Veo a Carmen Calvo asaltando el edificio de la RAE como en La casa de papel, con mono rojo de menestral roja, tiesa de bigotes y palabros dalilianos, que es a lo que suena el lenguaje “inclusivo”, a perorata dadá de Dalí o de Tip y Coll. El académico es un enemigo muy vistoso y socorrido para los revolucionarios porque son como los banqueros del conocimiento, con su tesoro en arcones, con sus libros como portones con llave de forja, con su culo de cuero, con su gran sombrero de humo sobre la cabeza, con sus gafas gordas para contar letras menudas. Esa gente que parece que quiere todo el conocimiento para ellos, y hasta tiene palacios para eso, para acumular libros esmeraldados y viruta gótica igual que Tío Gilito acumulaba un oro como maya, sólo para que todo se pudra allí. Los académicos son avaros hasta con la miopía y son elitistas siniestros, todo el tiempo tocando música de muertos en sus órganos de aspecto submarino. Pues claro que no quieren la democratización del lenguaje, ni la inclusividad, ni la guillotina justiciera del pueblo para las mayúsculas, que son como reyes godos del abecedario. Menos mal que está Carmen Calvo.

Los académicos de la RAE, que hablan con lira, no saben nada de lo que quiere y pide el pueblo, que es eso, paridad, visibilidad, desdoblamientos y sustituir toda la ampulosidad de su ropa de mosquetero por todos los refajos del sexo campesino y obrero, aún más farragosos. El Gobierno encargó un informe para adaptar la Constitución al lenguaje inclusivo y la Academia ha venido a decir que la Constitución es gramaticalmente impecable, hasta en sus letras capitulares como roscones de Reyes. Si acaso, se podría poner “rey y reina”, “príncipe y princesa”, para que no parezca que la Monarquía es testicular. Lo demás está como tiene que estar. Para Carmen Calvo, sin embargo, nada está como tiene que estar, todo está por revolucionar, por incluir, por visibilizar, por igualar, por ejemplarizar, si no qué iba a decir ella cada día. Si todo siguiera igual, una placa de una calle o El Quijote, sería como ser de derechas. Carmen Calvo no puede dejar un libro así, sin que cambie con los tiempos. Bueno, Andrés Trapiello tampoco y por eso adaptó El Quijote para que lo leyeran los raperos y los youtubers. Todo tiene que cambiar, claro, y lo mismo estos académicos tienen allí, en sus sarcófagos, libros que no han cambiado en cien años, o más.

Para Carmen Calvo nada está como tiene que estar, todo está por revolucionar, por incluir, por visibilizar, por igualar, por ejemplarizar, si no qué iba a decir ella cada día

Es la guerra de los académicos de la lengua contra el latín de Pixie y Dixie de la ministra, que no del pueblo. Porque esa es otra mentira. La Academia no establece el lenguaje, sólo recoge su uso y, eso sí, intenta mantener unas normas que den coherencia al idioma en su vastedad geográfica y temporal. La Academia ha llegado a aceptar casos de ese lenguaje “inclusivo”, como “presidenta”, que tiene en realidad el mismo sentido que “pacienta”. Y ha sido así porque su uso se ha impuesto. Lo que no puede hacer es, por conveniencia política, inventar de repente otro idioma, ni decretar el desdoblamiento para todos los géneros o circunstancias sociales o raciales. No puede porque eso haría el idioma redundante, impracticable y feísimo. Imaginen una poesía llena de “todas y todos”, o “el/la amante”, o mejor, “los amantes y las amantas”. Pero, sobre todo, no puede porque ese lenguaje es una creación artificiosa.

La Academia se va manejando más o menos dentro del sentido común, que igual que a mí me encanta escribir güiscazo nunca escribiré bluyín (¿quién demonios usa bluyín?). Tampoco entiendo lo de quitarle la tilde a sólo (si decimos “Sánchez acudió solo al debate de TVE”, la cosa queda tan ambigua como chistosa). Pero la Academia no puede reconocer una neolengua que, a ese nivel de mareos de oculista y de atragantamiento con espina que dan los desdoblamientos o los caracteres @ o x, sólo utilizan los políticos creyentes y los bardos subvencionados. Lo que molesta a Calvo y a la nueva Entente de Progreso y Dogma es que haya algo que no sea política, su política. Es política tu bocata de chorizo que ofende a mil colectivos, es política tu zapatilla que se hizo a costa de un trozo vivo de planeta como una cabellera arrancada, es política si colocas a la señora de un lado o de otro, por el lado del empoderamiento o del heteropatriarcado, porque las señoras tienen dos lados como las tostadas. Igual, quieren que la lengua sea política, que puedan hacer propaganda y catecismo con el diccionario o con una etiqueta del champú, absurdamente revolucionaria.

Calvo puede asaltar la RAE y montar metralletas de “miembras” y “portavozas”, pero el idioma lo van haciendo los hablantes, y los publicantes, y todavía no nos hemos vuelto gilipollas los suficientes

La lengua es la faca, la pipa, la recortada de los políticos. Con ella nos sacan el voto y los cuartos. Es retorciéndola, vaciándola, sometiéndola y guarreándola como nos pretenden convencer de que la mentira es verdad y de que lo que pasó no pasó, y al revés. Pero el idioma no lo hace un gobierno, ni una ideología, ni siquiera una academia de señoros (he aquí un hallazgo que sí me gusta, que sí aporta su matiz semántico). Calvo puede asaltar la RAE y montar metralletas de “miembras” y “portavozas”, pero el idioma lo van haciendo los hablantes, y los publicantes, y todavía no nos hemos vuelto gilipollas los suficientes. El idioma ya es inclusivo, en el idioma ya cabe todo. Es en algunas cabezas donde no cabe nada más.

Veo a Carmen Calvo asaltando el edificio de la RAE como en La casa de papel, con mono rojo de menestral roja, tiesa de bigotes y palabros dalilianos, que es a lo que suena el lenguaje “inclusivo”, a perorata dadá de Dalí o de Tip y Coll. El académico es un enemigo muy vistoso y socorrido para los revolucionarios porque son como los banqueros del conocimiento, con su tesoro en arcones, con sus libros como portones con llave de forja, con su culo de cuero, con su gran sombrero de humo sobre la cabeza, con sus gafas gordas para contar letras menudas. Esa gente que parece que quiere todo el conocimiento para ellos, y hasta tiene palacios para eso, para acumular libros esmeraldados y viruta gótica igual que Tío Gilito acumulaba un oro como maya, sólo para que todo se pudra allí. Los académicos son avaros hasta con la miopía y son elitistas siniestros, todo el tiempo tocando música de muertos en sus órganos de aspecto submarino. Pues claro que no quieren la democratización del lenguaje, ni la inclusividad, ni la guillotina justiciera del pueblo para las mayúsculas, que son como reyes godos del abecedario. Menos mal que está Carmen Calvo.

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