En la universidad siempre ha pasado lo mismo, que había tunos de los bares y tunos de la política. Luego estaban los estudiantes sin más, unos tristes a los que se les notaba siempre el luto de estudiar, por su horario de huerfanita, por sus libros fúnebres o heredados, por acompañarse de cirios y estampitas y de pesados muertos en armones hacia o desde los parciales de Cálculo. El tuno de bar, mientras, estaba en el bar, como un padre (a veces tenían edad de padre), y siempre con las convocatorias, el cigarro, la cerveza, el ligue y el dinero a punto de agotarse. Pero también ellos hacían universidad a su manera, como una estatua de Quevedo, que parece un tuno, ahí plantada. Ellos sabían todo lo que había que saber sobre la universidad, menos las asignaturas. Eran los licenciados inversos, cuidando del equilibrio cósmico del conocimiento.
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