Al coronavirus lo van a dejar morir al sol, como un tomate. El ministerio de Sanidad ha difundido un vídeo de Pedro Sánchez tomando por fin el mando, sentándose a la mesa como para trinchar el virus mientras suena efectivamente una música de anuncio de parador o de documental de loza cartujana que da ganas de servir sopa. En realidad, no es que Sánchez se haya puesto al mando, sino que lo ha hecho Iván Redondo. Lo que decíamos: al coronavirus lo van a dejar morir al sol, como un pajarillo enfermo, pero veremos mucho a Sánchez como si fuera el doctor House pensando con el entrecejo, o volando en helicóptero como con un corazón en hielo para toda España (por fin podrá ser el George Clooney de Urgencias), o aportando calidez a la saludable tranquilidad de la muerte, igual que un celador o una aseguradora.

Sánchez, nada más levantarse de esa mesa al ver que el virus no estaba allí con una manzana en la boca, mencionó un plan que llevan tiempo elaborando pero del que no dijo nada, y nos transmitió tranquilidad, no como cuando el ébola, cuando hablaba de “un desgraciado espectáculo de incompetencia”. No es igual porque ellos ahora “están al servicio de los expertos y la ciencia”, andan “vigilantes”, están “componiendo un diagnóstico preciso”, y sobre todo están “en contacto con los agentes sociales”. El virus, antes que nada, tiene que pasar por el comité sindical, por el cursillo de la UGT y por la firmita seguida de celebración con pote y foto. Así es en este país el protocolo para las emergencias, lo mismo para el desempleo que para el Apocalipsis. Consciente del significado de estos posados y estas burocracias, el Ibex cayó un 8%.

Todo está controlado, que en España significa que sale alguien con una despreocupación de ropa grande y hombros caídos a decir que sólo son unos “hilitos”, o que basta con echarle al puchero hueso de jamón. Lo ha hecho bien en este sentido el ministro de Sanidad, Salvador Illa, que salía como un hombre del tiempo antiguo con la tranquilidad perenne del anticiclón de las Azores en la cabeza igual que una aureola de aburrimiento. Y, sobre todo, Fernando Simón, con su jerseicillo de tejer, de tejer quizá las propias mascarillas, un hombre entre la ternura y la ciencia, como una abuela de Punset que te dice que te abrigues y te laves las manos y tosas en esa parte del cuerpo que la gente no sabe ni qué nombre tiene, o sea la flexura del codo, la sangradura o sangría que se llama. Con Simón parece más normal que las autoridades estén ahí sólo para contar casos y envolverlos en plástico. Lo demás queda para el español otra vez solo con su jabón, ese jabón que vuelve a ser como de estraperlo y de vida o muerte.

Quién puede ponerse nervioso viendo a Fernando Simón, que no sé si ha llegado a recetar leche con miel, pero le pega, como salir en pantuflas

No moriremos todos pero estoy viendo que dejarán que el virus, simplemente, pase con la temporada, porque los virus pasan como los percebes. Aquí no somos China, acostumbrada a la colmena, ni Alemania, acostumbrada a la disciplina. Aquí no vamos a dejar de besar con boqueras los pies de nata de los santos, ni vamos a cerrar una feria como un malaje, ni vamos a quedarnos sin barra y sin fútbol, esos sitios donde se produce el aire del que vive el español, y sólo por una especie de resfriado punki. Pero, sobre todo, no lo van a permitir los políticos. Menos, Sánchez, un político que no está para morirse en Venecia en lo mejor de la vida. Hasta Echenique viene haciendo bromas sobre el virus desde febrero, quejándose de los periodistas con mascarilla y de sus titulares de meteorito por “una gripe menos agresiva que la de otros años”.

A este Gobierno de progreso y prerrevolución no le puede pillar una peste. Ni se le puede estropear el 8M, ese día en que son fachas hasta las estatuas del Retiro (a algunas les pusieron una bolsa con cara femenina, más como a feos de Velázquez que como a señoros con gorguera). Cuando no es el propio español, pues, que desprecia el peligro ante sus cristos o ante sus ensaladillas, es el político que desprecia la inconveniente verdad o que, como el sanchismo, la ha abolido. A veces, son las dos cosas a la vez. Ahí estuvo Abascal, abrazándose con el senador estadounidense Ted Cruz, que está en cuarentena. Un español en condiciones no coge gripes chinas, así que puede irse luego a un mitin, embuchado aún como un caballero legionario.

No, no vamos a morir todos. Van a morir los que tengan que morir, que tampoco serán tantos. Y el sistema sanitario colapsado o desprevenido pondrá en peligro a los que tenga que poner. Y la economía caerá lo que tenga que caer. Aunque Madrid lo haya hecho, sin duda por deslealtad, no es cuestión de ponerse nerviosos. Quién puede ponerse nervioso viendo a Fernando Simón, que no sé si ha llegado a recetar leche con miel, pero le pega, como salir en pantuflas. Se ha hecho lo que se podía. Quién iba a imaginar esto, viendo, qué sé yo, lo que pasaba en China o en Italia. O en el mismo Madrid despreocupado, colorista, feminista de una manera como del Bosco.

No se preocupen, que todo pasará. La web de Sanidad se atrancará en los datos un poco, Simón seguirá haciendo calceta, y cualquier día saldrá el sol y el coronavirus estará ahí ya como el tomate pocho que pareció siempre. Ese día, Sánchez lo anunciará con la misma prestancia, tranquilidad y desmemoria que todo lo demás. Pero no seamos pesimistas. Aún hay tiempo para tomar medidas. Por ejemplo, que Redondo ordene una foto de Sánchez en avión, yendo a cazar al virus como a las tormentas.

Al coronavirus lo van a dejar morir al sol, como un tomate. El ministerio de Sanidad ha difundido un vídeo de Pedro Sánchez tomando por fin el mando, sentándose a la mesa como para trinchar el virus mientras suena efectivamente una música de anuncio de parador o de documental de loza cartujana que da ganas de servir sopa. En realidad, no es que Sánchez se haya puesto al mando, sino que lo ha hecho Iván Redondo. Lo que decíamos: al coronavirus lo van a dejar morir al sol, como un pajarillo enfermo, pero veremos mucho a Sánchez como si fuera el doctor House pensando con el entrecejo, o volando en helicóptero como con un corazón en hielo para toda España (por fin podrá ser el George Clooney de Urgencias), o aportando calidez a la saludable tranquilidad de la muerte, igual que un celador o una aseguradora.

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