"En siete días el Perú puede vencer al coronavirus". Era la leyenda atractiva que acompañaba un vídeo que se hizo viral y en el que un supuesto "químico farmacéutico" de dicho país aparecía haciendo gárgaras de sal como receta infalible para acabar con la covid-19, la infección que se ha cobrado ya más de 148.000 vidas en todo el mundo. También ha corrido como la pólvora el comentario de un "auxiliar sanitario" que decía haber dejado personalmente una ambulancia equipada para cuidados intensivos en la puerta del chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero.

Son dos de los centenares de bulos que han circulado desde que se inició la pandemia alimentados por la velocidad de propagación que brindan los nuevos soportes tecnológicos -redes sociales (Facebook, Twitter e Instagram), aplicaciones de mensajería instantánea como Whatsapp y Telegram y plataforma de intercambio de vídeos en Internet, caso de Youtube- y la dificultad de atribución de la autoría, lo que impide la mayoría de las veces el castigo. Son noticias falsas que se lanzan no sólo para generar falsas expectativas terapéuticas: también se utilizan en la refriega política para tratar de desgastar al adversario.

"El fenómeno tiene tanta historia como la información pública. Siempre ha habido intentos de manipular generando deliberadamente desinformación, pero la especificidad de lo que está ocurriendo ahora está en que las plataformas para la difusión de esas noticias falsas son mucho más potentes: son instantáneas, alcanzan a todos y cada uno de los ciudadanos prácticamente en su bolsillo y hacen que esos infundios tengan un impacto mayor", razona Ramón Salaverría, profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra.

La actualidad se ha convertido en un laboratorio inesperado para este docente burgalés, investigador principal de un proyecto conjunto con el Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona -denominado 'RRSSalud' y apoyado económicamente por la Fundación BBVA- para analizar en profundidad la difusión de noticias falsas sobre salud en España. La propuesta en busca de financiación la presentaron a finales del pasado año, mucho antes de que China declarara el brote inicial de covid-19. Los infundios en torno a la pandemia centrarán el estudio.

A principios de esta semana, la Oficina de Coordinación Cibernética del Ministerio del Interior -dependiente del Centro Nacional de Protección de Infraestructuras y Ciberseguridad (CNPIC)- había registrado ya 263 "eventos de desinformación" desde que el Gobierno declaró el pasado 14 de marzo el estado de alarma para tratar de contener la propagación del virus. Se trata de bulos con los que se promotores tratan de desinformar sobre la crisis, promover conductas xenófobas o de rechazo a determinados elementos (como la tecnología 5G), confundir a la ciudadanía sobre la enfermedad o promover tratamientos alternativos basados en curas milagrosas o en argumentos pseudocientíficos.

La Oficina de Coordinación Cibernética del Ministerio del Interior ha detectado ya al menos 263 episodios de desinformación en torno al coronavirus

La CNPIC forma parte de la Comisión Permanente de Lucha contra la Desinformación, que está liderada por el Departamento de Seguridad Nacional de Presidencia del Gobierno. A este órgano llegan diariamente los hallazgos de bulos, de los que se da traslado en ocasiones a otros organismos y cuerpos policiales para su investigación y que eventualmente puedan depurarse responsabilidades penales.

"Las actividades o campañas de desinformación suelen llevar características parecidas en la mayoría de las ocasiones, pero la atribución es siempre la actividad más complicada de probar. No obstante, a veces se trata de comentarios particulares que se han convertido en virales por una determinada circunstancia y que la mayoría de las veces son 'multiplicadas' de manera inocente por los propios ciudadanos que dan crédito a estas informaciones, que se difunden sin control", explican a El Independiente fuentes de la Oficina de Coordinación Cibernética.

Integrada por policías nacionales y guardias civiles, este departamento se creó en 2014 y realiza funciones de vigilancia digital, captación y análisis de los eventos que se producen en las redes sociales para detectar las desinformaciones deliberadas que pueden generar alarma social. Como demuestran los datos, la pandemia ha abonado de forma fértil el terreno.

"Bulos más creíbles"

En Maldita.es, uno de los medios españoles especializados en la verificación de noticias, han identificado ya 432 mentiras y alertas falsas sobre el coronavirus. Uno de los últimos bulos que han desmentido ha sido el relativo a un vídeo en el que se veían unas bolsas negras con cadáveres en su interior que se encontraban supuestamente en el Palacio de Hielo de Madrid, habilitado en depósito de cadáveres intermedio ante el colapso de las morgues de los hospitales. Las comprobaciones realizadas han permitido acreditar que dichas imágenes fueron tomadas en el Hospital General Norte IESS Los Ceibos de Guayaquil (Ecuador), a 9.000 kilómetros de distancia.

La redacción de Maldita.es está recibiendo estas semanas de forma diaria no menos de 1.500 consultas, cifra que multiplica por seis la media habitual. Ello da una idea clara de las proporciones de esta "infodemia" y de cómo el virus de los bulos se propaga por teléfonos móviles y redes sociales a toda velocidad. Muchos tienen un aspecto muy rudimentario y su falsedad se ve a leguas. En otros mensajes, sin embargo, se aprecia una cierta sofisticación para tratar de incrementar su ‘credibilidad’.

"Se están intentando crear bulos más creíbles. Hemos detectado el uso de programas de edición gráfica para recrear documentos oficiales, pero también se están utilizando cada vez más plataformas como Youtube para difundir con más fuerza la desinformación. Cada vez hay más desinformadores youtubers. No hablamos de deepfakes [ultrafalsos], hablamos de un mayor cuidado en determinados contenidos desinformadores. Sin embargo, las clásicas cadenas se Whatsapp o memes con 'datos trucha' siguen circulando y compartiéndose", explica Clara Jiménez Cruz, cofundadora de Maldita.es.

La relación de lo que dicen con la verdad es lo menos importante, sino la carga emocional que puede provocar en los públicos", advierte el profesor Ramón Salaverría

La monitorización que llevan a cabo les ha permitido constatar cómo ha ido cambiando la temática. Inicialmente, la desinformación se centraba en el origen del coronavirus para incidir posteriormente en aspectos relativos a medidas oficiales adoptadas por el Gobierno en su plan para tratar de contener la propagación, todo ello trufado con falsos tratamientos terapéuticos. Mientras punteros grupos de investigación de todo el mundo trabajan contrarreloj para sacar una vacuna, algunos milagreros aprovechan la coyuntura para promocionar supuestos brebajes como solución en 24 horas contra un virus todavía muy desconocido.

"Otra cosa que hemos visto es que, según se ha ido extendiendo la pandemia, los bulos se replican en diferentes lugares del mundo: la desinformación que se vio primero en Italia llegó luego a España, posteriormente al resto de países europeos y ahora estamos empezando a verla en Latinoamérica. Esto es algo que ha ocurrido en otras ocasiones, pero es especialmente significativo lo homogénea que está siendo en esta crisis aquella que tiene que ver con salud y ciencia", añaden. 

La reactivación del debate político en las últimas dos semanas ha propiciado un "incremento sustancial de la desinformación política", constatan desde Maldita.es. La polémica ha subido de temperatura esta semana después de que Vox lanzara el pasado pasado sábado un tuit desde su perfil oficial (403.300 seguidores) animando a sus afiliados y simpatizantes a cambiarse al canal oficial del partido en la plataforma de mensajería Telegram por la "censura" que había empezado a aplicar Whatsapp.

El partido liderado por Santiago Abascal ha interpretado como un ejercicio de "censura" la decisión de la aplicación de mensajería instantánea propiedad de Facebook de limitar la propagación de mensajes masivos que puedan contener información errónea -cuando se ha compartido cinco veces, el usuario sólo podrá reenviarlo a los grupos de uno en uno- para que no se expandan sus críticas a la gestión de la crisis sanitaria que está haciendo el bipartito PSOE-Unidas Podemos.

"Este límite se aplica automáticamente y no guarda relación alguna con el contenido del mensaje -que Whatsapp ni ve, ni modera, ni censura- porque todos los mensajes y llamadas de Whatsapp están protegidos con un cifrado de extremo a extremo", han respondido los gestores de la aplicación, que se han apresurado a indicar que la restricción es a nivel mundial. "Cualquier afirmación que sugiera lo contrario es 100 % falsa", han zanjado.

Verificadores: la "Gestapo" para Vox

Desde su escaño en el Congreso, la diputada de Vox Macarena Olona acusó el pasado miércoles a Newtral -empresa de la que es accionista la periodista Ana Pastor, con programa propio en La Sexta- y a Maldita.es -con forma jurídica de fundación- de ser "la Gestapo que vigila la verdad oficial" por ser los verificadores a los que Facebook paga en España por contrastar los contenidos que se viralizan en su plataforma. "Los llamados 'verificadores' en España son sólo agentes al servicio del Gobierno y de las ideologías de la izquierda más extrema y sectaria", remachó Abascal horas después en Twitter.

Clara Jiménez ha defendido el trabajo que realizan y ha rechazado de plano el papel de 'censor' que le asigna Vox: "Nuestro trabajo se limita a redactar un artículo que desmienta el contenido en cuestión aportando las pruebas y categorizando dicho contenido como falso, parcialmente falso, titular falso… A partir de ahí es Facebook quien pone un aviso al contenido por si quieres leer el desmentido de Maldita.es o quieres seguir leyendo lo que hemos calificado. No se borra el contenido y se puede seguir accediendo a él".

El profesor Salaverría no tiene aún hipótesis de partida puesto que el proyecto de investigación que desarrollará de la mano del Centro Nacional de Supercomputación arrancará teóricamente el próximo 1 de mayo, pero no pierde de vista los estudios que sobre la difusión deliberada de noticias falsas en el ámbito de la información política se han realizado desde que Donald Trump inició su carrera para llegar a la Casa Blanca.

"Se ha comprobado que, lejos de ser una iniciativa individual de algún 'gracioso', hay toda una estructura absolutamente planificada por parte de grupos de presión ideológicos, servicios de seguridad, estados... que tienen una gestión estratégica de la información porque se han dado cuenta de que incide en la opinión pública y puede llegar a modificar el resultado de un referéndum o a condicionar unas elecciones", añade.

"Arma poderosa"

Como observador externo y estudioso del fenómeno, Ramón Salaverría advierte de que la difusión de desinformación sin escrúpulos se ha convertido en un "arma poderosa", al tiempo que no pasa por alto la dificultad que supone poder demostrar quién está detrás de la propagación de esos bulos. "La relación de lo que dicen con la verdad es lo menos importante, sino la carga emocional que puede provocar en los públicos. Soy bastante pesimista", confiesa.

Más allá de los resultados científicos que pueda deparar y su impacto en las revistas más reputadas, el profesor de la Universidad de Navarra confía en que la investigación que el equipo que él lidera desarrollará durante los dos próximos años se traduzca en guías y orientaciones que permitan a administraciones, periodistas y ciudadanos en general cómo "detectar y mitigar" la desinformación. Ello ayudará a identificar mejor a los modernos vendedores de crecepelos y a intoxicadores sin escrúpulos, a plena actividad en medio de la tragedia.