Anda que querer acabar el verano debatiendo con Carmen Calvo, que es como la dueña de la sombrilla… Sí, igual que es la dueña del feminismo o de toda la pelusa de cachorro del mundo, de ese socialismo de suavizante. No iba a hablar el presidente, aunque sí su gato con botas; no se iba a hablar de investiduras, sino del Open Arms, o esa persecución de hidropedales que el Gobierno, con un solo ojo abierto en agosto, montó con el Open Arms. Pero al menos el Congreso volvía a tener vida y se abría como el piano con telarañas de los señoritos de vacaciones.

El ambiente era escolar, y no por el olor septembrino a tiza y cajas de lápices recién talados que empieza a llegar, sino porque sus señorías parecen escolares, hablan como escolares, se reúnen como escolares, se ríen y se saludan y se miran las carpetas como escolares. O soy yo ya muy mayor para esta generación de políticos con camisetilla o pololo o lacitos. El verano les había dejado bronceados sobre canas o sobre canesús blancos, y hasta en la calle había varias ambulancias como para todos los ahogados o comatosos que volvían de la playa y de la barbacoa directamente al escaño. No parecían sus señorías muy preocupados por el bloqueo ni el desgobierno, allí en sus saludos como raperos y en sus conversaciones sobre el cutis que traía la gente, unos del Caribe y otros como del Himalaya. Era esa despreocupación como de estar lejos de los exámenes. Estaban todos algo despistados y la presidenta Batet saludó con un “buenos días” a la hora durísima de las 4 de la tarde, como la niña que se acaba de despertar de resaca.

La presidenta Batet saludó con un “buenos días” a la hora durísima de las 4 de la tarde, como la niña que se acaba de despertar de resaca

Como con campanazo de colegio, Carmen Calvo empezó su comparecencia sobre el Open Arms hablando de dónde estaba la Península Ibérica, con qué limitaba y cuál era su importancia geoestratégica. Sí, como el Parvulito o aquellos libros de Sociedad que empezaban con España en el centro del mundo, ridícula y ciclópeamente. Parecía que fuera a hablarnos de que habían rescatado a cartagineses, mencionando los históricos flujos migratorios, las diversas culturas que nos han visitado y las civilizaciones metalúrgicas o navegantes, con sus peroles y sus especias y sus clepsidras. Era mucho rodeo para hablar del Open Arms (ella pronunciaba algo más cercano a “Open Arse”, que no voy a traducir), pero uno, claro, empezaba a pensar que eso se daría ya en el tercer trimestre, al final del libro que Calvo traía. Como lo del Open Arms, lo que se iba haciendo con el Open Arms sólo era la ocurrencia del día, de cada desayuno con perdices de Sánchez, no había mucho que hablar en realidad. Por eso Calvo estaba ahí como llenando el Mediterráneo de guerras púnicas y grandes palabras de ésas que flotan muy bien: vidas, derechos, ética. Mientras Calvo rellenaba tiempo con una tesis global y geoconcienciada sobre el “fenómeno migratorio”, los frescos del techo del Congreso parecían comer racimos de uvas. De vez en cuando decía cosas como “40 luminosos años de democracia” y el propio Mediterráneo lleno ya de derechos, vidas y otras cosas extravagantemente flotantes, como somieres flotantes, parecía hacerle la ola.

Carmen Calvo llegó al segundo trimestre con el Aquarius, aquella verbena marinera que ella convertía en una cosa hazañosa, con detalle y suspense, dándole un tono como de cuento de campamento. Entonces no sabíamos que el Aquarius era sólo el primer barco de Playmobil que Sánchez iba a utilizar para el juego, la foto y el vacile. Después de la foto y de la feria marítima, a Sánchez se le olvidó toda la épica rescatadora y todos los sonidos de ballena con los que se dormía entonces. Cuando llegó el tercer trimestre, el Open Arms propiamente dicho, resulta que todo había sido un plan, una secuencia perfecta. Proponer Algeciras en un tuit, proponer luego Mallorca, mandar al Audaz a resolver él sólo el problema, quedarse sin misión como sin velamen, y todo aquello en fin, resulta que era solamente el gran plan minuciosamente trazado, adaptándose a cualquier inconveniente. Una cosa que fluía, vamos. Puro algoritmo. De vez en cuando, Calvo golpeaba el gong para decir que “todas las vidas son iguales”, hablar de “proteger derechos humanos” y hasta tranquilizarnos con un Plan África que parecía un concierto de Bob Geldof. Todo esto debería entenderlo “la leal oposición”, dijo con mucha guasa. Pero ni la oposición, ni sus “socios preferentes”, ni nadie creo, lo entendía. Pronto lo dejarían claro.

A Cayetana lo que le pasa es que queda fuera de estilo, como esos cantantes de ópera que sacan un disco de rancheras

Cayetana se estrenó vestida de rojo Fénix y como con espada flamígera. Tenía ganas de debatir con Calvo, con la larga historia que traía de pisotear la lógica, el diccionario y hasta la “wikipedia”, llegó a decir. A Cayetana lo que le pasa es que queda fuera de estilo, como esos cantantes de ópera que sacan un disco de rancheras. Es decir, Cayetana no resulta del todo efectiva en ese ambiente un poco borderline del debate parlamentario. Ella mata con adjetivos, con matices, con enumeraciones, con tropos, que luego el soldadito político, el sofista, rebate con lo del ataque personal o con lo de “ir a los hechos”. Aquello de que “Sánchez sólo da la cara cuando sus rasputines le dicen que hay foto” es una verdad, pero eso de rasputines les suena a latinajo y a ella la deja de repipi. Y la comparación, bien traída en el fondo, entre Sánchez y Salvini, del parecido entre su negocio político con la inmigración, era demasiado sutil para las convenciones de la política de pegatina.

Calvo no la miraba, y la bancada azul se reía de ella como de una friki, como se reiría un quarterback de Sheldon Cooper (eso me parecía la risa de Sánchez, una risa como de desprecio de mentón ancho y casco con un carnero dibujado). María Jesús Montero, por cierto, parecía dirigir las risas como una conga, allí desde su escaño. Calvo se atrevió a poner a Cayetana de novata en la réplica, pero no se trata de la experiencia, sino de los modos, de la concepción de la política y hasta del lenguaje de la política. Algo así como si Cayetana hubiera traído al Congreso aquello de “la rosa y el látigo”, y que no puede sino resultar chocante y odioso en unas comadres o compadres que se entienden con el lenguaje de los tratantes, los estafadores y los menoreros. A pesar de todo, Calvo se centraba en ella. La estaba apuntalando como referente. En la réplica, Cayetana sí se libró un poco de los retruécanos y fue disparando a las incoherencias desde Calvo con ZP hasta las concertinas, las devoluciones en caliente y los acuerdos con Marruecos para llevarse a la gente en la cesta de las serpientes si hacía falta. Una frase como una bala en el desierto, y no necesitaba más. En un momento, la bancada azul parecía esos escenarios con tiza del CSI.

También debutaba Arrimadas, que sigue siendo brillante, aunque convencional. Es decir, a Cayetana la miran como a una extraterrestre, y Arrimadas sigue siendo rápida y mortal, pero sin la poesía canalla, baudeleriana, que deja Cayetana, ni su pesantez escolástica. Arrimadas no parecía debutar porque no debutaba, claro. Acostumbrada al Parlamento Catalán, que es como un mundo de Escher del desatino, rebatir a Calvo no es pasar a ningún otro nivel superior. Arrimadas reprochó los 6 meses sin sesiones de control y dijo que todo aquel debate se resumía en una sola cuestión: que el gobierno no tiene política migratoria y que nadie sabe qué pasará con el próximo Open Arms, si harán con él el barco de Chanquete, si le mandarán buzos con flores hawaianas, si lo meterán debajo de la alfombra, o qué.

A Cayetana la miran como a una extraterrestre, y Arrimadas sigue siendo rápida y mortal, pero sin la poesía canalla, baudeleriana, que deja Cayetana

Me sorprendió Rafael Simancas, que salió como un púgil envejecido anfetaminizado para declarar que todo aquello era un “aquelarre” contra el Gobierno y aprovechar para darle caña a Iglesias, que, siempre agachadizo, sólo parecía uno que estaba por el Congreso vendiendo pipas como en un cine de verano. No era aún el día de Iglesias, como no era el de Sánchez, que se limitaba a despreciar a la gente desde el piso superior de sus cejas; ni de Rivera, que parece que ha vuelto de las vacaciones despeinado de olas; ni de Casado, que sigue dejando crecer o entrenar su barba para algún combate de gladiadores u osos. Simancas tiene algo del viejo PSOE rabioso que aún resulta melancólico. Su defensa fue una defensa estándar, podría haber servido para todo, como lo que hacía Alfonso Guerra.

Al final, puede que Calvo tenga razón. Sí que puede haber un plan detrás. Detrás del Open Arms y de todo. Si consiguen que la improvisación parezca un proyecto y la ocurrencia una meticulosa metodología, y que esto le siga funcionando a Sánchez como le funciona el tiro del pantalón y su mirada como de reventar el Valle de los Caídos con la Fuerza, como le funciona tocar el gong sensiblón a Calvo; si es así, puede que sea el mejor plan político de la historia de la democracia.