Vayamos en primer lugar a los hechos: en las elecciones del 10 de noviembre el PSOE de Pedro Sánchez pierde 3 escaños y 760.000 votos y Unidas Podemos de Pablo Iglesias pierde 7 escaños y también 653.000 votos.

Esa noche, el líder popular, Pablo Casado, que ha ganado 23 escaños, llama a Pedro Sánchez para felicitarle por su victoria, magra pero victoria al fin y al cabo, y no obtiene respuesta. Apenas un whatsapp varias horas más tarde en el que sólo le dice "Hablaremos". Después de eso, nada. Silencio por parte de Sánchez

Cuarenta y ocho horas después, y para sorpresa de todos, incluidos los suyos propios, el candidato socialista y el líder de Podemos aparecen en una esquina de un salón del Congreso y frente a una mesita firman un acuerdo sobre la base de un folio y medio que reparten entre los estupefactos periodistas y a continuación se dan un abrazo para sellar el pacto entre quienes habían sido hasta ese instante encarnizados enemigos y responsables -uno mucho más que el otro- de esta repetición electoral que se ha saldado con un fracaso indiscutible de ambos, pero especialmente del presidente del Gobierno en funciones.

La noticia llega a la sede del Partido Popular que está en plena celebración la reunión de su Comité Ejecutivo para analizar los resultados electorales. Pero no le llega porque Pedro Sánchez se lo haya comunicado a Casado, sino porque el acto del abrazo es público y alguien se lo trasmite a los dirigentes populares.

Una semana después de las elecciones y a cinco días de aquella sorpresa, Casado sigue si recibir ninguna llamada del presidente del Gobierno en funciones ni para cambiar impresiones y mucho menos para concertar una cita en La Moncloa. No hay que ser muy despejado para comprender a estas alturas que Pedro Sánchez no tiene el menor interés en establecer contacto con el líder del PP porque sus prioridades son muy otras y porque, aunque la foto del abrazo haya tenido como propósito fundamental el de desviar la atención de su fracaso electoral, parece claro que es por esa senda de pactos con la extrema izquierda y con los independentistas por la que ha decidido discurrir.

Sánchez prefiere intentar hasta el final entenderse con Esquerra antes que con Pablo Casado

Y la confirmación de que su decisión es firme viene de la mano de la carta que el líder socialista envía a sus militantes para pedirles que aprueben su pacto recién sellado con Pablo Iglesias en pos de un gobierno "progresista", carta en la que no se menciona en ningún momento a Cataluña ni al desafío planteado por los independentistas catalanes y en la que, eso sí, plantea el acuerdo con Podemos en la necesidad de frenar a "la ultraderecha, fortalecida por unas derechas que se acobardan ante sus mensajes de odio y que se abrazaron a ella en gobiernos autonómicos y municipales cada vez más retrógrados".

No hay en ese mensaje la más ligera insinuación de un remoto interés de Pedro Sánchez en alcanzar algún tipo de acuerdo con Pablo Casado ni con quien asuma ahora la dirección de Ciudadanos. De hecho, Casado continúa a día de hoy sin recibir noticias de Sánchez. El círculo cercano al presidente se argumenta, para excusar el desinterés de éste en establecer un contacto con el dirigente del PP, que el propio Casado ha dicho -y su secretario general García Egea ha ratificado- que en ningún caso van a participar en hacer presidente al candidato socialista y por lo tanto, dicen, ése sería un esfuerzo destinado al fracaso.

Se podría admitir esa excusa si no fuera porque eso mismo dijo exactamente Pere Aragonés, vicepresidente de la Generalitat y número dos de ERC -en realidad, su líder efectivo porque Oriol Junqueras está en la cárcel-, quien ha puesto desde el principio por delante un no rotundo a la posibilidad de investir a Sánchez. Pero los contactos con Esquerra no han dejado de sucederse. ¿Por qué? Porque Sánchez prefiere intentar hasta el final entenderse con ellos antes que con Pablo Casado. Porque es en esa dirección en la que el presidente en funciones ha optado por caminar.

Es en estas condiciones en las que se plantea por parte de varios dirigentes el PP la conveniencia, la necesidad, incluso la urgencia de proponerle al líder socialista un "diálogo inmediato" con la intención de desmontar el acuerdo de Sánchez con Podemos y la previsible negociación para lograr su abstención, que ya está en marcha, con los independentistas de ERC , además de con los nacionalistas del PNV y con los regionalistas variados que han conseguido representación en el Congreso.

¿Piensa Fernández-Vara que un ofrecimiento de Casado a Sánchez, que no se ha molestado ni siquiera en devolverle la llamada, va a modificar la voluntad de su secretario general?

El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, fue el primer promotor de esa iniciativa de diálogo inmediato. Otros barones populares también se inclinan por que su partido ofrezca al PSOE su abstención en la sesión de investidura porque consideran que eso impediría la formación de un gobierno PSOE-Unidas Podemos con el apoyo de los regionalistas y la abstención de los independentistas, incluidos los de Bildu.

Incluso la portavoz del grupo del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, aboga por que se proponga a Sánchez la formación de un gobierno de concentración constitucionalista entre PSOE, PP y Ciudadanos. Todas estas propuestas, además de basarse en el temor y en el rechazo al proyecto de gobierno que está pergeñando Pedro Sánchez con "lo mejor de cada casa", parten de la base de que un ofrecimiento de esa naturaleza podría hacer dudar al actual presidente hasta llegar a deshacer los acuerdos ya cerrados con Iglesias y algunos partidos pequeños más.

Pero todos, incluidos los proponentes, sabemos que no es así, que ese intento -que sí que debe hacerse por otras razones que ahora se dirán- está destinado al más rotundo fracaso. También algunos barones socialistas están alarmados ante la deriva que está tomando las negociaciones resultantes del "segundo abrazo" -el primero se lo dio con Albert Rivera en febrero de 2016 y quedó en nada- e incluso el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández-Vara, ha llegado a decir que “en manos del PP y de Cs está que los independentistas sean irrelevantes en este país”.

La sugerencia de proponer un gobierno de concentración constitucionalista está igualmente destinada al fracaso más estrepitoso, aún más que la idea de la abstención

¿Piensa Fernández-Vara que un ofrecimiento de Casado a Sánchez, que no se ha molestado ni siquiera en devolver la llamada al líder del PP, va a modificar la voluntad de su secretario general? Si fuera así -cosa que dudo mucho- se equivocaría de medio a medio. La decisión de su jefe está tomada e incluye el propósito del equipo de Sánchez, no sólo de conseguir "domesticar" políticamente a los de Unidas Podemos sino también de atraer a los independentistas catalanes de Esquerra a un espacio de acercamiento en el que las posiciones del secesionismo se suavicen y, mediante los polvos mágicos del diálogo, se pueda encontrar un punto de acuerdo común que facilite la abstención de ERC en la investidura y abra un periodo de conversaciones en busca de un acuerdo.

En resumidas cuentas, estamos ante el eterno cuento de la lechera del que algunos, demasiados, no quieren recordar su final. Porque si ERC se abstiene, y los contactos ya se están celebrando, tengamos por seguro que será a cambio de cobrarse precios inasumibles para todos los que defendemos una España unida de ciudadanos libres e iguales. Y ya lo han advertido los secesionistas: esta vez no lo haremos gratis, como con la investidura de 2018.

Pero a todos los que se quieren cargar la Constitución y lo que ellos llaman despectivamente el "régimen del 78" les conviene extraordinariamente un gobierno como el que ahora mismo se está pergeñando, con un Sánchez debilitado y necesitado imperiosamente de apoyos para salir elegido presidente, y un vicepresidente in pectore que ha defendido una y mil veces el inexistente "derecho de autodeterminación", la celebración de un referéndum, que llaman pactado pero que es ilegal, y la existencia en España de presos políticos. En definitiva, para todos ellos una bicoca de gobierno.

No van a dejar escapar ese chollo que se les ha presentado después de las elecciones y probablemente van a hacer posible este gobierno de retales porque la opción, aunque remota, de unas nuevas elecciones generales podría dar el poder al centro derecha e incrementar la presencia parlamentaria de Vox y eso daría al traste con sus esperanzas de hoy. Pero lo que sí van a hacer es exprimir la necesidad angustiosa de la abstención de ERC por parte de Pedro Sánchez, del que ya se ha comprobado que tiene principios pero que si no gustan al interlocutor, tiene unos cuantos más de recambio, lo que le convierte en un pedazo de plastilina en manos de los independentistas siempre que lo acordado no resulte tan, tan, tan escandaloso que ponga a todo el país en pie.

Este es el panorama real que tenemos delante de la cara y no otro. Por lo tanto, pretender que una oferta de abstención por parte del PP y de Ciudadanos daría un vuelco a la situación es una ingenuidad y, por parte de los barones del PSOE, evidencia una voluntad escapista que busca señalar a los de al lado para no tener que enfrentarse cara a cara con su jefe. Y la sugerencia de proponer un gobierno de concentración constitucionalista está igualmente destinada al fracaso más estrepitoso, aún más que la idea de la abstención.

Sólo tienen una ventaja todas esas propuestas: la de dejar bien claro ante la opinión pública quién es el responsable de que se vaya a constituir un gobierno con la extrema izquierda y con el permiso interesado, que es un apoyo real, de los independentistas. El PP tiene ahora la oportunidad, y también la obligación, de mantenerse firme en la defensa de los valores constitucionales que los independentistas van a intentar derribar en el transcurso de estas primeras negociaciones para la investidura del candidato socialista y más adelante, durante el tiempo que dure esta legislatura, que tiene toda la pinta de que va a ser corta. En este plazo deberá fortalecerse como opción real de gobierno de cara a las próximas elecciones, sean éstas cuando sean.

El PP tiene ahora la oportunidad, y la obligación, de mantenerse firme en la defensa de los valores constitucionales que los independentistas van a intentar derribar

Mientras tanto, si el PP y, si fuera posible, Ciudadanos formularan ahora sus propuestas con la firmeza y la determinación necesarias para que resulten creíbles, Pedro Sánchez se vería obligado a explicar por qué razón prefiere gobernar con quienes hasta hace poco le quitaban el sueño no sólo a él sino también al 95% de los españoles y por qué motivo está dispuesto a negociar cesiones -no pueden ser otra cosa- a cambio de su abstención con quienes quieren romper España. Tendría que explicar por qué no acepta un acuerdo con el principal partido de la oposición que defiende la vigencia de la Constitución del 78 en una situación extraordinaria de la vida política española que está próxima a la emergencia.

Para eso sí serviría una propuesta del PP y de Ciudadanos. Pero desde luego no para revertir una trayectoria que se inició con toda claridad dos días después de las elecciones y que, a salvo de un improbable fracaso, sigue imperturbable su camino. En este punto la suerte está echada.