Los bilduetarras, tipos y tipas entremuertos de palear tantos muertos y entrepodridos de escarabajear tanto ataúd, gente tiñosa de muerte, raposa de muerte, embreada de muerte, con las manos y la boca negras de muerte, ya son “dirección de Estado”. Eso decía Pablo Iglesias, que va otorgando dignidades de Estado al anti-Estado, como el que condecora a piratas. “Nosotros vamos a Madrid a tumbar el Régimen”, afirmaba Arkaitz Rodríguez, condenado por pertenencia a banda terrorista. Ahora, él también dirige el Estado. Hace poco recordaba yo a López de Lacalle, su paraguas rojo junto a su cadáver, como una pagoda brotada de la sangre. Aquel día, Otegi dijo que lo que pretendía ETA era simplemente “poner encima de la mesa el papel de determinados medios de comunicación”. Los cadáveres como pisapapeles. Ahora él también dirige el Estado.

Esta gente dirige el Estado, lo dice Iglesias con orgullo grafitero, lo sanciona Sánchez con su silencio mayestático, su silencio lejano, placentero y como meón, como de piscinita caliente del poder; y lo justifica Ábalos, que equipara con la Transición este abrazo de Bildu, crujiente de quitina, y además dice que “gana la democracia” como un crupier diría que gana la banca. ¿Pero a qué tarado o a qué desalmado le puede parecer que gana la democracia haciendo que el Estado dependa de los que antes le ponían bombas bajo las ruedas? Es más, ¿qué Estado puede sobrevivir dirigido por gente que se ha juramentado para su destrucción?

Sánchez no ha sido impulsado por el infortunio a tener que pactar con este Frankenstein ensamblado de carroña, sino que es una preferencia suya

Sánchez está conformando un nuevo Estado, un Estado basura o un Estado zombi, sólo con enterradores y tropa patibularia. Tanta resiliencia y resulta que lo que deje el virus se lo vamos a entregar a una panda de desvalijadores y arrancamuelas que ni siquiera disimula cuando aparece ante nosotros con la ropa robada a los muertos. Ni Podemos ni los indepes ni Bildu han ocultado nunca lo que son y lo que buscan. Y es simplemente la demolición del marco constitucional para sustituirlo por una especie de confederación de republiquetas populistas andinas donde ya no quede rastro de la separación de poderes ni de la condición de ciudadano ni de los derechos individuales, sino sólo grandes mamotretos ideológico-institucionales controlados por ellos vestidos de caqui, de poncho o de tirolés.

Esto no es una exageración, nunca lo han escondido y cada paso que dan, cada declaración que hacen, cada pieza de poder que toman, va en la misma dirección, esa “dirección de Estado” que Iglesias nos anuncia y que a Sánchez no le molesta lo más mínimo, ni para levantarse su antifaz de dormir aborlonado, de divo en una bañera de patas de león. Al contrario, él contribuye al clima propicio porque, como diría su docta mujer, que muestra todos los skills de LinkedIn en cada frase, esa dirección de Estado es como “una bicicleta” en la que “la rueda de la izquierda y la de la derecha tienen que ir en la misma dirección”. Por eso Sánchez, después de demostrar su poderío y su desdén con Arrimadas o con Casado, hace gloriosas arrastradas de su escaño a la tribuna, como por una senda ya de caracol, para dar la cabezada por etarras y dar la razón con vocecita de teléfono erótico a lo que han dicho Rufián y los de Bildu.

Ese Sánchez del “estoy diciendo que con Bildu no vamos a pactar, si quieres lo digo cinco veces, o veinte” debería hacerse pasar por su propio Comité de Desinformación, si no supiéramos que el invento se quemaría y lo escupiría como un hueso de aceituna. Y es que Sánchez no ha sido impulsado por el infortunio a tener que pactar con este Frankenstein ensamblado de carroña, sino que es una preferencia suya. Teniendo la cortesía de despojar a Sánchez de toda moralidad, por atribuirle siquiera listeza, sólo queda concluir que estos socios le son más cómodos para su proyecto de España resiliente y cadavérica, sobre la que él calcula que puede flotar mejor, así como en su barcaza de Cleopatra, toda seda y pompas.

Sánchez ha concluido que Podemos, Bildu y los indepes pueden ir como segando por delante de él, con su guadaña de hueso, quitándole los estorbos del poder judicial y de la ciudadanía, tapiando las Cortes, desconchando el simbolismo del Estado, socavando los contrapesos mediáticos e intelectuales y haciendo esa “guerra cultural” contra el liberalismo, que desde hace mucho es lo mismo que la democracia. Después de esa labor de zapa y despiece, el Estado puede que termine hecho una piltrafa, pero Sánchez quedará más poderoso y hermoso, como un rey persa de la resiliencia. No se puede comparar esto con pactar con la pobre Arrimadas, lírica y desamparada como una arpista mendiga.

Tras el desgañitamiento gallináceo de María Jesús Montero, ahora es cuando empieza la verdadera negociación de los presupuestos, en la que no sólo se repartirá dinero sino el nuevo tablero político. Las franquicias del PSOE en Cataluña y País Vasco se realinearán y eso valdrá más que cualquiera de las partidas recitadas estos días como en una lonja. El poder de Podemos aumentará y pronto se sentirá audaz para hacer algo más que tirarle de la capa al rey o de la servilleta a Florentino. Por su parte, Sánchez, aun entre mechones de muerto o huevos de buitre, consentirá mientras vea beneficio. Si pensaban que todo esto iba de sobrevivir al bicho y salir de la crisis, olvídense. En la dirección del Estado mandan ya entremuertos y caníbales, bandidos y tiranuelos. Y se van a dar el festín con toda su hambre atrasada.

Los bilduetarras, tipos y tipas entremuertos de palear tantos muertos y entrepodridos de escarabajear tanto ataúd, gente tiñosa de muerte, raposa de muerte, embreada de muerte, con las manos y la boca negras de muerte, ya son “dirección de Estado”. Eso decía Pablo Iglesias, que va otorgando dignidades de Estado al anti-Estado, como el que condecora a piratas. “Nosotros vamos a Madrid a tumbar el Régimen”, afirmaba Arkaitz Rodríguez, condenado por pertenencia a banda terrorista. Ahora, él también dirige el Estado. Hace poco recordaba yo a López de Lacalle, su paraguas rojo junto a su cadáver, como una pagoda brotada de la sangre. Aquel día, Otegi dijo que lo que pretendía ETA era simplemente “poner encima de la mesa el papel de determinados medios de comunicación”. Los cadáveres como pisapapeles. Ahora él también dirige el Estado.

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