El 28 de abril Vox logró 24 escaños. Todo un éxito, partiendo de cero. Pero esa noche, en la Plaza de Colón donde se convocó a los simpatizantes no se respiraba euforia, sino más bien decepción. Algunos de sus dirigentes abrigaban la esperanza de dar la campanada logrando alcanzar hasta 50 escaños. Fue una jornada con sabor agridulce.

La manipulación de encuestas fantasma había alimentado esa alucinación, que no sólo prendió en los movilizados votantes de la formación verde, sino que provocó el pánico en Génova 13, cuartel general de un desquiciado PP. "En los días previos al 28 de abril había gente que nos aseguraba que Vox incluso podría sacar más votos que nosotros", reconoce un miembro de la dirección del PP.

En realidad, los resultados de Vox no fueron malos, sino bastante buenos. Logró el 10,26% de los votos, casi el mismo resultado que el obtenido en Andalucía (10,97%) en los comicios celebrados el 2 de diciembre de 2018. Pero ya se sabe, no hay nada peor que despertar unas expectativas que luego no se cumplen.

En las elecciones municipales del 26 de mayo, Vox se desplomó hasta el 2,9%, aunque en las europeas, con circunscripción única, obtuvo el 6,2%, cayendo así más de 4 puntos respecto al resultado de las generales, celebradas tan sólo un mes antes. Algunos pensaron que el partido de Santiago Abascal había llegado al final de su corta historia tras unos meses fulgurantes. Pero no ha sido así.

Testarudas, las encuestas coinciden en que Vox logrará mantenerse en el entorno de los 20 escaños en las elecciones del 10-N. Es decir, que obtendría en torno al 10% de los votos, con unos seguidores que muestran una sólida y elevada fidelidad.

El mayor éxito de Abascal ha sido transmitir a sus votantes no las ansias de victoria, sino la convicción de la autenticidad

¿Por qué, a pesar de que nadie espera ya milagros, Vox sigue concitando el respaldo del votante de extrema derecha? ¿Por qué el voto útil, que aconsejaría apoyar a un PP que parece que será el partido más beneficiado en las próximas elecciones, no consigue desmovilizar a los empecinados simpatizantes de Vox?

La clave está en la épica. Quizás el mayor éxito de Abascal haya sido transmitir a sus votantes no las ansias de victoria, sino la convicción de la autenticidad. Vox se ofrece como el partido que, sin complejos, defiende a España por encima de todo, el partido más consecuente en su lucha contra los independentistas.

Los dirigentes de Vox son una mezcla de caballeros andantes y soldados en defensa de unas tradiciones que hunden sus raíces en la lucha por la reconquista contra los invasores musulmanes. Machotes dispuestos a partirse la cara por España que no tienen inconveniente en acusar a los inmigrantes de degradar la convivencia y aprovecharse de la sanidad pública.

En la noche en que se cerró el acuerdo para la constitución del ayuntamiento de Madrid, tras una negociación que se prolongó hasta altas horas de la madrugada en el Hotel Orfila (jundo a la sede del PP en Madrid), Teodoro García Egea y Javier Maroto se quedaron con la boca abierta cuando, al levantar sus vasos, Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros, se arrancaron al unísono para entonar el brindis de los Tercios de Flandes: "¡Por España! y el que quiera defenderla, honrado muera, y el traidor que la abandone, no encuentre quien le perdone...!

Monasterio y Espinosa de los Monterios levantaron sus vasos y entonaron el brindis de los Tercios de Flandes: "¡Por España! y el que quiera defenderla honrado muera...

Con ese espíritu un tanto legionario Vox aborda estas elecciones con el orgullo de no haberse puesto de rodillas ante la dictadura de lo políticamente correcto.

Defensores del catolicismo a ultranza, de las esencias, en su estilo más machadiano, los toros, la caza, la familia y, por supuesto, la bandera, los españoles pata negra han encontrado en Vox el partido que dice lo que a ellos les gusta escuchar. Y, además, el único que, de verdad, da caña a los progres.

Aunque bajen algo más de lo que dicen las encuestas, Vox no es un experimento efímero. Lo que le hace resistente a los vaivenes electorales es precisamente su esencia como partido irredento.

Una de sus figuras más emblemáticas se presentó de esta guisa a un líder del PP cuando se conocieron para negociar el pacto en Andalucía: "Mi nombre es Javier Ortega, abogado, y lo he dejado todo para servir a España".

Hoy seguramente volverán a llenar la Plaza de Vistalegre, como ya hicieron hace casi un año, cuando nadie daba un duro por ellos. Enardecidos ante la urgencia de volver a salvar a la patria en peligro, como ese grupo de los Tercios de Flandes que aguarda la muerte ante el empuje de la caballería enemiga y que Arturo Pérez Reverte retrató con crudo realismo en el Capitán Alatriste.