La terrible pandemia que atravesamos ha puesto en evidencia, además de las carencias de nuestro sistema sanitario y su mala gestión desde el punto de vista político, la miserable condición de algunos ciudadanos en circunstancias extremas y la deficiente talla moral de parte de nuestra clase dirigente. Una tremenda falta de ética que ha llevado a políticos y a otros responsables de diferentes sectores sociales a "saltarse la cola" y a vacunarse antes de lo que les hubiera correspondido. Ha habido de todo, políticos, militares, obispos y un largo etcétera de ‘jetas’ y caras de cemento que se han, por puro egoísmo y con mala fe, aprovechado de su estatus para pasar de protocolos y colas en esta carrera hacía la inmunidad donde está clarísimo cuáles son los colectivos más a riesgo.

En unos tiempos en los que nos hemos acostumbrado, desgraciadamente, a denunciar a los corruptos, entendiéndolos como depredadores de dinero público para fines particulares, no podemos ignorar otras formas de corrupción como la que abordamos hoy. Todo un desprecio al mayor drama sanitario colectivo de las últimas décadas que ha llevado a una pléyade de listos y de sinvergüenzas a tratar de ponerse a salvo, pasando por delante de otras muchas personas que sufren un riesgo muy superior. Quienes debían ser los primeros llamados a dar ejemplo se han comportado como unos vulgares jetas que, tras quedar en evidencia, se han negado incluso a abandonar sus cargos, insistiendo en que han hecho lo correcto.

Los datos de la vergüenza

Los dígitos, cada uno de ellos con nombre propio, no pueden ser más repugnantes: más de setecientas personas, entre altos cargos y políticos, se han vacunado sin que les correspondiera hacerlo, pero solamente diez de ellos han dimitido o han sido obligados a ello. Para llorar.

La lista de la ignominia, que comenzó a tejerse a raíz del escándalo de varios alcaldes socialistas en la Comunidad Valenciana y que continuó con varios ediles del Partido Popular y uno de Junts per Catalunya, se ha extendido como una mancha de aceite y no está ya únicamente repleta de políticos; en ella hay que anotar también a un obispo, el de Mallorca, al exjefe de la cúpula militar, a un alto cargo de la Guardia Civil, a varios sindicalistas e incluso a un fiscal de Castellón. ¡Solo entre Valencia y Murcia se han vacunado casi seiscientas personas de forma indebida! En esta última comunidad la mayoría de ellos estaban relacionados con la propia Consejería de Sanidad. Para llorar de la rabia.

La meritocracia en la vida pública

Se trata de episodios bochornosos que obligan a poner en valor, una vez más, aquellas virtudes que deben ser claves para una correcta gestión de los asuntos públicos: la ética, la responsabilidad y la generosidad. Todas estas cualidades acaban derivando en un concepto nuclear: la meritocracia.

El término, como se sabe, fue empleado por Michael Young por primera vez en 1958 y en él se compendia todo un sistema que plasma la inteligencia y el mérito por encima de cualquier otra consideración.

Meritocracia significa, entre otras cosas, “tener un puesto merecido”. Poseer una cultura de organización -y esto vale tanto para una corporación privada como para una administración pública- basada en la meritocracia fomenta la capacidad de liderazgo e incrementa el compromiso de los directivos y empleados, o de los gobernantes y los ciudadanos, según los casos, en el desempeño de sus funciones. Se trata de prescindir de los compromisos personales - ¿les suena?- que, no solo no son imprescindibles, sino que pueden resultar muy perjudiciales para la comunidad, como en este patético asunto.

Todo esto no es gratis y solo puede conseguirse actuando con objetividad y honradez. Precisamente lo que les ha faltado a los consejeros de Sanidad de dos comunidades distintas, Ceuta y Murcia, a un prelado de Mallorca, a una altísima autoridad militar o a toda una panoplia de alcaldes. Lejos de servir de ejemplo para la comunidad a la que representan se han comportado como unos adolescentes gamberros; vulgares y chulescos aprovechados que, valiéndose de su posición, han corrido a ponerse a salvo. ¡Solo les hubiera faltado conseguir una dosis extra para sus familiares o amigos íntimos!

El cinismo solo es comparable al de los que han sugerido públicamente que los cargos públicos deberían formar parte de aquellos grupos a los que correspondería una vacunación inmediata. No me lo invento; precisamente en este medio, en El Independiente, se ha denunciado que, en una determinada comunidad, la extremeña, se habría modificado un protocolo administrativo para eliminar la frase “en riesgo de exposición”, abriendo así la puerta a la vacunación preferente de los directivos relacionados con la gestión sanitaria pública. El consejero lo ha negado pero la duda, más que razonable, añade nombres propios a esta bochornosa historia. Yo puedo entender que algunas autoridades podrían vacunarse para dar el ejemplo, ha ocurrido en muñecos países como Estados Unidos, pero que haya privilegios de clase o estatus me parece absurdo, insostenible.

Honradez en la gestión

Para ganarse el respeto y la influencia se requiere tiempo, por supuesto, pero también una comunicación correcta en la que se ponga en valor una ejecutoria correcta -o al menos honrada y leal- de cara al conjunto de la organización, o en este caso de cara a los ciudadanos. Está claro que, en la evolución de esta tremenda crisis sanitaria, no ha ocurrido así: las sucesivas oleadas y el crecimiento en los contagios y en los fallecimientos había sido pronosticado por los técnicos.

¿Qué hicieron los responsables políticos? Mirar hacia otro lado, huir hacia adelante… o empecinarse en tomar medidas inadecuadas por meros y cortoplacistas réditos electorales. La catástrofe ocasionada por una interminable sucesión de medidas erróneas, que hubieran puesto en la calle a cualquier responsable de medio pelo de una gran empresa, no solo se circunscribe a la crisis sanitaria, sino que se extiende a un caos económico general. Una debacle que ha llevado a la ruina a un elevadísimo porcentaje de familias que viven de sectores como la hostelería y el turismo, y que ha conseguido el triste hito de incrementar las listas del paro en más de medio millón de personas durante el pasado año. No se veía nada igual desde 2021, el peor año de la última gran crisis.

Una inmensa indecencia moral

La que yo denominaría sin ambages “corrupción vacunal” es una auténtica indecencia moral. Me atrevo a elevar la voz y pedir incluso penas de cárcel para estos jetas que se han vacunado antes de lo que les hubiera correspondido. No es una exageración; hemos leído en los últimos días que una mujer se enfrenta a una condena de un año de prisión por haber ocultado su positivo en Covid-19 para conseguir volar entre Estados Unidos y China. Siento sonrojo, por ser educado, con solo pensar en la cara de esos sanitarios que han tenido que soportar cómo, en sus centros de salud, se presentaban religiosos, militares o políticos solicitando -o exigiendo- una primera dosis, pasando así por delante de muchos médicos y enfermeros que aún no la habían recibido y que, lógicamente, hubieran debido administrársela mucho antes para ellos mismos.

La irresponsabilidad y la falta de respeto a la comunidad han sido monstruosos. El atropello a las más elementales normas de la ética, a los valores y a los principios que deben regir la conducta de los responsables de las instituciones públicas, lo ha sido aún mayor.

Necesitamos con urgencia más vacunas, sí… ¡pero contra la indecencia y el egoísmo!

La terrible pandemia que atravesamos ha puesto en evidencia, además de las carencias de nuestro sistema sanitario y su mala gestión desde el punto de vista político, la miserable condición de algunos ciudadanos en circunstancias extremas y la deficiente talla moral de parte de nuestra clase dirigente. Una tremenda falta de ética que ha llevado a políticos y a otros responsables de diferentes sectores sociales a "saltarse la cola" y a vacunarse antes de lo que les hubiera correspondido. Ha habido de todo, políticos, militares, obispos y un largo etcétera de ‘jetas’ y caras de cemento que se han, por puro egoísmo y con mala fe, aprovechado de su estatus para pasar de protocolos y colas en esta carrera hacía la inmunidad donde está clarísimo cuáles son los colectivos más a riesgo.

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