Opinión

Perded toda esperanza: no habrá gobierno de coalición, sino elecciones

Perded toda esperanza: no habrá gobierno de coalición, sino elecciones

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en el Palacio de Marivent. EFE

El 24 de julio, cuando el gobierno dio por rotas las negociaciones para la formación de un gobierno de coalición, Pedro Sánchez respiró tranquilo. Contra toda lógica, Pablo Iglesias había rechazado una vicepresidencia y tres ministerios en el non nato gobierno progresista de PSOE y Unidas Podemos (UP).

El presidente se había quitado un peso de encima. Gobernar con UP, con Iglesias o Irene Montero en el Consejo de Ministros, era algo que le sacaba de sus casillas. Un conflicto garantizado. Por eso construyó su argumentario en torno al veto al líder de UP en la creencia de que la soberbia de Iglesias le impediría dar un paso atrás. Pero no fue así. Personas influyentes tanto en el presidente como en el secretario general de Podemos -entre ellos, conocidos periodistas- presionaron hasta el último minuto para que no se frustrara la posibilidad de formar el "primer gobierno de coalición de izquierdas desde la II República".

Ya hemos detallado en estas mismas páginas lo que pasó después. Iglesias se equivocó al interpretar las cesiones de Sánchez (recordemos que su planteamiento inicial era el de un "gobierno de colaboración") como un síntoma de debilidad, en lugar de ver una oportunidad única e irrepetible abierta tan sólo por una necesidad táctica: demostrar a los electores de izquierda y a esos sectores mediáticos que presionaron para que se llevara a cabo el acuerdo que con Iglesias era imposible un pacto razonable.

Con el rechazo a su última oferta, el presidente tenía lo que más había deseado: la excusa perfecta para no pactar con UP e ir a elecciones.

El presidente lleva varios días reuniéndose con colectivos progresistas, que no aportan ni un sólo escaño, pero sí pueden aportar votos al PSOE

Aún hay quien confía en que hay tiempo para recomponer la situación, como si fuera cosa de un cabreo momentáneo. Y no es eso. No es eso. Es un puro cálculo electoral: Sánchez quiere remachar el clavo consolidando su mayoría parlamentaria en unos comicios en los que el PSOE emerge como el partido que puede aglutinar el voto pogresista, robándole a UP una buena parte de su electorado. Además, con una derecha dividida y aún debilitada tras el derrumbamiento del PP, la posibilidad de un triunfo conservador queda descartada. Ocasiones así no se presentan dos veces.

La rueda de prensa de ayer, tras el almuerzo con el Rey en el Palacio de Marivent, demostró a los que aún creen en la reconciliación que esa hipótesis sólo entra ya en la categoría del milagro. Sánchez no desaprovechó la ocasión para enfriar esas expectativas: "La desconfianza es mutua".

Nada sólido se puede construir sobre la base de la desconfianza. Incluso, a veces, es difícil mantener un proyecto de convivencia en el tiempo que ha nacido con la promesa del "sí, quiero".

A Sánchez sólo le queda construir el relato, es decir, la excusa, para justificar que su deseo, las elecciones, es la única alternativa posible

El presidente ha empleado los primeros días de agosto en reunirse con colectivos progresistas (mujeres, ecolgistas, educadores, etc.) para escucharles y recoger sus propuestas. Es decir, que está en plena precampaña electoral. Porque, digámoslo con claridad, esos grupos no aportan escaños, sino votos.

Si el presidente quisiera, de verdad, construir un consenso con el único partido que le podría dar un buen puñado de escaños (ni PP ni Ciudadanos le van a apoyar), lo que tendría que estar haciendo es reuniéndose, él o su equipo, con Iglesias o los dirigentes de UP para intentar llegar al 22 de septiembre con los deberes hechos. Pero no. Llevan quince días sin levantar el teléfono y los que te rondaré morena.

Como cuenta hoy Pablo García, cuando a Pedro Sánchez le preguntan en una de esas reuniones con colectivos qué hay del gobierno de coalición con UP, el presidente contesta sin inmutarse: "Vamos a elecciones".

Por tanto, a los que aún confían en esa posibilidad, habría que sacudirles las conciencias con aquella frase de La Divina Comedia: "Perded toda esperanza".

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