Donald Trump ha salido de la Casa Blanca y la opinión publicada ha exhalado un gemido colectivo de alivio, seguido inmediatamente de proyecciones más o menos cataclísmicas acerca del futuro del Partido Republicano y, por extensión, de la democracia en América o, posiblemente, de todo lo que no hace tanto se llamaba el mundo libre. Por resumir, Trump se va de la Casa Blanca y Occidente sigue yéndose al carajo.
Trump, claro, ha hecho lo que ha estado en su mano para intensificar el agobio generalizado. Vía autogolpe o insurrección perfectamente asimilable, nos cuentan, a la marcha de los camisas negras sobre Roma, por ejemplo. Y eso es solo la punta del iceberg.
Contando solo con las democracias avanzadas Reino Unido experimenta, con bastante dolor, las primeras calamidades desencadenadas por el Brexit – que por ahora ha resultado más real de lo que al menos este escribidor, escéptico en general y cínico cuando se trata de evaluar a Boris Johnson, esperaba. Al mismo tiempo, dentro de la Unión Europea Vox en España sigue avanzando en su agenda iliberal con la misma energía que Fratelli D’Italia en el país transalpino o los Le Pen en Francia.
Y además, por si fuera poco, la derecha radical nacional-populista (el nombre es largo) ha desarrollado una densa y alarmante red internacional de cooperación y ayuda mutua. Hace poco Santiago Abascal y Giorgia Meloni compartían charleta (disponible en Youtube) sobre "el futuro del patriotismo", en tanto que los franceses abrían sucursal de su think-tank en Madrid con gran regocijo de sus equivalentes españoles.
Todos ellos, en un momento u otro, han hecho grandes alardes de afinidad con el presidente saliente de Estados Unidos y los españoles, por ejemplo, se han sumado sin el menor pudor o escrúpulo a la farsa inventada por Trump para cuestionar los resultados de su propia derrota electoral. Un horror. Es entendible que algunas columnas de opinión den por liquidada la democracia liberal tal y como la conocemos.
Trump siguió hasta el final en lo mismo que lleva practicando cuatro años, a saber, alentando la polarización entre los sectores más radicalizados de la derecha radical estadounidense
O no. Claro. En lectura alternativa, Trump siguió hasta el final en lo mismo que lleva practicando cuatro años, a saber, alentando la polarización entre los sectores más radicalizados de la derecha radical estadounidense, y se le fue de las manos para bochorno nacional y global de propios – Vox ha repudiado la violencia de Washington con encomiable velocidad – y extraños. En Washington, a fin de cuentas, ocurrió lo mismo que en Lansing hace unos meses cuando una horda de descerebrados con armas entró en el Capitolio del estado de Michigan. Y ahí sigue Michigan, todavía parte de la Unión con su gobernadora demócrata. Y ahí está Biden, confirmado en tiempo y forma, posaderas temblorosamente asentadas en el Despacho Oval.
Además, si uno mira hacia atrás con cierta asepsia y un mínimo de seriedad, los últimos cuatro años en Estados Unidos arrojan un balance de gobierno efectivo típicamente republicano: jueces conservadores, desregulación y bajadas de impuestos. Si mira hacia adelante, pues ya ven, es posible imaginarse a un personaje más convencional e inofensivo que Biden, pero no consta que el abuelo de Heidi esté registrado como demócrata – aunque sí consta, no obstante, que da para grandes memes a expensas del nuevo presidente.
En España, Vox subirá, de eso no hay duda, en las próximas elecciones catalanas y se consolidará, de eso tampoco hay duda, en el panorama político Español. Pero el Partido Popular era ya la sombra de sí mismo en Cataluña y el centro derecha de Pablo Casado ha marcado distancias y preservado su propia integridad política con incluso más brutalidad de la imprescindible.
Nada hace pensar que el Frente Nacional (reabautizado como Agrupación Nacional) vaya a asaltar las instituciones francesas o que la derecha radical italiana vaya a adquirir más influencia de la que ya ejerció Matteo Salvini – cuya sustituta en el gobierno fue bien recibida hasta por el Huffington Post.
Es muy mala idea magnificar el papel de Trump o de Brexit, no hablemos ya de Salvini o del Frente Nacional
Hasta el Brexit no deja de ser la última iteración de un fenómeno recurrente que aún está a tiempo de reconducirse – no sería la primera vez que los británicos se dan de bruces con la realidad y tienen que reengancharse al tren europeo.
Esto que no quiere decir que no haya pasado nada, pero sí que es bueno poner las cosas en perspectiva y localizar los puntos de fricción donde están. Para empezar es muy mala idea magnificar el papel de Trump o del Brexit, no hablemos ya de Salvini o del Frente Nacional.
El primero, por ejemplo, supuso un punto de inflexión político cuando capturó la nominación republicana, alcanzó la Casa Blanca y subrayó el serio problema de legitimidad y capacidad de representación al que se enfrentan las instituciones norteamericanas. Pero también ha servido para testar la fortaleza de las mismas.
Y además, lo anterior no es nuevo, ni lo ha creado Trump, ni tan siquiera ha provocado niveles de violencia política comparables, por ejemplo, a la generada por la oposición a la Guerra de Vietnam o en torno al movimiento por los derechos civiles de los años sesenta – aunque parezca mentira gracias a lo que con frecuencia irresponsable o iletrada o interesada, que de todo hay, tiende a sostener la opinión publicada, encabezada por académicos que conocen perfectamente los datos pero no hacen ascos a su propia variante de manipulación.
Así, los disturbios que siguieron a la muerte de George Floyd en Minneapolis o Seattle de este verano jamás alcanzaron los niveles de destrucción vistos en Watts o en Newark en los 60; ni la más reciente debacle de Washington debería servir para sostener la narrativa, interesada y uno sospecha que inspirada en un capítulo de The Walking Dead, que desde entonces nos lleva contando Alexandria Ocasio-Cortez y que luego retuitea, tal cual, nada menos que Daniel Innerarity, una de las cabezas más privilegiadas de la universidad española.
En cuanto a las asimilaciones del suceso con los camisas negras, baste recordar al payaso de la cabeza de bisonte y que una vez en prisión, por los visto, se ha quejado a su mamá, ojito al detalle, de que no le dan comida orgánica. Y valorar si semejante bípedo representa un peligro para la supervivencia de la Gran República. Teniendo en cuenta, esto es importante, que las instituciones estadounidenses sobrevivieron y se adaptaron a la crisis de los 60; igual que uno espera que sobrevivan y se adapten a la crisis de ahora.
En España, entretanto, igual es bueno comparar la xenofobia tóxica de Vox con, por ejemplo, el pistolerismo falangista de los 70; o el sectarismo infame de Podemos con la pulsión homicida del GRAPO. Y eso sin olvidar el nacionalismo actual, escoja el lector la variante de vileza y supremacismo que más le irrite y contrástelo, por ejemplo, con los 800 muertos de ETA o la violencia de Terra Lliure.
Por mucho que las posturitas machometrosexuales de Abascal en pataloncito corto y camiseta militar o el moñito de Iglesias reflejen la calidad de nuestra política y por muy lamentable que sea la comparación con la clase política de la transición, asumir que el clima político entonces era más saludable que el actual es positivamente alucinógeno – las analogías de este párrafo, por cierto, son perfectamente trasladables a la Italia de Aldo Moro o a la Francia de la OAS.
El iliberalismo político en versión nacionalista y excluyente no va a desaparecer con la caída de Trump, que tiene toda la intención de liderar y monetizar el movimiento que ahora aglutina
Y por eso es bueno poner en perspectiva esa peculiar mezcla de alivio y proselitismo del ansiolítico simultáneo que emanan las mentes bienpensantes y bien educadas. El iliberalismo político en versión nacionalista y excluyente no va a desaparecer de nuestras vidas con la caída de Trump, que tiene toda la intención de liderar y monetizar el movimiento que ahora aglutina aprovechando que los republicanos en la oposición se van a fragmentar y a radicalizar – hiperventilar ante la perspectiva es opcional y hay quien ya está en ello, pero en Estados Unidos el fenómeno es concomitante a estar en la oposición.
Más allá del Potomac, las redes internacionales que conectan a Trump con sus equivalentes en Europa van a seguir intactas y beneficiándose de los efectos de la Gran Recesión y de la pandemia, que seguirán alimentando el populismo, en esa variante y en las otras nos aquejan. Más aún, la capacidad humana para la idiotez política sustentada sobre incultura, fanatismo y oportunismo tampoco va a desaparecer de repente.
Pero para combatir todo eso se inventaron la democracia liberal y el Estado de derecho. Cosas, paradójicamente, frágiles y por las que era buena idea ocuparse antes de Trump y también bajo Trump y sin duda después de Trump. Cuando podemos comprobar que han funcionado.
@SariasDavid es profesor de Historia del Pensamiento Político y director del Máster en Comunicación Social, Política e Institucional en la Universidad San Pablo CEU
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