Sánchez nunca ha respetado a Iglesias, al que ha visto llorar y hacerse moños por él, y deshojar margaritas a suspiros, y lanzarle besos de feo como un pordiosero desdentado del Decamerón tras una moza, y zurcirle calcetines después de las humillaciones, y todavía dejarle sus pestañas de relicario en el hombro, tras unos abrazos de manos blandas y de ojos muy apretados. Sánchez nunca ha respetado a Iglesias y ahora no comparte con él la “información sensible”, o sea la política adulta, en este caso la economía adulta, la fusión de CaixaBank y Bankia, que parece aquel porno codificado de antes, pero del dinero.
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