El presidente del gobierno planificó la repetición electoral como una segunda vuelta de los comicios de abril: remachar el clavo de su victoria con una mayoría holgada que le permitiera prescindir de socios desagradables, como Pablo Iglesias y los independentistas.

Era un buen guión... sobre el papel. Pero la realidad ha demostrado que las previsiones, los sesudos análisis, están siempre supeditados a los hechos. Y los hechos, como decía Carlos Marx, son testarudos. No se dejan encajonar en un cálculo, sino que fluyen a su libre albedrío, haciendo saltar por los aires estrategias y deseos.

La sentencia del procés y la exhumación de Franco componían los dos vectores sobre los que el presidente del gobierno pretendía forjar su imagen como hombre de Estado, como eje de la centralidad, como político de orden. La "mayoría cautelosa" -como llaman en Moncloa a esos millones de votantes que inclinan la balanza del éxito electoral- depositaría su confianza en Sánchez, como única garantía de un gobierno sólido que sacara al país de una inestabilidad casi crónica que dura ya varios años.

Los independentistas y los franquistas se constituirían en esas dos caras de la España cainita y autodestructiva que nos quiere llevar al pasado, a los terribles años 30. Mientras que Sánchez -en ese dibujo teórico- personificaría a la España moderna y proeuropea, con dominio del inglés y Falcon incluidos.

Los enfrentamientos de Barcelona han situado a Cataluña en el centro de la campaña. Franco sólo será una anécdota en la pugna por el voto de la gente de orden

Pero los acontecimientos de Barcelona no han sido flor de un día, sino que han estado a punto de convertirse en una segunda Rosa de Fuego (como se conoció a la Semana Trágica).

La persistencia de los incidentes, su virulencia, la incapacidad para controlar los disturbios por parte de las fuerzas de seguridad del Estado (fundamentalmente Mossos y Policía Nacional) han dejado al gobierno en una situación delicada. Envalentonados, los independentistas reclaman a Sánchez la amnistía y el referéndum de autodeterminación, a modo de chantaje para llamar a la calma a la turba. Los sindicatos policiales se han quejado de falta de medios y respaldo político a sus arriesgadas intervenciones (casi 300 heridos, uno de ellos muy grave). Mientras que el PP, que reclama medidas excepcionales en Cataluña, sigue subiendo en las encuestas hasta situarse muy cerca del empate técnico con el PSOE.

No. Eso no estaba en el guión. Este lunes el presidente acudió a Barcelona en visita relámpago para estar con los policías heridos y tuvo que hacerlo en secreto, con gran aparato de seguridad y entre gritos e insultos. Un presidente acorralado no es la mejor tarjeta de presentación para unas elecciones que están a la vuelta de la esquina.

Esa misma tarde, Moncloa difundió los pormenores de la exhumación de Franco, que se llevará a cabo el próximo jueves.

La exhumación del dictador ha sido un empeño personal del presidente. Ha logrado superar todos los obstáculos, incluida una sentencia del Supremo que le ha dado la razón al gobierno. Ya están en el Valle el helicóptero que lo trasladará los restos del generalísimo al cementerio de Mingorrubio, los operarios que lo sacarán de la tumba y los guardias civiles que controlarán la seguridad del recinto.

La exhumación será un acontecimiento histórico, al que no le faltarán detalles pintorescos, como la presencia del hijo sacerdote del coronel golpista Tejero.

Pero la salida de Franco del Valle de los Caídos apenas sí tendrá relevancia electoral. Y si la tiene, será para reforzar a los partidarios de Vox, único partido que se ha manifestado abiertamente en contra de la medida.

El juego de equilibrios que pretendía Moncloa ha fallado estrepitosamente. El centro de gravedad se ha desplazado de forma dramática hacia Cataluña. Ni siquiera el anterior "socio preferente" de Sánchez, Unidas Podemos, le agradecerá el gesto. Iglesias se ha convertido en uno de los mayores críticos del presidente. Le reclama diálogo con los independentistas y se manifiesta junto a Bildu para pedir la amnistía de los "presos políticos".

Franco, por mucho que sea el símbolo de una España tenebrosa, lleva muerto 44 años, mientras que los enfrentamientos en Barcelona están ocurriendo ahora mismo. El presidente, que en un momento de euforia pensó incluso en acariciar los 150 escaños, ahora se debate por mantener su pírrica victoria del 28 de abril.

¡Qué gran guión para una película de Berlanga!