Este virus no va a acabar con nosotros de pura chiripa, entre el Gobierno que sólo toma nota como un ditero antiguo y todos los demás irresponsables y magufos que ahora ha liberado el verano como esporas calcificadas o feromonas de ingle. Hay antivacunas y antimascarillas y veganos de virus crudo y nariz y picha fuera como rabanillos, hay tenistas de fanfarronería eslava que hacen partidos y poncheras con el propio bicho pelotero o afresado, está Bunbury que tiene ya todos sus órganos y vísceras hechos espirales psicodélicas, está Miguel Bosé que lleva amarcianándose desde los 70 y parece haber culminado el proceso, están los zumbados que atrapan ondas zumbonas del 5G con cazamariposas en la mano y coladores en la cabeza, está ese señor de Murcia que ve a Satán en microchips como en el heavy, y están además los pasotas de chiringuito, con bañador y bigote de leopardo, impermeables al virus igual que a la cerveza y al erotismo. Lo que yo digo: no nos extinguimos de puro milagro.

De nuevo nos dicen que no son necesarios test, cuando lo que quieren decir es que no tienen para hacerlos, como antes no tenían para mascarillas ni patucos

Hemos abierto las fronteras, las playas, todas las cremalleras del cielo como un traje de noche y toda la carne blanca que ya cae sobre la arena igual que anclas. En nada hemos pasado de que el Estado nos plastifique la cara como un estrangulador a que nos deje montar sobre el virus como sobre un caballito de mar. La gente parece feliz con eso, con la piruleta del verano en la mano y el virus como un balón de Nivea, bien porque se deja llevar por el encantamiento del Gobierno o bien porque quiere rebelarse contra él negando al bicho como si negara el poder maléfico de Sánchez. José Manuel Soto ya ha admitido que un sevillano no podía estar más de un mes sin saltarse el confinamiento, sin tomarse la Cruzcampo filosófica de los compadres Rafi y Fali o el guiso con salve rociera de Carlos Herrera, que es como un sacerdote de Bajo de Guía con hisopo de espumadera. Ahora la gente dice “bicho” y piensa en esos langostinos con algo de prehistóricos, como trilobites, que se sacrifican y se comulgan por mi tierra. O en la paella guiri de todos los guiris, con receta dudosa como su marisco, pero ante la que ellos hacen ceremonias crísticas y nórdicas, como si fueran Parsifal.

El virus es un complot o es menos letal que la ensaladilla. El que no está más preocupado por que lo dominen complicadísimos nanobots (como si Google no nos controlara ya sin tener que miniaturizar submarinos en las venas), está más preocupado por la temperatura de su dedo gordo en el agua, o la de la carne en la barbacoa, o la del cubata ante las muchachas con esos ojos y labios de cocacola que les pone el verano. En realidad, el personal sigue al Gobierno, que tampoco parece muy preocupado. Los turistas llegan firmando un papel, apenas rozados por un termómetro de asado y tras un “control visual” del azafato o del segurata, como si en vez del virus buscaran el sello de una discoteca. De nuevo nos dicen que no son necesarios test, cuando lo que quieren decir es que no tienen para hacerlos, como antes no tenían para mascarillas ni patucos y los sanitarios tenían que trabajar con disfraz de espantapájaros. Y sí, nos hablan de rebrotes, pero si se fijan todos parecen ocurrir en altos monasterios, cerrados lazaretos, apartadas comarcas alpinas y lugares de irreal pesadilla industrial, ya enfermizos de por sí, como mataderos de carne picada o naves de obreros jadeantes. Los rebrotes de momento no llegan a nuestras populosas playas con su parrillada de muslos, ni siquiera a los chiringuitos atocinados de pies y moscas. Un milagro.

A lo mejor merecemos extinguirnos, pero nos está salvando la casualidad, que este virus quizá se apoca en verano como un gordito en la piscina, o se ha amansado por la carne fácil, como un animal de zoo. Hay gente que cree que el virus lo trae la FM, o que lo pueden expulsar con yoga o con apio o con una maraca peluda, o que sólo ataca a los que comen salchichas, o todo esto a la vez. Hay gente que sigue usando la mascarilla de huevera o de monedero, hay gente que piensa que cuando llega a una mesa puesta o al paseo marítimo lo cubre una cúpula espacial, hay gente que cree que sus pelos del pecho paran al virus. Sí, esta gente ya era así antes, en la cuarentena, en la desescalada y seguramente en las cenas familiares. Lo que ocurre es que ahora parecen darles la razón el gentío, la fiesta, el campamento, el apetito, la lujuria, la salud de naranja pelada del sol del verano, la suerte. Parece darles la razón hasta el Gobierno. Si el virus no acaba con nosotros después de esto, va a ser por pura chiripa.