En una especie de lavandería o nido pediátrico de pantallas, Sánchez nos presentó a la Resiliencia, señorita o antibiótico para salir de todo esto vitaminados y con novia yogui. Recuperación podrá tener cualquiera, pero resiliencia sólo la vamos a tener aquí, como la tomatina. La resiliencia es ese poder o ese tercer ojo o esa gema extraterrestre que nos hace resistir y sobreponernos al virus, a la miseria o quizá sólo a Sánchez. También es de esas palabras que usa el presidente como banderas cuando ya no tiene más banderas, cuando todas las lleva clavadas Ayuso como un torito de felpa o Simón haciendo de aventurero con mono del París-Dakar. Sánchez no sólo necesita dinero de Europa, del que él habla como de un dinero suyo, de un esquilmo de sus tierras, sino sobre todo palabras bandera y parafernalia bandera que tapen sus vergüenzas, como una vedete que se cubre con una bandera pechugona igual que ella.

El plan de recuperación y resiliencia suena macizo como un pantano franquista o un plan quinquenal soviético, pero está lleno de banderitas como una pandereta de tuno o una barraca de feria. Como digo, la misma palabra resiliencia es una palabra bandera, ornamental y casi onomatopéyica. Suena un poco a magia o a telequinesia, y en eso es en lo que pretende quedarse, porque el personal no se va poner a mirar si significa modorra, o lavativa (también suena un poco a lavativa) o sólo aguantarse.

Sánchez hasta incorporó a un pianista bandera, James Rhodes, que salió así como tremolante de pijama para tocar un Beethoven malísimo y de un entregado napoleonismo sanchista (Rhodes se siente sanchista como Beethoven se sintió una vez napoleónico). La Oda a la alegría de la Novena nos saca Sánchez ahora, cuando lo que son beethovenianas como una pelambrera beethoveniana son las telarañas que nos llegan de las narices a los bolsillos.

Plagiar a González, icono del socialismo de pana mojada, ojal de guapo y Partido todopoderoso, puede tener un pase, lo que es más cutre es copiar a Chaves

Así como en el velero de Perales, en la nave fluorescente del misterio, en el cochecito de bomberos del tiovivo o en el piano blanco de Richard Clayderman, nos fue Sánchez contando un plan que parece un pastiche hecho con manuales de autoayuda y propaganda de la Expo. Sánchez ofreció los mismos 800.000 puestos de trabajo que ofreció Felipe González, con los que luego se hacía aquel chiste de que no lo habíamos entendido y en realidad había ofrecido 800 o 1.000. La verdad es que, estando como estamos, 800.000 puestos de trabajo es lo menos que se puede pensar en crear. Pero Sánchez lo dice como lo decía González, como tirando confeti. Sánchez quiere ser el nuevo González, el nuevo Suárez y no sé si la nueva Ruperta.

Plagiar a González, icono del socialismo de pana mojada, ojal de guapo y Partido todopoderoso, puede tener un pase, lo que es más cutre es copiar a Chaves. Lo de la Segunda Modernización que dijo Sánchez ya se lo inventó el bueno de Manolo para Andalucía en el cambio de siglo, y en él sólo parecía que hubiera decidido comprarse una olla exprés.

Andalucía seguía sin apenas tejido industrial y con niveles de paro y de renta tercermundistas, pero teníamos mucho díptico, mucho anuncio vertiginoso, y por Canal Sur pasaban aviones de gran panza, aerogeneradores entre gráciles y terroríficos, como los martillos desfilantes de El muro de Pink Floyd, y demás atrezo de científico loco. No, no ha escogido buena referencia Iván Redondo, que últimamente está perezoso, copión y no sé si fumeta, como un repetidor.

En el plan no había reformas, ni mucha transparencia, ni dejaba claro por dónde nos vendrá el sablazo. Eso sí, Sánchez, despaciosamente levitante, como el mago David Copperfield, iba engarzando palabras como anillos de humo, creando la realidad con su encanto performativo y abombándonos la cabeza con ese discurso cargante, absurdo, hipnótico de sándalo, campanitas y pies, que usan los gurús crudívoros o los yoguis tocones de playa. “Sólo necesitamos querer y confiar”, nos decía como con voz de pulpo, si los pulpos tuvieran voz. Más necesitamos saber y hacer, palabras en las que Sánchez no puede poner banderitas.

Ya como en un delirio de aceite de coco y tanga de tigre, Sánchez soltó que España era la Costa Rica de Europa

Ya como en un delirio de aceite de coco y tanga de tigre, Sánchez soltó que España era la Costa Rica de Europa. No se vayan a otras comparaciones, es que él ya estaba por lo visto con la biodiversidad, estaba salvando este planeta o el de Avatar sin poder salvar ni Móstoles, estaba con la maravilla de nuestros bichos como de nuestros borriquillos cuando el bicho que importa no se lo sabe quitar de encima y sólo tiene contra él el mismo cerrojo que mata a la economía, el triste cerrojo que echa el tendero.

Entre pantallas como entre espejos, que es como él trabaja, Sánchez, faquir de Cortefiel y tocador de sitar de la nueva socialdemocracia, nos dejaba mucha palabra paladeada, mucha bandera presentida, hinchada como un foque, y hasta música de corte con aire aún de cuarentena, de piano/máquina de coser, aunque yo creo que el Beethoven de Rhodes sonó sobre todo a saloon del Oeste. La presentación no fue tanto un Nodo sino un anuncio hippie de Coca Cola o de secta de camisón largo, así con muchos amiguitos invitando a mirar con la mano de viserita un futuro de esperanza, resiliencia y grima. La verdad es que resiliencia sigue sonando como a resistencia a una suave lavativa dormidera. O sea, más a aguantar a Sánchez que a superar esta ruina. Esto no da para una oda, ni para una alegría.

En una especie de lavandería o nido pediátrico de pantallas, Sánchez nos presentó a la Resiliencia, señorita o antibiótico para salir de todo esto vitaminados y con novia yogui. Recuperación podrá tener cualquiera, pero resiliencia sólo la vamos a tener aquí, como la tomatina. La resiliencia es ese poder o ese tercer ojo o esa gema extraterrestre que nos hace resistir y sobreponernos al virus, a la miseria o quizá sólo a Sánchez. También es de esas palabras que usa el presidente como banderas cuando ya no tiene más banderas, cuando todas las lleva clavadas Ayuso como un torito de felpa o Simón haciendo de aventurero con mono del París-Dakar. Sánchez no sólo necesita dinero de Europa, del que él habla como de un dinero suyo, de un esquilmo de sus tierras, sino sobre todo palabras bandera y parafernalia bandera que tapen sus vergüenzas, como una vedete que se cubre con una bandera pechugona igual que ella.

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