va a colgar la cabeza de Sánchez. Y se va a cobrar la pieza de toda España para esa empresa ultramarina suya de ocupación y miseria

La América posmarxista nos manda adelantados, como nosotros los mandamos antes. Gentili o Echenique son una especie de venganza histórica, digamos. Como caballos de Troya en lancha o en cochecito, que llegan con una marea de cachivaches, cuadernas y crucifijos devueltos. Nos están devolviendo las cazuelas, la ocupación y la miseria, esa empresa de ocupación y miseria que es la nueva izquierda, que sólo triunfaba en América, entre las flores de trapo de la pobreza, pero ya pisó Europa y ahora está a punto de sentar ministros en el Gobierno español.

El mensaje de Rousseff parece que fue determinante para que Iglesias se cortara la coleta como un exvoto para Sánchez, como un hechizo de santería, como un amarre de amor. Pero, en realidad, Iglesias no se ha cortado la coleta. Quizá inspirado por ese mensaje desde Brasil, sólo se ha hecho una coleta brasileña como se hacen ingles brasileñas, justo donde la mirada y la carne hacen tijera. La coleta salvaje, como la ingle salvaje, sólo gusta a los salvajes. Es agradable el tarzanismo sexual y también político, sobre todo acompañado del abundante ego velloso de Iglesias. Pero Iglesias comprendió que era un precio pequeño, ese rasurado, ese pase rasante de la civilización, por conseguir un poder inimaginable cuando el partido estaba decayendo, como él, en el aburguesamiento, en la tripita y en un imperialismo familiar y fratricida, como de dinastía Julio-Claudia.

Hemos vuelto a Roma, ya ven, donde se envenenaba con uvas y se podía perder un imperio en un lecho de ébano abanicado con flabelos de plumas y suspiros. Pero a Iglesias no le ha hecho falta veneno, ni los ojos y pubis de arena de la lujuria egipcia. Sánchez, simplemente, se le ha rendido. Ha sido algo mágico, inexplicable. Sin ponzoñas, sin baños de leche de burra. De repente, delante de toda la España de gazpacho y televisor, Sánchez se sintió magnánimo, o invencible y guapísimo, como un jugador en Montecarlo, y soltó el farol que puede llenar el Consejo de Ministros de antisistemas.

Desde Brasil le llegó a Iglesias un mensaje que le hizo reconsiderar su ego y darse cuenta de que no era Sansón, de que su paso atrás le daba poder, no se lo quitaba. A Sánchez no le llegó ningún mensaje, ni de Brasil ni de La Moncloa, y dejó que su ego se explayara con vocecilla de pajarillo y satisfacción de esfínter. Ahora, quizá Sánchez pueda colgar el trofeo de la coleta de Iglesias, salvaje y lanuda como una lanza india. Pero Iglesias va a colgar la cabeza de Sánchez. Y se va a cobrar la pieza de toda España para esa empresa ultramarina suya de ocupación y miseria.