El panorama catalán está todavía muy abierto pero las tendencias que se apuntan en los sondeos no auguran nada bueno para la estabilidad de España en un inmediato futuro.

Para empezar, las igualadas perspectivas electorales de JxCat y de ERC parecen dibujar un escenario en el que se haría prácticamente inevitable un gobierno de coalición entre esas dos formaciones independentistas que, dado su grado de enfrentamiento político, van a seguir dirimiendo sus diferencias y sus enemistades dentro del Govern. Cuando lo que se discute es quién es más de lo que sea -en este caso, más intensamente secesionista- siempre gana la partida el que adopta la posición más radical.

Así que JxCat, que defiende la repetición de la confrontación abierta con el Estado desde el minuto uno de su llegada al poder, sería quien acabaría llevando la batuta y obligaría a los de ERC a abandonar su planteamiento más posibilista de ir ampliando la base de apoyos a la independencia -para, desde una posición más fuerte, intentar pactar con el Gobierno de turno un referéndum de autodeterminación- para pasar a secundar de grado o por fuerza la hoja de ruta de los de Puigdemont.

El pacto entre los secesionistas dejaría en una situación muy precaria a Sánchez, que ha podido sacar adelante la mayor parte de sus iniciativas con el voto favorable o la abstención de ERC

Si lo que resulta al final de estas elecciones autonómicas es un pacto ERC-JxCat,  ya podemos contar con que caeremos con armas y bagajes en un  "volver a empezar" con un gobierno catalán enfrascado en su particular obsesión de romper por la vía de los hechos su pertenencia a España y un Gobierno central socialista, en coalición con un partido favorable a los independentistas como es Podemos, intentando sobrevivir a la ofensiva sin perder el muy inestable equilibrio que sufre a causa de su condición de suma minoritaria de fuerzas en el Parlamento.

Un enfrentamiento que sin duda acabaría empobreciendo y desangrando social y políticamente a todos los catalanes aún más de lo que ya lo han hecho hasta ahora las enloquecidas políticas identitarias y excluyentes practicadas en los últimos años por unos dirigentes cuyo primer afán es conseguir lo imposible por la vía de dar patadas al tablero para ver si el adversario -el Estado español- se asusta o se agota y acaba rindiéndose, cosa que no puede suceder porque eso supondría ni más ni menos que el hundimiento del mismo Estado.

Ese pacto entre los secesionistas dejaría además en una situación muy precaria a Pedro Sánchez, que hasta ahora ha podido sacar adelante la mayor parte de sus iniciativas en el Congreso porque contaba con el voto favorable o la abstención táctica de Esquerra Republicana de Cataluña, a cuyos líderes ha estado haciendo favores políticos de tanta envergadura como la aprobación ¡por la vía de urgencia! de la reanudación de la llamada "Mesa de partidos" en la que se hablará "de autodeterminación y de amnistía"; el anuncio de la revisión del delito de sedición en el Código Penal o la posibilidad de conceder el indulto a los condenados por los sucesos del otoño de 2017.

Toda esa estrategia de cesiones y acercamiento se convertirá en esfuerzo baldío si los de JxCat logran un resultado suficientemente próximo al de los de Junqueras -aunque queden por detrás de ellos, que eso no parece estar ya tan claro- como para sumar mayoría suficiente para formar gobierno con la ayuda de la CUP. Si eso es así, ya se puede despedir Salvador Illa de presidir la Generalitat aunque acabe ganando las elecciones porque le pasará como le pasó a Inés Arrimadas en diciembre de 2017: que ganó en votos pero se quedó en la oposición y, por lo tanto, perdió la partida electoral.

Por el otro lado, las perspectivas de Ciudadanos y del PP parecen cada día más sombrías. Las de Ciudadanos lo son desde mucho antes de que se convocaran estas elecciones y no han mejorado durante los días que llevamos de campaña. El partido naranja está mortalmente herido en Cataluña desde que Inés Arrimadas dejó el Parlamento catalán para venirse al Congreso de los Diputados. Y lo está en toda España, y en Cataluña a més a més, desde que Albert Rivera tomó la decisión tras las elecciones  generales de abril de 2019 de no intentar -si al menos lo hubiera intentado…-  cerrar un pacto con el PSOE de Pedro Sánchez que quizá nos hubiera podido ahorrar este Gobierno de coalición con Podemos.

Los esfuerzos de Carlos Carrizosa y de todos los que acompañan y dan su respaldo público al candidato de Cs son dignos del mayor de los elogios. Pero aquí estamos hablando de probables escenarios postelectorales y en ninguno de ellos aparece el partido naranja en la parte alta y ni siquiera en la parte media de la tabla. Ciudadanos se va a llevar un batacazo, dicen los sondeos.

Mejores parecían ser las previsiones electorales del PP a pesar de que la preocupación de sus dirigentes no ha dejado de estar a su derecha, porque Vox aparece en las encuestas como una nueva fuerza con presencia segura, por primera vez, en el parlamento catalán.

Estamos hablando de probables escenarios postelectorales y en ninguno de ellos aparece Cs en la parte alta y ni siquiera en la parte media de la tabla

Pero las cosas se han puesto mucho más oscuras para los populares gracias, o por culpa de, los independentistas que, como siempre hacen, están agrediendo con gran violencia a los representantes del partido verde que acuden a dar un mitin en cualquier localidad. No es cosa nueva, es la práctica habitual de los vándalos que habitan en las filas independentistas.

Yo misma he presenciado varias escenas de violencia extrema contra los candidatos de Ciudadanos -por los pelos se libró un día esta periodista de recibir un puñetazo de uno de estos ejemplares fanatizados- y también contra los candidatos del PP. Eso se ha producido a lo largo del tiempo y en distintas campañas electorales. Y siempre sin que hubiera condena alguna por parte de los partidos nacionalistas e independentistas que concurrían a esos comicios.

En esta ocasión, los ataques de una violencia inaudita se han dirigido a los candidatos de Vox, lo cual es una muestra más del grado extremo de sectaria intolerancia de la que se alimentan los partidos independentistas. Pero esos ataques, que no han sido condenados tampoco en esta ocasión por ninguna de las formaciones secesionistas -el consejero de Interior de la Generalitat se ha atrevido incluso a acusar a Vox de provocar las agresiones- y sí en cambio por PP, Cs y PSOE,  pueden tener una segunda lectura de carácter electoral.

Según los últimos sondeos, Vox está yendo hacia arriba en una línea continua. Y debe de ser verdad porque se ha convertido en protagonista de la campaña, directamente mencionado como una amenaza o, en tono de denuncia, como un socio oculto y vergonzante del candidato socialista Salvador Illa si éste ganara las elecciones.

El caso es que las agresiones sufridas en Vic y en Salt por los militantes de Vox les pueden estar llenando le cesto de votos. Votos que no pueden salir más que de las filas de los partidarios del PP, que perdería así una porción todavía no medida de apoyos, lo que le situaría en una muy difícil posición respecto del partido de Santiago Abascal.

Si Vox llegara a pasar por delante del PP en las elecciones autonómicas catalanas, cosa que no se descarta ahora mismo pero que no se demostrará cierta o falsa hasta la noche del domingo, el golpe sufrido por Pablo Casado se extendería mucho más allá de los límites de Cataluña y tendría graves y duraderos efectos.

El Partido Popular está hora mismo asediado por el juicio de la contabilidad B del partido y tiene como principal acusador precisamente al acusado, el ex tesorero del partido Luis Bárcenas. E, independientemente de que las amenazas de su antiguo empleado se traduzcan finalmente en pruebas presentadas ante el tribunal, es un hecho que los ex presidentes del partido y varios antiguos ministros van a desfilar como testigos ante la Audiencia Nacional para declarar sobre la presunta financiación con dinero negro de las obras en la sede nacional de la formación.

Las agresiones sufridas en Vic y en Salt por los militantes de Vox le pueden estar llenando le cesto de votos

Ese juicio vuelve a poner al partido, lo quiera o no la actual dirección del PP, en la picota ante la opinión pública por los muchos casos de corrupción que han ido saliendo a la luz en los últimos años y debilita extraordinariamente el vigor regenerador que Pablo Casado se ha esforzado por inocular en sus filas.

De modo que él va a ser el último pagano de los desmanes de sus antiguos compañeros de filas y, por mucho que intente despegarse de ese pasado corrupto, no va a poder eludir que las condenas judiciales, si se producen, no se pasen de alguna manera al cobro a los nuevos dirigentes. 

Esto es algo que no le ha sucedido a Pedro Sánchez con el caso de los ERE de Andalucía, es verdad, pero Pablo Casado no va a gozar de la misma generosa concesión amnésica por parte de la opinión pública. A él le caerán inexorablemente sobre las espaldas todas las acusaciones, las probadas y las no probadas y las consecuencias de todos los procedimientos que están pendientes de juzgar sobre la presunta corrupción del PP.

Si además de eso, Casado se tuviera que enfrentar a un fracaso político tan humillante como supondría el ser sobrepasado en escaños por el partido del que se quiso distanciar de una forma expresa y hasta insultante en el transcurso de la moción de censura planteada por Vox el pasado mes de octubre, no hay que ser adivino para asegurar que el Partido Popular quedaría tan dañado que estaría intrínsecamente incapacitado para disputarle el poder al PSOE en las próximas elecciones generales.

Lo cual nos ofrecería un panorama político poco tranquilizador. Veamos: un PSOE aguantando de mala manera en el poder gracias al soporte que le proporciona un menguante Podemos y dependiendo de los apoyos parlamentarios del PNV, de un partido proetarra como Bildu, cada día más crecido y que busca incrementar su fuerza en las cárceles donde están los terroristas presos, y de los pequeños partidos de uno o dos diputados.

Y, del otro lado, la oposición implacable y puede que saboteadora de los partidos independentistas catalanes -si logran componer un gobierno de confrontación en Cataluña-, además de la de unos declinantes y quizá debilitados Ciudadanos y PP y un ascendente Vox en posición de choque. No es nada tranquilizador el paisaje.

Por eso digo que las tendencias que se apuntan no auguran nada bueno para la estabilidad de España en un inmediato futuro. Sólo nos queda esperar que no todas las previsiones se cumplan.

El panorama catalán está todavía muy abierto pero las tendencias que se apuntan en los sondeos no auguran nada bueno para la estabilidad de España en un inmediato futuro.

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