Cuenta Amancio (no el dueño de Zara, sino el habilidoso ex delantero del Real Madrid) que en un partido de la selección española los jugadores estuvieron a punto de irse al vestuario antes de comenzar enfadados porque los organizadores no pusieron por megafonía el himno de España. Fue durante el encuentro contra la selección de Checoslovaquia el 1 de octubre de 1967, que se celebró en el estadio del Slavia, en Praga.

Sonó un himno, pero no fue el de España, sino el Himno de Riego, desconocido para la plantilla de aquella selección. Oficialmente, la explicación no hay que atribuirla a un boicot comunista al equipo que representaba a la España de Franco, sino un fallo de los organizadores, que tenían guardado el disco desde la última vez que jugó allí la selección, en plena II República, que adoptó el himno del teniente coronel que se levantó contra Fernando VII de manera no oficial. Una equivocación en todo caso imperdonable.

Algo parecido debió de sentir el rey Felipe VI cuando escuchó a su llegada a La Paz la estrafalaria versión de la Marcha Granadera que interpretó la banda de música que recibió a la delegación española en el aeropuerto de la capital boliviana. Sólo hay que fijarse en su ojos de espanto, pese a que la mascarilla oculta gran parte de su rostro.

Era el preludio de un viaje aciago, al que, en el último momento y por sorpresa, se apuntó el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, que fue invitado personalmente por el recién investido presidente, Luis Arce.

Iglesias, muy a pesar de la Casa Real y de Moncloa, se convirtió en el protagonista del viaje de Estado, en el que la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, pasó casi desapercibida.

Iglesias no se conformó con colarse en el avión oficial y robar protagonismo a los que formaban parte de la delegación oficial, sino que aprovechó la ocasión para impulsa su diplomacia paralela. Esa en la que sólo los regímenes populistas o de izquierdas merecen el calificativo de "legítimos".

Iglesias ha enfadado a la Casa Real y a Moncloa. Su diplomacia paralela y sus ataques a la institución han eclipsado la visita de Estado a Bolivia

El día 8 de los corrientes el orbe tuvo conocimiento de la firma de un documento que marcará un antes y un después... en la diplomacia efímera de la demagogia. El manifiesto lleva por título En defensa de la democracia y llama la atención sobre "la erosión de los servicios públicos resultado del neoliberalismo" y alerta sobre el peligro que para la democracia representa "el golpismo de ultraderecha". El panfleto no se olvida de los "poderes comunicacionales" que pretenden "manipular y tutelar las democracias". Los odiados medios en manos de empresarios de rapiña.

La idea surgió durante una cena celebrada el día anterior a la que asistió el presidente argentino Alberto Fernández, que aplaudió sin reservas la iniciativa del vicepresidente español. Fernández tampoco desaprovechó la oportunidad para dejar su impronta. Al saludar la victoria del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia se atrevió a gritar: "¡El pueblo nunca se equivoca!". Me imagino que no estaría pensando en Brasil.

Al llamamiento populista (que, como se habrán dado cuenta, no condena el golpismo en general, sino sólo el de derechas) se apuntaron Evo Morales, el propio Luis Arce, Dilma Rousseff, Alexix Tsipras y, cómo no, el ex vicepresidente José Luis Rodríguez Zapatero, que tampoco pierde ocasión de meter la pata.

La ministra de Defensa, Margarita Robles, dejó claro, al día siguiente en Antena 3, que la iniciativa no contaba con el respaldo del gobierno y que había que atribuírsela a Iglesias de manera exclusiva y personal. El problema es que el señor Iglesias es vicepresidente del gobierno, no un simple dirigente político que pasaba por allí.

Para colmo de desgracias, el vicepresidente concedió una extensa entrevista al periódico argentino Página12. Al margen de denunciar a la ultraderecha y a los poderes mediáticos como amenaza para la democracia, Iglesias arremete contra la monarquía: "En España está creciendo una mayoría social republicana y así lo revelaba una encuesta reciente de varios medios de comunicación. Un 90 por ciento de los medios importantes respalda casi sin matices a la monarquía. La república es un horizonte, un proyecto de futuro, que además la pandemia ha reactualizado al poner en primer plano lo público, la dignidad del Estado, que contrasta con la terrible imagen que da el ex jefe del Estado con las enorme sospechas de corrupción y los procesos en su contra, que huye del país y se va a los Emiratos Árabes Unidos. Algo que afecta a la institución monárquica porque es hereditaria, mediante la filiación. Nosotros somos republicanos, vamos a trabajar por ello. Cada vez más ciudadanos en España quieren que el país sea república".

Curiosa su interpretación de que la pandemia está haciendo subir el número de republicanos; o que se refiera a España como un país y no como un Estado, ya que el vicepresidente considera que España es la suma de varios países... Pero lo peor de esta entrevista no es lo que dice -pura propaganda de su ideario trasnochado- sino el momento en el que lo dice: justo el día en el que acompaña al rey en el avión oficial con destino a La Paz.

Iglesias no ha entendido todavía su papel institucional y el presidente aún no se lo ha explicado. Como vicepresidente del gobierno debe un respeto a la figura del Jefe del Estado que, según la Constitución vigente, es el rey Felipe VI. La lealtad y la cortesía no le restarían ni un ápice de su ardor republicano.

Las proclamas antimonárquicas puede hacerlas como líder de Podemos, pero no durante un viaje de Estado en el que no tuvo empacho en firmar su manifiesto populista como vicepresidente del gobierno de España.

Seguro que a él, el sonido pachanguero del himno español le sonó a música celestial.

Cuenta Amancio (no el dueño de Zara, sino el habilidoso ex delantero del Real Madrid) que en un partido de la selección española los jugadores estuvieron a punto de irse al vestuario antes de comenzar enfadados porque los organizadores no pusieron por megafonía el himno de España. Fue durante el encuentro contra la selección de Checoslovaquia el 1 de octubre de 1967, que se celebró en el estadio del Slavia, en Praga.

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