Lo ocurrido en las residencias de ancianos, ahora llamados "mayores", en estos tres meses largos de extensión del virus más mortífero de los padecidos en muchas décadas es un relato del horror, un horror inimaginable en unas sociedades se supone que desarrolladas, respetuosas con la vida y con altos índices de bienestar.

Y esto que ha sucedido exige con la máxima prioridad y con la máxima urgencia un replanteamiento radical no sólo de las condiciones médicas en que se encuentran esas residencias sino en la respuesta que desde un punto de vista ético se puede dar al cuidado de los pacientes, tengan la edad que tengan, en unas circunstancias de crisis sanitaria como la que hemos padecido.

El elevadísimo número de muertes en las residencias de mayores sobrecoge. Y lo hace aún más cuando uno se asoma al relato de lo que ha estado sucediendo en estos meses en el interior de estas instituciones sean públicas o sean privadas.

Las residencias han sido el último eslabón en la atención sanitaria. Y, siendo un hecho que el personal sanitario ha carecido de manera dramática de equipos de protección durante las primeras semanas de la crisis, lo cual explica el escandalosamente alto número de profesionales contagiados por el coronavirus, lo sucedido en el seno de estos llamados centros de atención socio sanitaria supera con creces la ya espantosa situación padecida en los hospitales españoles. Si los médicos y demás personal sanitario no ha estado convenientemente protegido, en mucha menor medida lo ha estado el personal de las residencias al cuidado de nuestros mayores.

Y eso es así porque se ha puesto de relieve la auténtica consideración que las sociedades occidentales -porque lo que ha pasado en España ha ocurrido también en muchos otros países de la UE- tienen de las personas mayores: ninguna. Por eso son los últimos en todo y en este caso han sido también los más desatendidos por las administraciones públicas de la mayor parte de las autonomías.

Un edificio antiguo con una arquitectura endiablada, un virus escurridizo, un mando dubitativo, la ausencia de material de protección y […]