La pandemia de las noticias falsas está atacando a nuestras democracias con una virulencia alarmante. Muchos conciudadanos -a veces por falta de pensamiento crítico, cuando no por una actitud infantil e ingenua- son colaboradores necesarios en la propagación de mensajes malintencionados que provocan odio, miedo, confusión e insolidaridad.
El impacto de las fake news es universal. Todos somos víctimas de bulos, pseudo noticias y mentiras que inundan cada día nuestras redes sociales. Es dramático reconocer que hemos llegado con dos años de antelación al futuro que vaticinaba Gartner para 2022, ese mañana en el que recibiríamos más noticias falsas que verdaderas.
Pérdida de credibilidad y desconfianza
Si no fueran tan peligrosas nos provocarían hilaridad. Pero la verdad es que no tiene ninguna gracia contemplar la pérdida de credibilidad de la información que circula por la esfera pública y la creciente desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones.
Las democracias liberales son sistemas políticos basados en la confianza. La organización de los Estados modernos descansa en un complejo entramado de relaciones administrativas que no podrían desarrollarse si la ciudadanía no tuviera la certeza de que los poderes públicos actuarán respetando las normas y orientados por el bien general. Este es el principio básico del contrato social que, cuando se corrompe, debilita la confianza y deteriora la democracia.
Una de las instituciones esenciales para el funcionamiento de la democracia es la prensa. En ella delegan los ciudadanos su derecho fundamental a recibir información veraz. Sin embargo, según los datos más recientes publicados por el Reuters Institute for the Study of Journalism, de la Universidad de Oxford, la credibilidad de las noticias es del 42%. En España es del 43%, pero en Francia ha descendido hasta el 24% a causa -según los autores del informe- de la crisis de los “chalecos amarillos”.
Más alarmante si cabe es que el 55% de la población confiese que ya no puede distinguir qué es real y qué es falso en Internet, cifra que alcanza al 85% de la población de Brasil, al 75% de Portugal, al 70% de Reino Unido, al 68% de España, y al 67% de Estados Unidos y de Francia, entre otras.
La invasión de la mentira ha provocado que muchos usuarios estén huyendo de los canales anónimos para refugiarse en fuentes conocidas. En la actual crisis sanitaria del COVID-19, las tres fuentes más fiables para los encuestados son “los científicos” (83%), “mi médico” (82%) y “el canal oficial de la OMS” (72%), mientras que las tres menos confiables son “los medios de comunicación” (50%), “el Gobierno” (48%) y “los periodistas” (43%).
Si bien estos datos suponen un varapalo para la credibilidad de los medios, en realidad deberían ser un aldabonazo para que los periodistas reviertan la tendencia y sitúen al periodismo como el referente indiscutible de la información de calidad. Para conseguirlo es necesario reducir la cuota de tiempo y espacio destinada a la opinión no experta, a tertulianos ideologizados, a noticias sesgadas, al sensacionalismo, a las servidumbres y a los intereses ilegítimos que minan la razón de su existencia: el derecho del público a la información veraz.
Sin embargo, no solo hablamos de un problema de los periodistas. Fuentes políticas oficiales, de las que cabría esperar información rigurosa y exacta, son a menudo el origen de noticias falsas que se difunden con impudorosa intención propagandística.
Ideologización constante
Estamos ante una amenaza global de la cual todos somos corresponsables. Sorprende la falta de pensamiento crítico de aquellos conciudadanos que actúan ante las noticias falsas como hooligans de una ideología o de un partido determinado.
Si bien la fabricación de pseudo noticias, las medias verdades, los montajes, la propagación de mensajes de voz atribuidos a supuestas fuentes de autoridad y la manipulación de los datos resultan intolerables, más lo es la connivencia de quienes los propagan contaminando a la opinión pública.
En el campo de la política, las fake news vuelan en todas direcciones y no se salva ningún bando. Hace días fueron desmentidos varios bulos contra el presidente del Gobierno, entre ellos uno que aseguraba que el Hospital Puerta de Hierro había cerrado una planta entera para atender a los familiares de Pedro Sánchez.
La pregunta es: ¿qué hacemos cada uno de nosotros cuando recibimos esta clase de mensajes? Las fake news se propagan 10 veces más que las noticias verdaderas, pero una vez desmentidas no desaparecen, sino que perviven en las redes sociales gracias a la transmisión irresponsable de los ciudadanos.
Razones para dudar
La mayoría de las fake news son burdos mensajes que buscan individuos muy polarizados dispuestos a tragarse y a difundir cualquier patraña con tal de que perjudique al bando político contrario. Ahora bien, existe un grupo de mensajes más sofisticado, que emplea datos o declaraciones reales, que emula con precisión a las noticias periodísticas, y que, por lo tanto, puede ser más difícil de desenmascarar.
Obviamente, no hay recetas infalibles para detectar una noticia falsa, pero sí vamos conociendo algunas características recurrentes que nos pueden poner en alerta.Por ejemplo, si la noticia nos produce indignación, ira, miedo o estupefacción, lo más probable es que sea falsa. Las fake news suelen apuntar al centro emocional del lector para empujarlo a compartirla.
Por otra parte, si los medios de comunicación de referencia no están hablando de esa noticia, lo más sensato es ponerla en cuarentena. Lo mismo cabe decir de noticias con faltas de ortografía y expresiones inadecuadas. En general, los periódicos están redactados con un estilo formal y culto, por lo que nombres propios mal escritos, cargos equivocados, instituciones mal citadas, etc., son rasgos frecuentes de las fake news.
Por último, si recibimos una supuesta exclusiva cuya difusión produce un claro perjuicio a una persona física o jurídica, o su propagación produce un evidente beneficio económico al promotor, lo más seguro es que sea una fake news. En las democracias liberales, el flujo de noticias es tremendamente previsible y las exclusivas suelen emanar de ámbitos de poder conocidos. Deberíamos ser prudentes respecto a supuestas noticias bomba descubiertas por fuentes irrelevantes que llegan a la orilla de nuestras redes sociales.
Calidad de la información y salud democrática
La calidad de la información pública es directamente proporcional a la fortaleza de una democracia. Una ciudadanía adulta y responsable exige noticias comprobadas y auténticas, porque solo la información veraz garantiza nuestra libertad. En la medida en que las noticias falsas provocan desconfianza y miedo, odio, incertidumbre y confusión, cada uno tiene el deber de combatirlas con los medios disponibles, por ejemplo interrumpiendo la cadena de transmisión y evitando que sigan propagándose.
En épocas excepcionales como la que atravesamos es cuando se pone a prueba la madurez de una sociedad. Del mismo modo que al COVID-19 lo venceremos entre todos quedándonos en casa, la pandemia de las noticias falsas la podremos contener si individualmente nos negamos a propagarlas y evitamos infectar el espacio público con el virus de la mentira.
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Ignacio Blanco Alfonso es profesor titular de Periodismo y director del Máster en Verificación Digital, Fact-Checking y Periodismo de Datos. Universidad CEU San Pablo.
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