Manuel Castells es la cuota catalana, la cuota de Colau, la cuota del profesor con lamparón de la tostada, la cuota de Punset y la cuota de Tricicle, todo a la vez. Castells no es un ministro, sino un profesor de Harry Potter filoindepe, abuhardillado, de calcetín al revés, gorro de dormir y palomar de libros, lechuzas y peines que le atacan. Castells es un intelectual que va por la universidad como un osito con corbata, a motorcito de pajarita, con un chucuchú entre el balbuceo y el ronquido, que es a lo que le suena a él la intelectualidad, a chapoteo pensante o durmiente en la bañera o en la clase. Después de estar desaparecido como un arqueólogo de sus escarmenamientos, algunos todavía pretendían que les organizara el curso pandémico en la universidad. Castells ha respondido como los buenos profesores, o sea, que cada uno se apañe como pueda, y luego ha seguido hablando para dentro una cosa como entregriega.

“El plan B no existe: es sobrevivir a las condiciones que nos encontramos”. Esto ha dicho Castells, sorprendido además de que se le tenga por desaparecido, por ausente, por virgen, por dormilón de cátedra, cosa que es una barbaridad, como si tuviéramos por vago a Diógenes el Cínico. A Castells le sobra el ministerio como le sobra siempre media manga, porque él puede resumir la gobernanza, la gestión, la lucha contra la crisis del siglo y la mismísima existencia con una sola frase, igual que un presocrático. La máxima es sobrevivir, nos anuncia saliendo de su tonel o de su bañera, un poco bañera de Arquímedes o un poco río de Heráclito. Hay profesores de una sola frase y hay genios de un solo momento, incluso a veces la frase y el momento les coge con la picha fuera y así se quedan en la historia, como un dibujito japonés de la genialidad.

Al final, yo creo que Castells no es un ministro ausente, sino un eremita que se ha apartado a su lobera de pelusas y tinteros y no ha bajado de la montaña de sus calcetines gordos hasta que no ha encontrado el gran principio rector del gobierno de los pueblos: que cada uno sobreviva como pueda. Para una vez que tenemos un ministro filósofo, breve, sencillo, con apariciones de ángel en taparrabos, encima le ponemos pegas. Nos quejamos de que María Jesús Montero salga cada día a hablar deshilachándose largamente en la nada, como el desvendamiento del hombre invisible; nos quejamos de que Ábalos ande metido en todo con su presencia oscura, pesada y rumorosa, como el cura del pueblo; y ahora también nos quejamos de Castells porque no se le ve en el telediario, sino que piensa de lejos y hay que estar buscando el humo de su pipa, que parece recitar declinaciones.

Castells no es un ministro, sino un profesor de Harry Potter filoindepe, abuhardillado, de calcetín al revés, gorro de dormir y palomar de libros, lechuzas y peines que le atacan

Castells es de esos ministros que no hacen nada, salvo estar, porque en ese estar se encuentra precisamente la esencia de su cargo. Parece algo de Heidegger, pero no vamos a meternos en eso. Estar ahí es lo que hace Castells, enseñando el camino de la maestría a través del silencio y la no acción. Estar ahí es lo que hace Pedro Duque, que flota como las ecuaciones de la ciencia, significándolo todo. Estar ahí es lo que hace Celaá, como una gárgola de la señorita Rottenmeier, porque la educación es sobre todo una postura ante el conocimiento como una postura en el pupitre. Estar ahí es lo que hace Alberto Garzón, aporía viva, comunista con la encomienda del consumismo capitalista. Estar ahí es lo que hace la pareja de Galapagar, como unos dioscuros representando la alternancia de los esencialismos de clase y género. El Gobierno se divide en los ministros que sólo tienen que estar y en los que no tienen nada que hacer porque eso es competencia de las autonomías. Todo presidido por quien al final lo hace todo sin tener por qué, o sea por pura generosidad, o sea Sánchez.

Manuel Castells es la cuota catalana y la cuota del TBO en un Gobierno que en realidad es todo cuota. Castells nos descubre ahora que la universidad va sola, con él ahí pensando para dentro (durmiendo, dirán algunos) frases que saldrán en ronquidos o en versículos. La universidad va sola, como España, y sobrevive sola, como España. Castells no es que no sea un ministro, es que es el no-ministro que busca el sanchismo. Un ministro ausente en el Gobierno ausente que rige una España abandonada. Un ministro cuota en el Gobierno cuota que mira cómo sobrevive, sin más plan, una España cuota. No cabe mayor lección en tan poca presencia. Y encima, nos libramos de que nos dé la lata como otros ministros con discursos roedores o algarrobos o guiñaperos o ginecológicos. Rindo mi pluma ante Castells, el más sabio de nuestros gobernantes sin salir de la bañera.

Manuel Castells es la cuota catalana, la cuota de Colau, la cuota del profesor con lamparón de la tostada, la cuota de Punset y la cuota de Tricicle, todo a la vez. Castells no es un ministro, sino un profesor de Harry Potter filoindepe, abuhardillado, de calcetín al revés, gorro de dormir y palomar de libros, lechuzas y peines que le atacan. Castells es un intelectual que va por la universidad como un osito con corbata, a motorcito de pajarita, con un chucuchú entre el balbuceo y el ronquido, que es a lo que le suena a él la intelectualidad, a chapoteo pensante o durmiente en la bañera o en la clase. Después de estar desaparecido como un arqueólogo de sus escarmenamientos, algunos todavía pretendían que les organizara el curso pandémico en la universidad. Castells ha respondido como los buenos profesores, o sea, que cada uno se apañe como pueda, y luego ha seguido hablando para dentro una cosa como entregriega.

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