Testarudas, las encuestas, incluidas las que llegan disfrazadas de frutas desde Andorra, muestran un panorama muy distinto al que buscaba Pedro Sánchez cuando decidió convertir el 10-N en una segunda vuelta de las elecciones del 28 de abril.

Según el consenso de todos los sondeos (excluimos al CIS por razones obvias), el PSOE lograría a duras penas mantener el resultado de hace seis meses. Por contra, la repetición electoral favorecería al PP (que rozaría los 100 escaños); hundiría a Ciudadanos y convertiría a Vox en tercera fuerza política, mientras que UP salvaría los muebles. Ese escenario, que daría un práctico empate entre los bloques de izquierda y derecha, vuelve a poner sobre la mesa la cuestión a la que ninguno de los candidatos ha querido responder durante la campaña: ¿cómo romper el bloqueo?

Asumiendo que un "gobierno progresista" no sería posible: el PSOE y UP no sumarían (ni siquiera con el PNV) una mayoría suficiente y, para lograrla, Sánchez tendría que apoyarse en ERC, lo que no parece probable, la única alternativa posible sería una abstención de PP y Ciudadanos a un gobierno socialista en solitario. Pero Pablo Casado ha dicho que "en ningún caso" apoyará un gobierno de Sánchez, mientras que Albert Rivera ha circunscrito esa posibilidad a la ruptura por parte de los socialistas de su acuerdos con independentistas en Navarra y en la Diputación de Barcelona.

¿Estamos abocados a otro bloqueo y, por tanto, a una nueva repetición electoral? No creo que eso sea posible. El hartazgo de los ciudadanos es palpable y, si nos viéramos abocados a volver a votar, que no le quepa duda a nadie, los más beneficiados serían los partidos extremistas.

Si continúa el bloqueo, una solución sería que el PSOE propusiera a Felipe González la presidencia, con el visto bueno de PP y Ciudadanos. El ex presidente escucha: "Estoy un poco mayor para eso"

España no se puede permitir el lujo de la parálisis permanente. ¿Es que acaso no han bastados los últimos dieciocho meses? Si un gobierno es necesario en cualquier circunstancia, ahora se antoja imprescindible y urgente. La situación en Cataluña lleva camino de la cronificación, con el añadido de que los violentos se han convertido en la vanguardia del independentismo.

Además, la situación económica exige tomar medidas sin dilación. Los datos de la EPA de octubre son una incuestionable luz de alarma. El recorte de la Comisión Europea al crecimiento esperado tanto para este año como para 2020, no sólo anuncia una ralentización más brusca de lo que se preveía, sino que obligará al próximo gobierno -sea el que sea- a realizar ajustes presupuestarios para cumplir los objetivos de déficit.

No hay tiempo que perder y sería una irresponsabilidad primar intereses partidistas a las necesidades de la nación.

Ni en política ni en economía hay remedios mágicos. Pero, en ocasiones, cuando los problemas son extraordinarios, hay que recurrir a soluciones extraordinarias.

Y es de eso de lo que se viene hablando en los últimos días en algunos círculos políticos y empresariales. Me refiero a la solución Felipe. Que, como los extintores, sólo sería utilizable en caso de incendio. Es decir, en caso de que Sánchez no pudiera formar gobierno y el PP se negase a darle su respaldo por medio de la abstención en la sesión de investidura.

Sería el momento en el que el ex presidente del gobierno, un hombre que mantiene prácticamente intacto su carisma entre los votantes socialistas y que continúa siendo un interlocutor valido frente a otros líderes europeos y americanos, diera el paso. Sería, en todo caso, una solución temporal (ni siquiera tendría que durar los cuatro años de una legislatura) y serviría para construir un gran consenso respecto a Cataluña y para poner en marcha las reformas que necesita la economía española para evitar una nueva recesión.

El ex presidente escucha, no dice ni que sí ni que no. Lo piensa y reflexiona: "Yo ya estoy un poco mayor para eso". Pero hay personas en su entorno que no dejan de animarle.

Naturalmente, para que la solución Felipe pudiera llevarse adelante, sería necesario que Sánchez diera un paso atrás y que tanto Casado como Rivera dieran su visto bueno a un gobierno que no sería de coalición, aunque en él podrían integrarse independientes.

No es muy probable que Sánchez esté por la labor. Ni de broma se plantea dimitir si consigue un voto más que el PP. Y tampoco hay a su alrededor dirigentes de peso que puedan forzarle a ese sacrificio. Bueno, tal vez el único que podría hacerlo es Borrell, que será el jefe de la diplomacia europea y al que la solución Felipe no le suena nada mal.

España no es un país propicio para las operaciones de laboratorio. Y, de hecho, la solución Felipe parece más un deseo de viejos rockeros de política que una posibilidad real en estos momentos.

Pero si hubo alguna ocasión en la que España necesitó la sabiduría, la capacidad y la experiencia de un hombre de Estado, esa ocasión es ahora. Pero esperemos a ver lo que ocurre en este incierto 10-N.