Hay veces que la mentira es una buena herramienta, para qué nos vamos a engañar. A fin de cuentas, ni la verdad ni el bien son conceptos objetivos, por lo que de vez en cuando no está de más apoyarse en un embuste si eso ayuda a evitar un mal mayor y a escapar de la fatalidad. La cuestión es que conviene actuar con cierta elegancia y coherencia a la hora de lanzar una insidia, pues, de lo contrario, a uno le pueden sacar cantares y tomar como un impostor.

Cualquier presidente del Gobierno que aspire a la excelencia tiene que saber mentir. De lo contrario, atentaría contra sus propios intereses y generará tempestades innecesarias. Pedro Sánchez recurre a los embustes con una sorprendente naturalidad, pero no es un buen 'farolero', dado que suele caer en renuncios con frecuencia. Y lo sabe y asume con una sorprendente ligereza, como quien confía en que la memoria de los ciudadanos se evapore cada noche, durante la vigilia. El presidente ha hecho suyo eso de que las palabras se las lleva el viento, cuando no hay mayor falacia.

Decía Sánchez no hace mucho –y así lo atestigua la hemeroteca- que su objetivo era que España estuviera gobernada por políticos valientes que no se escondieran detrás del plasma, al igual que hacía Mariano Rajoy, quien fue un auténtico especialista en el escapismo. Cualquiera que escuchara esas palabras, bien podría pensar que Sánchez evitaría ese tipo de argucias, pero todo lo contrario, dado que al mandatario –en funciones- le ha dado últimamente por esconderse y por aplicar la cartilla de racionamiento a los medios de comunicación. Cosa, por cierto, habitual, pero lamentable y contradictoria con lo que el propio Sánchez defendía hace un tiempo.

Este miércoles por la tarde, cundía un considerable malestar entre los periodistas tras recibir la noticia de que Sánchez sólo permitiría dos preguntas durante la comparecencia posterior a la reunión con Felipe VI. Pocos días antes, durante su intervención en la Cumbre del Clima, tan sólo concedió cuatro turnos de intervención en su rueda de prensa. Dos de ellas, a periodistas de medios extranjeros.

Este miércoles por la tarde, cundía un considerable malestar entre los periodistas tras recibir la noticia de que Sánchez sólo permitiría dos preguntas durante la comparecencia posterior a la reunión con Felipe VI.

Lo mismo ocurrió a mediados de noviembre, cuando salió a la palestra junto al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y también limitó las preguntas. Y, lo peor, el día que formalizó su pacto con Unidas Podemos ni siquiera permitió el acceso a los periodistas. Sólo a los gráficos. En algunas conversaciones, incluso llegó a plantearse la posibilidad de plantar al presidente. Cosa que no se hizo. Un periodista lamentó en su intervención de este miércoles -una de las dos que permitió Miguel Ángel Oliver- la actitud de Sánchez con la prensa. El socialista, lejos de dignarse a contestar, hizo caso omiso, en una nueva muestra de su despotismo.

La pasada semana, durante la Cumbre del Clima, una periodista chilena dio una lección de valentía a los allí presentes y afirmó: "Mi compañero lleva cinco cumbres y yo dos. Es la primera vez que no nos han dado posibilidad de levantar la mano. Nos han hecho reunirnos para elegir quiénes van a preguntar (...) Es la primera vez que nos pasa y no creemos que sea un trato justo para los periodistas", explicó. Pero, en fin, como quien oye llover. Este miércoles, vuelta a las andadas.

La mentira por sistema

En cualquier caso, no está de más recordar que el presidente afirmaba a principios de mes que la negociación que mantiene con ERC para garantizar el apoyo de los independentistas a su investidura “va bien porque es discreta”. Cualquiera que conozca un poco los engranajes por los que se mueve la comunicación de los partidos sabe que la discreción no es, precisamente, una de las cualidades más destacadas de los partidos.

Sencillamente, las informaciones más jugosas o las que incluyen materiales corrosivos que hay que difundir sin hacer excesivas preguntas se filtran a la prensa amiga, donde el Ejecutivo cuenta con algunos potentes aliados. El pasado verano, en Unidas Podemos no daban crédito al comprobar la deslealtad de los socialistas, que, a través de algún que otro Rasputín, experto en enredar, retransmitió la negociación entre los partidos en vivo y en directo. Con su correspondiente intoxicación, por cierto.

Llama la atención que haya medios de comunicación que se presten a ese juego. Entre ellos, algunos de los más conocidos conductores y periodistas de las tertulias televisivas, que no han dudado en encomendarse a Sánchez, experto en cambiar de opinión.

Llama la atención que haya medios de comunicación que se presten a ese juego. Entre ellos, algunos de los más conocidos conductores y periodistas de las tertulias televisivas, que no han dudado en encomendarse a Sánchez, experto en cambiar de opinión y en mentir sin pericia, pero con total naturalidad.

Parece que ha pasado un mundo desde entonces, pero tan sólo han transcurrido unas semanas desde la celebración de la campaña electoral. Entonces, los gurúes de Ferraz concluyeron que sería una buena idea exponer a Sánchez a múltiples entrevistas. En una de ellas, ante Antonio García Ferreras, llegó a decir que no dormiría tranquilo si hubiese ministros de Unidas Podemos en su gabinete ministerial. Entonces, tocaba arramblar votos de Ciudadanos, de ahí que realizara una maniobra de acercamiento al centro político y pronunciara algunas duras palabras sobre la aplicación del artículo 155.

Todo esto se ha desmentido en unas pocas semanas. Ahora, Sánchez raciona al máximo sus apariciones ante los periodistas –la excepción es un reciente corrillo off the record-, ha alcanzado un pacto de Gobierno con Pablo Iglesias que permitiría su entrada por la puerta grande en el Palacio de la Moncloa y ha vuelto a girar su partido hacia la izquierda. Tampoco ha vuelto a hacer referencia a la intervención de Cataluña, dado que toca negociar con los independentistas.

Es el presidente del ‘si te he visto, no me acuerdo’. El que parece confiar en que los ciudadanos sufran la enfermedad del protagonista de Memento, quien tan sólo era capaz de recordar lo que le pasaba durante unos minutos. O es eso, o es que directamente ha renunciado a actuar con responsabilidad y se ha dejado llevar por esa actitud despótica tan propia de los gobernantes más limitados. O de los peor aconsejados.

Hay veces que la mentira es una buena herramienta, para qué nos vamos a engañar. A fin de cuentas, ni la verdad ni el bien son conceptos objetivos, por lo que de vez en cuando no está de más apoyarse en un embuste si eso ayuda a evitar un mal mayor y a escapar de la fatalidad. La cuestión es que conviene actuar con cierta elegancia y coherencia a la hora de lanzar una insidia, pues, de lo contrario, a uno le pueden sacar cantares y tomar como un impostor.

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