El empresariado catalán no está contento con cómo ha resultado la "operación independencia" que sus más destacados miembros, y otros muchos de segundo y tercer nivel, han estado apoyando y financiando durante años, convencidos como estaban de que algo bueno se podría sacar de un Madrit presionado hasta el límite por los líderes políticos, del presidente de la Generalitat al último de sus consejeros, apoyados por unas masas convenientemente adoctrinadas con la promesa de una Cataluña independiente, próspera y feliz dentro de la UE.

Pero las cosas no han salido como ellos habían calculado. Lo que ha ocurrido es que a un presidente torpe le ha sucedido otro más torpe aún y progresivamente fanatizado y que a éste le ha sucedido otro definitivamente peligroso que azuza la violencia callejera, aplaude a los energúmenos que levantan barricadas en las calles de la capitales catalanas e insulta, con un nivel de ínfima categoría intelectual a quienes hablan castellano.

El prestigio político, social y económico de la comunidad se está yendo por el sumidero, la inversión internacional en la región se retrae, el crecimiento se ralentiza y Cataluña ya no es el motor económico de España sino que pierde cada vez más puestos en el ranking nacional de las más boyantes.

Barcelona está dejando de ser noticia por motivos dignos de admiración y ha pasado a serlo por la violencia que se vive en sus calles. Políticamente la gestión de la Generalitat es un auténtico desierto. Cataluña no está gobernada, allí no se hace otra cosa que agitar la presión de los violentos y dar vueltas en torno a la independencia sin que hasta el momento se haya visto el más mínimo resultado en este sentido.

Así que el establishment se dice a sí mismo lo que Ortega se dijo de la República que con tan ardor había apoyado inicialmente: "¡No es esto, no es esto!". Y, para colmo, los grandes y medianos empresarios ven con pavor cómo los próximos presupuestos de un gobierno de la Generalitat que lleva prácticamente inactivo desde que Puigdmont consiguió aprobar los suyos en 2017, están a punto de ser negociados por el govern con los Comunes y ¡con la CUP! Eso es mucho más de lo que el empresariado catalán, que es como todo el sector en cualquier parte del mundo, profundamente conservador e imperiosamente necesitado de estabilidad política e institucional, puede resistir.

Los empresarios buscan una cosa más civilizada, una vez que ya se ha visto que la pretensión de paralizar España entera y derribar a poder ser sus instituciones democráticas ha fracasado

Así que vuelven grupas y buscan a lo mejor que ahora mismo se despacha en el mercado independentista: a Artur Mas, que dentro de dos meses habrá cumplido su plazo de inhabilitación y estaría en condiciones de dar un paso al frente y recoger la bandera del independentismo pero para ondearla de otro modo, con más moderación.

En definitiva, los empresarios buscan una cosa más civilizada, una vez que ya se ha visto que la pretensión de paralizar España entera y derribar a poder ser sus instituciones democráticas no sólo ha fracasado sino que, a pesar del daño y de la desestabilización política provocadas en todo el país, tampoco le ha salido a cuenta a Cataluña, que es quien padece de verdad los estragos de esa estrategia disparatada.

Artur Mas, no lo olvidemos, es el autor del pulso al Gobierno de Mariano Rajoy cuando en septiembre de 2012, y después de apoyarse como argumento de autoridad en la multitudinaria participación en la Diada de ese año, vino a Madrid a exigirle al entonces presidente un concierto económico similar al del del País Vasco o, en caso contrario, le dijo, "atente a las consecuencias", lo que significaba que el propio Mas encabezaría el proceso hacia la independencia de Cataluña. Cosa que hizo.

Es decir, que Artur Mas es el promotor de lo que se ha dado en llamar el procés que se ha saldado de momento con un puñado de dirigentes secesionistas en la cárcel acusados de sedición y malversación y con otro de esos dirigentes huido de la Justicia. Y precisamente ahí se encuentra el escollo más duro para que el ex presidente de la Generalitat consiga hacerse con las riendas de un partido de que él creó, el PdeCat, para tratar de escapar de las consecuencias arrasadoras del escándalo de corrupción protagonizado por Jordi Pujol, el fundador del partido primigenio, Convergencia Democrática de Catalunya, que había gobernado la región durante décadas.

Han pasado siete años desde que se produjo el intento de chantaje al entonces presidente del Gobierno, en un momento, por cierto, en que la crisis económica azotaba España de manera inmisericorde y en el que no hacía ni tres meses que el Gobierno acababa de eludir por los pelos un rescate por parte de la UE. Un movimiento, el de Artur Mas, concebido por lo tanto para estrangular al país en el instante en que éste se encontraba en situación de máxima debilidad.

Mas es que ya no lo tiene fácil. El monstruo que él creó ha crecido demasiado y está dispuesto a devorarle a él y a los que intenten apostar por la vía de la moderación

Conviene no olvidarlo porque eso da la medida del grado de lealtad institucional que es capaz de ofrecer, y que s puede esperar, del líder ex convergente súbitamente convertido en aquel año en independentista enragé.

Eso no significa, sin embargo que, a la vista de lo que ha visto, el señor Mas haya comprendido que la vía Puigdemont no es la más conveniente para el interés y el futuro de Cataluña y esté dispuesto, que parece que sí lo está, a encabezar una línea más moderada que la levantisca antisistema y cuasi revolucionaria la que se siguen abrazando el fugado de Waterloo y su mandado Quim Torra en un intento de dominar los acontecimientos con la vista puesta en la imposición del caos para tratar de obligar al Estado español a arrodillarse ante sus exigencias.

El problema de Mas es que ya no lo tiene fácil. El monstruo que él creó ha crecido demasiado y está dispuesto a devorarle a él y a todos los que como él intenten apostar por la vía de la moderación sin tener que abandonar por ello sus pretensiones independentistas pero, eso sí, formuladas en otros términos y defendidas por otras vías. En pocas palabras, buscar una vía más civilizada.

Pero ahora tendría que enfrentarse a Puigdemont, romper con él y con su estrategia y afrontar que las masas radicalizadas rechacen su postura y lo acusen de traidor a la causa, como ya le sucedió ese pasado octubre cuando, protegido por los Mossos, visitaba una Feria en la provincia de Tarragona y varios miembros de los CDR, tan queridos por Torra, le gritaban "no os merecéis la bandera que lleváis".

Y eso no sería nada fácil, sino todo lo contrario. Puigdemont domina sobre el partido PdeCat, cuya voz ha quedado sepultada por otros dirigente políticos que no pertenecen a ese partido y que son de obediencia ciega al inquilino de Waterloo. Y no está nada claro que éste estuviera dispuesto a dejarse arrebatar el bastón de mando entre otras cosas porque eso le condenaría a la irrelevancia política y también a la escasez económica.

Una escisión en el seno de JxCat; un enfrentamiento en el seno de la Crida; una batalla también, aunque más tibia en el seno del propio PdeCat; en definitiva, una crisis formidable se abriría en ese sector del independentismo que lucha ahora con ERC por ostentar la hegemonía política.

Y ahí hay que incardinar el artículo que Jordi Xuclá acaba de publicar en el Diari de Girona en el que plantea ya abiertamente el enfrentamiento entre los que él llama los cátaros -una secta cristiana que se extendió por Francia durante la Edad Media que tenía como único referente el Bien y el Mal, lo que ahora se conocería como maniqueismo- y los reformistas.

Ahora tendría que enfrentarse a Puigdemont, romper con él y con su estrategia y afrontar que las masas radicalizadas rechacen su postura y lo acusen de traidor a la causa

Xuclá es uno de los moderados, junto con Carles Campuzano y otros miembros de la extinta CDC, que fueron purgados por haber formado parte de quienes en su grupo parlamentario estuvieron dispuestos a apoyar a Pedro Sánchez en la moción de censura que le llevó a la presidencia del Gobierno en junio de 2018.

Con este artículo Xuclá ha levantado una bandera de disidencia dentro de JxCat y, además de dar fe pública de la existencia de dos corrientes enfrentadas dentro de esa formación, llama a sus partidario a agruparse para enfrentarse a los partidarios de Puigdemont., siempre con la presencia de ERC y sus negociaciones con el PSOE com telón de fondo.

De manera que estamos, no sólo ante una única escisión en el independentismo, la existente y constatable entre ERC y JxCat, si no ante una segunda brecha, ésta abierta en el seno de JxCat, en la que se vislumbra una batalla por la recuperación de la antigua estrategia de moderación a la que ahora podría sumarse el propio Artur Mas, apoyado y jaleado por el empresariado catalán harto de experimentos revolucionarios y temeroso de que la ultraizquierda se haga definitivamente con el poder político en Cataluña.

Todo está muy verde todavía, pero no es imposible. Y ese escenario, aunque no es el ideal, sí sería mucho más conveniente para los intereses de España entera en la medida en que supondría una rectificación de hecho de la estrategia de confrontación que el propio Mas alentó tan irresponsablemente a partir de 2012.

El empresariado catalán no está contento con cómo ha resultado la "operación independencia" que sus más destacados miembros, y otros muchos de segundo y tercer nivel, han estado apoyando y financiando durante años, convencidos como estaban de que algo bueno se podría sacar de un Madrit presionado hasta el límite por los líderes políticos, del presidente de la Generalitat al último de sus consejeros, apoyados por unas masas convenientemente adoctrinadas con la promesa de una Cataluña independiente, próspera y feliz dentro de la UE.

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