Terminó el partido y nadie nos explicó por qué Toni Kroos andaba por el Sánchez Pizjuán con la cara rajada. Le brotaba sangre de dos llagas paralelas en el moflete, como si antes del partido se hubiera peleado contra un osezno o algo así. No vimos ninguna repetición, la retransmisión tampoco aclaró nada, así que la duda permaneció latente para el espectador sesteante e inquieto. Lo siguiente que supimos, ya en la segunda parte, es que Kroos sudaba betadine además de sangre, por lo que la herida era reciente y no el recuerdo de un lance doméstico.

Esa elipsis argumental le añadía cierta tensión a un encuentro que para el Madrid se adentró pronto en el terreno de la friendzone. Sucede en los partidos en los que el equipo sale ilusionado y voluntarioso, con el horizonte de una tarde plácida y feliz, pero falla las dos primeras ocasiones de gol.

La primera de Vinicius, un tiro cruzado que salió rozando el palo, fue como un intento de perreo abortado por un amigo que te habla o un DJ que cambia de canción. Esa que falla Benzema sobre la línea misma de gol, tras rechace en la presión de Vinicius, fue como quedarte solo con tu objetivo de la noche y ponerte a mirar el móvil, beber compulsivamente con tal de no hablar y acabar yendo al baño, o a pedir, o incluso a casa sin dar explicaciones, con tal de huir de ese bloqueo.

En el fútbol, como en la vida, también esos momentos reaparecen de forma recurrente, con estrépito, cuando estás a punto de quedarte dormido o vas conduciendo por una autopista sin tráfico. En el futuro seguirás atacando esa portería cada vez con menos interés, cada vez por caminos más espinosos, siempre con el recuerdo del fallo original y resignado al golpe final en el que, de la nada, ella se colará como una bala por la espalda de Varane y, con un trallazo seco, te mostrará a los match de Tinder y los pretendientes de Instagram que no errarán. ¿Cómo pudiste hacerlo tú? Ya no tiene solución.

Vinicius supera a un fallo con otro mayor, a una torpeza con otra más grande, hasta que el rival baja la guardia ante una amenaza inofensiva y entonces sucede

En ese laberinto mental parecía estar el Madrid, con dos excepciones. Por un lado la sangre latente de Kroos, que dejaba en el partido un reguero de hombría que debía alejarlo de un final tan patético. Y por otro la presencia adolescente de Vinicius, una persona que consiguió el follow de Ester Expósito a base de fichas lanzadas a la luna. Esos no se iban a rendir.

No lo hizo, especialmente, el brasileño, que tiene una exitosa forma de superar los traumas basada en la autoparodia. Vinicius supera a un fallo con otro mayor, a una torpeza con otra más grande, hasta que el rival baja la guardia ante una amenaza inofensiva y entonces sucede. Un gol de rebote, un gol cornudo, un gol. Vinicius tira a dar, juega al pinball. Parece un personaje de thriller psicológico, que manipula a sus víctimas para que sean ellas quien cometan los crímenes sin que la ley le pueda imputar nada a él. Usa testaferros para el gol.

Ganó el Madrid guerrero y aseado mientras el Sevilla de Lopetegui se esmeraba en empatar de chilena. Zidanismo puro que dejó en el aficionado la vaga esperanza de recuperar al equipo aburrido, plano y triunfador del postconfinamiento. Quien apagara la tele a las seis de la tarde se ahorró ver después al Atlético de Marcos Llorente, que el sábado visita Valdebebas como el novio de tu amiga que se te mete en casa. Ante esa perspectiva, y sin descartar que el Madrid llegue a la cita siendo equipo de Europa League, resultó más complicado disfrutar de los despejes en plancha de Rafael Giménez Fali, que con la victoria de su Cádiz complica un poco al Barcelona de Messi y Koeman en la pelea del descenso, más interesante esta temporada en la jornada 10 que en la 37.