“¿Por qué Madrid no y Casariche sí?”, clamaba Ferreras dramáticamente contra los jueces o contra el destino como contra el viento, así como con un puñadito ideológico de tierra de Tara en la mano. Casariche contra Madrid, esa lucha desparejada, como futbolística, entre el pueblo sevillano y el castillo señorial de Ayuso, que ya va siempre de armadura negra. Casariche cerrado por sus propios tallos, como una laguna palúdica, mientras los de la calle Núñez de Balboa se podrán ir de puente con su cacerola de inducción como bombo o como adarga. Ferreras a contraluz, silueteado como un oso con luna llena, con ira y frustración, con esas preguntas que sólo se le hacen a Dios o al fracaso. “¿Por qué Madrid no y Casariche sí?”. Y se lo explicaban, porque tampoco es tan complicado, no hace falta más que saber leer, o querer leer. Daba igual. El oso con sus patas metidas en miel y bichos, el boxeador contra su sombra y su hígado, el solista con el lento y dulce puñal del violín... Nadie puede parar eso.

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