Albert Rivera decía lo de la banda de Sánchez en un Congreso de los Diputados en el que los ujieres, como criadas, empezaban ya a echar las cortinas y a entornar los portones igual que pianos. La investidura iba a fracasar, la casa se iba a cerrar, los leones se iban a cubrir con sábanas, el Congreso se iba a quedar tintineando en la oscuridad como las vajillas guardadas, precisamente porque no había tal banda. Podemitas con guillotina, indepes con teas, rufianes de la sangre o la pela, nacionalistas de pote, bilduetarras con pico ganchudo, no eran ya la banda de Sánchez, que prefería irse a Doñana a pasar el verano embolado como un jilguero, esperando la investidura gratis o la repetición de elecciones. No podían ser verdad a la vez la banda de Sánchez y el no a Podemos.

Una negativa, además, con todas las variantes y gradaciones posibles de humillación y hasta de cachondeo. Recuerden a Carmen Calvo diciendo que los de Podemos “dejaron pasar su oportunidad”, como si Sánchez hiciera sus ofertas de gobierno en noches locas o tristes, como amantes de alguna canción de Sabina o de Los secretos. No podían ser verdad la banda y el no a Podemos. Al menos, no simultáneamente. Lo de los 40 ladrones con patibularios patillosos y sacamuelas avaros era una imagen sombría y shakesperiana, pero ya no era cierta. Aunque, hay que recordarlo, una vez lo fue. La banda la reclutó Sánchez para la moción de censura, como si fuera George Clooney planeando robar algún casino cascada de Las Vegas. Pero una vez conseguido el objetivo de llegar a La Moncloa, uno no puede permitirse andar con piratas. Se trataba ya de crear la imagen presidencial, limpia, centrada, fofiprogre, que le permitiera a Sánchez ganar las próximas elecciones con soltura suficiente para gobernar en batín.

Rivera siguió hablando de la banda cuando ya no había banda, metiendo miedo con un gobierno Frankenstein que ya estaba guardado en la nevera

Rivera siguió hablando de la banda cuando ya no había banda, metiendo miedo con un gobierno Frankenstein que ya estaba guardado en la nevera, desmontado como el cerdo de las láminas de las carnicerías. Ya no había banda en las intenciones de Sánchez, aunque jugó mucho, y sigue jugando, a la ambigüedad (todavía va del icetismo tibio al 155 con cíclica resaca). Hay que conservar al Frankenstein fresco en la nevera por si alguna vez, en una emergencia, Sánchez tiene que sacar siquiera butifarra para comer. Pero no había banda, y Rivera, ante la España que se había tragado el cuento del presidente florero, sólo conseguía parecer un personaje desquiciado, obsesionado y ridículo, como el inspector Javert patetizado en musical.

No había banda, pero sí un Sánchez que no gobernaba, que pasaba el tiempo disponiendo la aromaterapia de sí mismo por La Moncloa y por la televisión, como una guirnalda de jazmín de la antipolítica. Sí había razones para decirle que no, pero Rivera equivocó la táctica, y el foco de su intensidad, consiguiendo solamente anularse como alternativa. Descartó demasiado pronto el acercamiento venenoso, con el que se llega a la distancia de la daga. Ignoró, en fin, todas las sutilezas de la venganza y se convirtió en un basilisco rubito, como un ángel exterminador encoloniado.  

Estas elecciones van a ser las más absurdas e inútiles que hayamos conocido. Hasta los rivales están siguiendo el guion de vigilante de la playa del presidente

Ya no hay banda, pero sí bandazos de Rivera, que trata de reajustarse nerviosamente ante la invocación de su propio desastre y ante un adversario que parece imbatible. Ahora, hasta Casado se compromete al “desbloqueo”, con lo que podemos ya dar a Sánchez por investido, con el PP y Cs como mirones de parque. ¿Con qué fuerza van a negociar ahora? ¿Por qué tendría Sánchez que hacer alguna concesión en vez de volver a embolarse en los sofás de nata y fresa de La Moncloa esperando sin más su investidura como un Pentecostés?

Estas elecciones van a ser las más absurdas e inútiles que hayamos conocido. Hasta los rivales están siguiendo el guion de vigilante de la playa del presidente. No hay, ahora mismo, ninguna alternativa a Sánchez, el único que no se mueve mientras los demás dan bandazos como aparatosas cabezadas de dormido, de borracho o de grogui. Rivera da bandazos hacia el arrepentimiento y, los demás, ya ven, hacia el centro, hacia la sumisión o hacia el odio juramentado ante un yugo joseantoniano o un librito de Mao hecho de hojarasca. Sánchez ha ganado ya. Es demasiado tarde para el Rivera bisagra y para el Casado patriota y para el Iglesias vengador histórico de la izquierda auténtica. Es demasiado tarde para todo, aunque esto parezca, otra vez, una canción de amantes desgraciados o de cornudos tristes de Sabina o de Los secretos.