La llamada "Mesa de diálogo" o "Agenda para el Reencuentro", como con insufrible cursilería la han denominado Pedro Sánchez y su vicepresidenta primera Carmen Calvo, no sólo es una tomadura de pelo porque quienes van a concurrir a ella no van a buscar puntos de acuerdo que son inexistentes de raíz, sino porque lo que mueve a quienes se sienten esta tarde a uno y otro lado de la famosa Mesa lo hacen para conseguir propósitos que nada tienen que ver con lograr ningún tipo de acercamiento o de pacto y que son, además, propósitos muy distintos.

Para empezar, resulta que la famosa exigencia de que se celebrara una negociación de "Gobierno a gobierno" que habían planteado los independentistas para dar la apariencia de que se trataba de una conversación entre iguales, como si fuera entre dos países soberanos, ha quedado disuelta por los propios independentistas que en el último momento han optado por descafeinar su delegación de manera que la mayor parte de los asistentes no forma parte del gobierno de la Generalitat. Así que será una Mesa en la que el Gobierno acabará teniendo enfrente a un grupo inconexo de independentistas de toda condición.

Es más, el presidente Quim Torra ya ha dejado dicho que tanto él como el vicepresidente Pere Aragonés, sólo acudirán a la primera reunión y, en su caso, "a aquellas en las que haya que firmar un acuerdo con la parte española". Eso significa que sólo quedarán dos miembros de la Generalitat, Alfred Bosch y Jordi Puigneró. Los demás son meros diputados y uno de ellos ni siquiera eso. Ahora, eso sí, la mayor parte de los que van a quedar para el "Reencuentro" son los que apoyan al fugado de la Justicia, Carles Puigdemont.

Con eso está todo dicho. Esta Mesa por definición estéril le ha sido escamoteada políticamente por Puigdemont a los de Oriol Junqueras y es evidente y sabido por todos que el sueño del prófugo no es ni por asomo llegar a ninguna clase de aproximación con el Gobierno de la nación sino el de reventar toda posibilidad de que los de Oriol Junqueras puedan sacar el más mínimo rédito electoral de su aproximación con los de Pedro Sánchez.

Eso es lo que buscan los Torra, Artadi, Rius y demás compañeros. Por eso llegan sin haber pactado ni siquiera un miserable orden del día y, por supuesto, sin haber elaborado una sola respuesta o contrapropuesta a los famosos cuarenta y tantos puntos que han ido y venido de Barcelona a Madrid decenas de veces y que andan dando tumbos por ahí desde que Artur Mas estaba al frente de la Generalitat e intentaba amenazar al entonces presidente del Gobierno Mariano Rajoy agitando ante sus narices el fantasma de la independencia.

Será una Mesa en la que el Gobierno acabará teniendo enfrente a un grupo inconexo de independentistas de toda condición

Pues de los dichosos puntos, que antes era unos veinte y ahora han doblado su número, no va a haber nada de nada. Esa lista no es más que la excusa con la que los independentistas tratan de otorgar una cierta apariencia de que se preocupan por los problemas reales de los catalanes, cuando la realidad es que todos esos puntos, del primero al último, les "importan un comino" en expresión muy gráfica de la diputada en el Congreso, señora Borrás.

Ellos vienen a demostrar que la autodeterminación y la consiguiente supuesta independencia no pueden pactarla con el Gobierno, como si alguien hubiera albergado en algún instante la menor duda de que tal cosa fuera remotamente posible. Y, después, cuando a Puigdemont le convenga porque haya conseguido debilitar las opciones electorales de una ERC desgastada en los eventuales apoyos al techo de gasto, primero, y a los Presupuestos Generales del Estado más adelante, darle una patada a la Mesa y convocar elecciones en Cataluña parta seguir controlando el poder.

Esto es lo que mueve a Torra, que se mostró tan interesado inicialmente en estar presente en unas negociaciones que en realidad no le interesan lo más mínimo porque sabe que son inútiles: tomar el control del desarrollo de esa Mesa y cargarse las opciones de Oriol Junqueras y de Pere Aragonés de seguir apostando por la independencia pero a más largo plazo y, mientras tanto, seguir trabajando para "ampliar las bases" independentistas que les lleven a conseguir lo que ya anunció Miquel Iceta: un mínimo de un 60% de votos independentistas porque, en ese caso, la respuesta de Gobierno ya no podría ser la misma.

Esa es la jugada que Puigdemont le ha ordenado a Torra que se cargue. Por eso ni hay orden del día ni hay nada de lo relativo a los eternos 46 puntos que Pedro Sánchez llevaba apuntados en su encuentro en Barcelona con el presidente de la Generalitat y de los que ni siquiera se habló en aquella reunión hasta el punto de que Torra le devolvió los folios a Sánchez pensando que eran los apuntes que el presidente del Gobierno se había llevado para hablar con él. Puigdemont no busca pasar página y acabar con el desafío. Al contrario, lo que busca es mantener el poder tras las elecciones para provocar un nuevo choque brutal con el Estado.

Y, sin embargo, al otro lado de esta "Mesa para el Reencuentro" se van a sentar nada menos que ocho miembros del Gobierno de España con la pretensión, que todos ellos saben inútil, de abordar cuestiones concretas, temas contenidos en esos 40 puntos que están ya más viajados que las maletas de Phileas Fogg.

Todo esto del "Reencuentro" no es más que hacer el paripé por parte de los unos y de los otros. Pero va a durar meses

Pero lo que mueve al presidente del Gobierno no tiene que ver con la consecución de ninguna clase de acuerdo. Por eso Carmen Calvo decía ayer en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros que "el mejor orden del día es sentarnos, escucharnos y buscar las posiciones que nos unen". Que son exactamente ninguna. "Hay que empezar avanzando y eso significa encontrarnos".

Eso le vale al Gobierno pero para propósitos muy diferentes de los que reconoce. Le vale para demostrar a los de ERC que está dispuesto a sentarse a una Mesa con los independentistas todo el tiempo que sea necesario aunque sea imposible avanzar un solo milímetro porque lo único que el secesionismo quiere es reclamar la amnistía para los presos y la independencia.

Demostrándoles eso, esperan convencer a los de Oriol Junqueras que les vayan aprobando los primeros pasos imprescindibles para la posterior aprobación de los Presupuestos. Y ese paso se llama la abstención de los diputados de ERC en el Congreso mañana jueves cuando se someta a votación el techo de gasto que el Gobierno va a proponer a sus señorías.

Para eso y para la votación de la cuentas del Estado Pedro Sánchez sus ministros aguantarán lo que tengan que aguantar y estarán dispuestos a marear la perdiz los meses que sean necesarios hasta cumplir sus objetivos, que les son imprescindibles para mantenerse en el poder los cuatro años de la legislatura.

Se trata de echar mano de una infinita paciencia pero no sólo del equipo gubernamental sino también de una mayoría de ciudadanos que asisten estupefactos al humillante espectáculo de un Gobierno sometido a las intolerables exigencias de quienes han pretendido y siguen pretendiendo romper España.

Así que todo esto del "Reencuentro" no es más que hacer el paripé por parte de los unos y de los otros. Pero va a durar meses. Lo lamentable es que precisamente es de eso de lo que se trata. Para unos, hasta que se aprueben los Presupuestos. Para los otros, hasta que se celebren elecciones en Cataluña, lo cual no se producirá hasta que los de Puigdemont se sepan ganadores.

La llamada "Mesa de diálogo" o "Agenda para el Reencuentro", como con insufrible cursilería la han denominado Pedro Sánchez y su vicepresidenta primera Carmen Calvo, no sólo es una tomadura de pelo porque quienes van a concurrir a ella no van a buscar puntos de acuerdo que son inexistentes de raíz, sino porque lo que mueve a quienes se sienten esta tarde a uno y otro lado de la famosa Mesa lo hacen para conseguir propósitos que nada tienen que ver con lograr ningún tipo de acercamiento o de pacto y que son, además, propósitos muy distintos.

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